Sociedades Precapitalistas, vol. 12, 2022

Pasiones creativas

 

Por Pablo Sarachu (CONICET-UNLP)

 

Pasión por la historia antigua. De Gibbon a nuestros días es un libro colectivo que aborda la historiografía moderna sobre la Antigüedad clásica y tardía a través del análisis de la vida y de la obra de una serie de figuras destacadas del campo[1]. El objetivo explícito de los compiladores fue “reunir un elenco representativo de la evolución de la disciplina y de sus diferentes tendencias y escuelas, subrayando precisamente los puntos de inflexión más destacados en esa evolución” (p. 8). No sorprende entonces que la enorme mayoría de los autores tratados provenga de Europa occidental o que hayan desarrollado allí su carrera académica[2].

Cada capítulo de la obra está dedicado a un/a historiador/a y respeta una cierta estructura interna que incluye datos biográficos básicos; formación académica; contexto histórico; carrera institucional y temas, problemas y recepción de su obra. Cómo estos aspectos están ponderados varía por supuesto entre una contribución y otra. El resultado es un texto de unas 400 páginas aproximadamente, en el que se abordan en profundidad las vidas de auténticos forjadores del campo de la historia antigua. En suma, un libro rico y diverso, difícil de reseñar en unas pocas páginas.

Los autores son académicos españoles y latinoamericanos procedentes de diversas instituciones, hecho que pone de manifiesto no solo el importante grado de desarrollo que tiene hoy día la historia antigua en el mundo de habla castellana, sino también, como señalan los propios compiladores, los vínculos profesionales anudados a ambos lados del Atlántico.

El primer estudio está dedicado a Edward Gibbon (1737-1794). Eleonora Dell’Elicine centra el foco de su análisis en su The Decline and Fall of the Roman Empire (1776-1789), dando cuenta de su inserción en el marco de un proyecto iluminista de más largo alcance. Lejos de proponer una causa unívoca de la “decadencia y caída” del imperio, Gibbon analiza diferentes cambios repentinos pero profundos en el largo periodo transcurrido entre los Antoninos y la caída de Constantinopla, atendiendo no solo al territorio del Imperio romano/Bizancio, sino a las sociedades que entraron en contacto con este. La autora advierte asimismo la enorme y duradera relevancia que tuvo la obra, particularmente por el marco espacial y temporal elegido, por sus planteamientos sobre los bárbaros y la por la “idea de Europa” allí presente.

Los cuatro capítulos siguientes están dedicados a historiadores decimonónicos. Laura Sancho Rocher se ocupa de Georges Grote (1794-1871), quien también desarrolló una obra fuertemente vinculada a un proyecto político (en este caso democrático). La autora se enfoca lógicamente en la monumental History of Greece (1846-1856), tanto en sus planteos como en su recepción. El contexto de publicación de la obra es el del cierre del ciclo de las revoluciones burguesas y el recelo hacia las ideas democráticas por parte de las corrientes liberales. Allí, Grote “reivindicó el sistema democrático ateniense como modelo en el que deberían inspirarse las reformas necesarias en la política británica” (p. 31). Y más allá de que la autora apunte diversos aspectos superados de la obra del británico, propone una vigencia en la mirada apologética de la democracia antigua en historiadores actuales como Mogens H. Hansen (e. g. 1996) o Josiah Ober (e. g. Ober y Hedrik,1996).

Johann Gustav Droysen (1808-1884) tuvo una producción académica más diversa. Si bien Gloria Morada debida cuenta de ello, su tratamiento profundiza naturalmente en los aportes del autor a la historia antigua, fundamentalmente su Historia del Helenismo (1836-1843), una obra seminal en los estudios sobre el periodo. Droysen puso la piedra basal de la superación del juicio negativo sobre el helenismo[3]. Pero su obra fue revalorizada mucho tiempo después, por historiadores como M. I. Rostóvtzeff y Arnaldo Momigliano, quien no obstante objetó su negativa a reconocer el papel fundamental de los judíos en el periodo.

Para Antonio Duplá, Theodor Mommsen (1817-1903) jugó un papel destacado en el reemplazo en el marco académico alemán de un “filohelenismo estetizante” por una “ciencia de la Antigüedad” positivista y altamente especializada. Este fue el resultado sobre todo de su labor como “organizador científico” en el marco de la Academia de Ciencias prusiana en Berlín. Más allá de esto, Duplá subraya la innovación de Mommsen en la utilización de fuentes como la numismática, la epigrafía y la arqueología para el análisis histórico. También se explaya sobre su producción historiográfica, notablemente sobre Historia de Roma, una obra que por otro lado transmite las inquietudes políticas contemporáneas de su autor.

