TRIENIO. Ilustración y Liberalismo, núm. 72, 2018

por Antonio Moliner Prada (UAB)

 

   Es un tópico hablar del problema de España, la España sin pulso, la España invertebrada o las dos Españas, para constatar la falta de integración de una parte de la sociedad española en las organizaciones políticas y sociales, la desafección a las instituciones, o la fractura interna producida en su seno por los planteamientos destructivos de aniquilación del adversario político. Frente a este esquema dualista y maniqueo, conviene tener en cuenta también los caminos de integración y de resolución del problema nacional que algunos intelectuales, escritores y políticos han soñado en la historia de la España moderna y contemporánea. Más aún, si se trata de una posición propugnada por un personaje extranjero, como es el caso de Fidelino de Figueiredo, historiador, ensayista y crítico literario portugués, que compartió las preocupaciones existenciales del hombre contemporáneo y vivió exiliado en Madrid entre 1927 y 1929, y después en Brasil entre 1938 y 1950.

   Escritor mesurado, crítico sereno y conocedor de la cultura española, su reflexión es oportuna en la España actual. Entre sus obras destaca Las Dos Españas, publicada en 1932 y escrita recién llegado el nuevo tiempo histórico de la Segunda República con sus anhelos y esperanzas. En ella ofrece una interpretación de su historia, como hizo antes en 1879 Oliveira Martins en la Historia de la civilización ibérica. Frente a la dicotomía secular existente, Figueiredo propone una nueva interpretación, abierta a la esperanza de una tercera España capaz de superar el enfrentamiento mediante una nueva “ideología”, o nuevo horizonte que propugne la convivencia pacífica.

   Salvador de Madariaga había elaborado en 1926 un arquetipo definitorio de lo español, derivado del antagonismo entre don Quijote y Sancho, reflejo de las dos Españas de siempre, derechas e izquierdas. De don Quijote arranca el valor, la fe, el idealismo, la utopía de la izquierda; y Sancho representa la cobardía, el escepticismo, el realismo, el sentido práctico y la reacción de la derecha[1].

   Para Figueiredo el problema de España surge con la felipización de su historia, al introducir Felipe II el despotismo centralista y la intolerancia religiosa, que coincidió con el resurgir de los hombres de armas en Europa y América, y el florecimiento glorioso en las letras, ciencias y artes. Por su parte, la leyenda negra de la España del siglo XVI deriva del antifelipismo de Guillermo de Orange, de la Inquisición y del Padre las Casas, autor de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1542), alegato muy extendido por toda Europa contra la colonización española de América.

   La otra España, en cambio, pretende la desfelipización y tiene su referente más inmediato en la revuelta de los Comuneros. Con la llegada de Felipe V y la casa de Borbón se emprende la obra de afrancesamiento de España y la centralización política, quebrándose la unidad moral de la nación, fruto de la separación de la conciencia española en dos hemisferios contrapuestos. De la gloria de España a la decadencia y por ende a su regeneración. Esta es la clave de bóveda de los siglos XVIII, XIX y XX. Frente a la decadencia, la regeneración. Frente a la España sin pulso, tras el 98, la España soñada, arbitrista, liberal y diversa. La España sin problema, que imaginó Rafael Calvo Serer. Los versos de Antonio Machado, en Campos de Castilla, son un reflejo nítido de una de esas dos Españas, que todavía hoy nos hiela el corazón.

Figueiredo escribe este ensayo histórico con la intención de reencontrar el espíritu histórico para recomponer la unidad frente a la disgregación, en aras de la convivencia plena entre todos los españoles. La reforma y el acuerdo sigue siendo el camino más propicio para resolver los problemas que acucian hoy a España.

 

[1] Salvador de Madariaga, Guía del lector del Quijote, 1926.

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