Finalmente, el caso de Numma Dennis Fustel de Coulanges (1830-1889) es también el de un protagonista de la transición hacia el cientificismo histórico (aunque anterior al “momento metódico” de lectura crítica de las fuentes). Se trata además de un medievalista e historiador de los orígenes de la nación francesa, más que de un historiador de la Antigüedad clásica. Por eso Grégory Reimond lo caracteriza como “hombre de un solo libro” (La ciudad antigua, 1864) y destaca su rol como formador de la elite republicana de los años 70y 80 del siglo XIX desde la École Normale Supérieure. Reimond da debida cuenta de la complejidad, riqueza e influencia de la citada obra, tarea para la que recurre a los valiosos aportes de François Hartog (1988). Una particularidad que atraviesa varios de los casos analizados hasta aquí es la íntima vinculación entre la obra y la vida política activa.

A caballo de los siglos XIX y XX vivió Jane Ellen Harrison (1850-1928). Rosa María Cid López nos presenta una figura singular, con una intensa actividad feminista. Sus investigaciones académicas se centraron en los aspectos religiosos del mundo griego, fundamentalmente en el ritual. Sus puntos de vista arraigaron en un puñado de académicos contemporáneos con los que formó el “Círculo de Cambridge”, aunque ocupó un lugar relativamente marginal en el mundo universitario de su tiempo. En opinión de Cid López esto se explica en parte por su condición femenina. Finalmente, aunque sus tesis sean hoy insostenibles (e. g. la existencia de un matriarcado primitivo), resulta actual para la autora de este capítulo su mirada interdisciplinar (su apoyo en la antropología y el psicoanálisis).

Ligeramente más tardía fue la figura de Mijaíl Ivánovich Rostóvtzeff (1870-1952), historiador ruso que desarrolló sus trabajos más influyentes en el exilio. Estamos ante otro de los padres fundadores de la historiografía sobre la Antigüedad. De entre los más de setecientos títulos publicados, Antonio Aguilera destaca, como es de esperar, The Social and Economic History of the Roman Empire y The Social and Economic History of the Helenistic World, dedicados a la historia socioeconómica del Imperio romano y del helenismo respectivamente. A través de estas obras, Rostóvtzeff se sumergió en la polémica abierta entre Eduard Meyer y Karl W. Bücher sobre la economía antigua, profundizando y corrigiendo las tesis del primero. Como señala Aguilera, con el tiempo el ruso se convertiría en símbolo de las perspectivas modernistas.

Nueve de los autores escogidos para este libro nacieron entre 1893 y 1916. Ello no resulta casual habida cuenta de las profundas transformaciones que se produjeron en el campo de la historiografía antigua en el siglo pasado, particularmente en su segunda mitad, durante la madurez intelectual de estos académicos. Como J.E. Harrison, Eric Robertson Dodds (1893-1979) se destacó en los estudios de la religión antigua, también incorporando los avances de la antropología y de la psicología. En este sentido, su producción estuvo signada por una apuesta metodológica interdisciplinar. Sin embargo, para Ricardo Del Molino García, la obra más influyente de Dodds (Los griegos y lo irracional, 1951) no fue un libro de religión sino un estudio de las mentalidades, que puso el acento en la dimensión no racional del pueblo heleno. Esto supuso avanzar contra uno de los grandes mitos de occidente como era –y es– el de la racionalidad griega. Como en otros autores abordados en esta compilación, el tema no era ajeno al clima de época.

Christian Núñez-López aborda el espinoso capítulo dedicado a Joseph Vogt (1895-1986), poniendo su atención más en su oscuro pasado bajo el nazismo que en su etapa posterior, dedicada al estudio de la Antigüedad tardía. Núñez expone la naturaleza polémica de la obra de Vogt, tanto de los aportes que realizó a la historia romana desde la adscripción a la teoría racial como de las perspectivas anti-marxistas que defendió posteriormente junto a otros historiadores del “círculo de Maguncia”, un proyecto colectivo sobre la esclavitud antigua vigente en la Academia de Ciencias y Literatura de esa ciudad entre 1950 y 2012. Núñez nos recuerda que el de Vogt no fue de ningún modo un caso aislado de académico adherente al nazismo que pudo acomodarse sin dificultades a la realidad alemana de posguerra.

Mikel Gago se ocupa del historiador neozelandés Ronald Syme (1903-1989). Su producción académica se encuadra en el contexto de orientación prosopográfica e interés por las elites de comienzos del siglo XX, que para Gago supuso un alejamiento de la ortodoxia jurídico-institucionalista imperante desde Mommsen. Esto se percibe claramente en su obra más emblemática y que más fuertemente influyó en el campo historiográfico (sobre todo anglosajón): The Roman Revolution (1939). Allí, como en escritos posteriores, se ocupó fundamentalmente de la vida social y política de las elites. Dentro de su vasta producción cabe destacar también Tacitus (1958), Sallust (1964) y sus trabajos en torno a la discutida Historia Augusta. Cabe señalar que para Gago la preocupación de Syme por las condiciones sociales y políticas de las aristocracias lo alejaron de temas que cobrarían fuerza en el siglo XX, entre ellos, la historia socioeconómica.

Pionero en el campo de la historiografía sobre la historia antigua fue sin dudas Arnaldo Momigliano (1908-1987). Como con Rostóvtzeff y M. I. Finley, estamos ante una figura que desarrolló gran parte de su carrera en el exilio. César Serra Martín destaca en su capítulo el tono polémico de las intervenciones académicas del italiano y la inusual amplitud temática de su obra. No se trató de un historiador de grandes monografías, sino de artículos, recensiones y notas críticas. También advierte los cambios de perspectivas a lo largo de su carrera, de un “idealismo de raíz crociana” a una preocupación por las evidencias y los datos empíricos. En ese tono aludido, y en cierto modo en la forma de transmisión de sus elaboraciones, la obra de Momigliano también parece acercase a la de Finley.

Es justamente a este historiador que se dedica el siguiente trabajo, escrito por Ricardo Martínez Lacy. Nacido en Estados Unidos en 1912, su biografía no carece de ribetes novelescos. Fue miembro del PC entre 1938 y 1946 e integró comités de ayuda a Rusia durante la Segunda Guerra Mundial, actividades que fueron oportunamente denunciadas al Senado por Karl Wittfogel y William Canning y que le valieron su expulsión de la Universidad Rutgers. Finley se exiliaría finalmente en Inglaterra, donde desarrollaría una obra llamada a tener un enorme impacto tanto en los historiadores de la Antigüedad como en el público más amplio (incluido el hispanoparlante, gracias a la traducción que se hizo de buena parte de sus publicaciones).Esta difusión tal vez deba mucho a algunos aspectos de la obra de Finley, señalados por Martínez Lacy: sus amplias referencias a investigaciones en Ciencias Sociales o en periodos históricos ajenos a la Antigüedad clásica, la elaboración de modelos explicativos ambiciosos y la discusión de conceptos. Finalmente, el autor considera que para Finley la economía y la civilización antiguas fueron más complejas y desarrolladas que lo que habitualmente suele considerarse. El planteo sirve como advertencia contra el peligro de las miradas simplistas y reduccionistas, aunque resulta difícil no ver en Finley al representante más importante de una interpretación alternativa a la del modernismo de Meyer y Rostóvtzeff (e. g. Bang, 1997).

Santo Mazzarino (1916-1987) es definido por Jordi Cortadella Morral como un “personaje singular” y un “historiador insólito”, por su alejamiento de la vida pública y por la diversidad de sus intereses historiográficos. El capítulo se orienta claramente a una exploración de los aspectos académicos de la intervención de Mazzarino, los temas y periodos abordados y su compleja forma de entender el pasado (afín pero distinta a la del marxismo). Se trata de una obra riquísima y profunda, que tuvo un impacto enorme en el medio académico y cultural italiano. Pero su apartamiento de los asuntos públicos no debe hacer pensar en un personaje poco comprometido. En este sentido, Cortadella Morral advierte la importancia que para Mazzarino tenían las investigaciones sobre el mundo antiguo para la construcción de la cultura moderna, en particular de la europea. Para el italiano, era necesario restaurar una unidad cultural mediterránea perdida en tiempos de Teodosio y Estilicón.

El recorrido continúa con el trabajo de Mariano Requena dedicado a Elena Mikhailovna Staerman (1914-1991), una figura menos alejada del mundo académico occidental que lo que podría suponer se por su inserción en las instituciones educativas soviéticas. En este sentido, Requena observa tanto la proyección internacional que Staerman tuvo desde la década del 50 como su alejamiento de las perspectivas historiográficas soviéticas más dogmáticas (e. g. la idea de la existencia de una revolución servil). Ello sin dejar de sostener una perspectiva marxista y de abordar el mundo de los oprimidos –en particular los esclavos–, como bien señala el autor del capítulo. El caso de Staerman hablaría entonces más de la existencia en la Unión Soviética de ciertos resquicios para el disenso que de un clima hostil hacia los intelectuales[4].

Otra rara avis del mundo académico británico fue Geoffrey E. M. de Ste. Croix (1910-2000), pero más por su biografía –su educación inicial en los preceptos de un catolicismo extremista, su adscripción posterior al socialismo, su formación superior tardía– que por su producción y por los lugares institucionales que ocupó. Como señala Carlos García Mac Gaw, de Ste. Croix puede ligarse tanto al ambiente de los historiadores marxistas británicos contemporáneos como a quien fuera su mentor intelectual, Arnold H. M. Jones. Teórica y temáticamente su obra se emparenta con la de Staerman. Se interesó en la lucha de clases y especialmente en la esclavitud, pero también en el imperialismo ateniense y los prolegómenos de la Guerra del Peloponeso y en el cristianismo temprano. Su obra tuvo un tono claramente polémico, sobre todo en el plano teórico, con elaboraciones que lo llevaron a antagonizar con M. I. Finley respecto de la pertinencia de los conceptos de orden y estatus para el estudio de las sociedades antiguas y a despegarse de los postulados thompsonianos sobre la forma de entender una clase social[5]. Estas ideas fueron desplegadas sobre todo en La lucha de clases en el mundo griego antiguo, libro ambicioso que, como señala García Mac Gaw, tuvo una recepción elogiosa, aunque no exenta de críticas por parte de los académicos, tanto marxistas como no marxistas.

Sigue el tratamiento de dos historiadoras, de una misma nacionalidad y similar objeto de estudio, pero de muy diferente cosmovisión. Julián Gallego es quien se ocupa de Jacqueline de Romilly (1913-2010), helenista de un conservadurismo muy marcado. Gallego destaca la vastedad de una obra centrada en el periodo clásico y en las condiciones abiertas por el desarrollo de la democracia ateniense. Encuentra cuatro grandes áreas de interés en de Romilly: la obra de Tucídides; la tragedia; el pensamiento griego –un eje transversal a toda la obra– y la democracia griega (o más bien ateniense). Su juicio sobre esta última es sumamente crítico, compatible con una concepción elitista pero a la vez meritocrática de la política contemporánea. Tenemos aquí una línea de desarrollo historiográfico claramente apartada de aquella mirada apologética de Grote.

Nicole Loraux (1947-2003) nació más de tres décadas después que de Romilly, pero murió antes; su carrera se vio interrumpida tempranamente a causa de un daño cerebral. Ana Iriarte encuadra la formación académica de Loraux dentro de la perspectiva antropológica de Louis Gernet y la crítica de la idea del “milagro griego” sostenida entre otros por Jean-Pierre Vernant. Esta orientación quedó plasmada en su tesis doctoral sobre los discursos fúnebres atenienses como generadores activos de identidad. De su producción posterior, Iriarte destaca sobre todo su propuesta rupturista de pensar lo político como terreno de la stasis y no del consenso[6] (contra por ejemplo de Romilly), su restitución de la dimensión política de lo femenino (a diferencia de Claude Mossé) y su defensa de un uso controlado del anacronismo en la práctica historiográfica.

El último capítulo de este libro es el único consagrado a un historiador vivo: Peter Robert Lamont Brown (1935). Su formación inicial en Oxford fue en historia medieval y moderna, pero luego se decantó por los estudios del periodo tardoantiguo, influenciado por Henri I. Marrou, A. H. M. Jones y otros autores. En su estudio, Clelia Martínez Maza destaca el impacto inmediato de sus dos primeras obras importantes –ambas destinadas a un público más amplio que el especializado–: su biografía de Agustín de Hipona (1967) y, sobre todo, su The World of Late Antiquity (1971). Esta última abriría todo un nuevo campo de investigación historiográfico preocupado por aspectos socioculturales y religiosos dentro de un amplio arco geográfico y temporal (el mundo del Mediterráneo y el Oriente Próximo entre los siglos III y VIII)[7]. Se revelaba en ese texto y en este proyecto la influencia de Annales y el compromiso con la longue durée. Pero para la autora la novedad no radicó tanto en la periodización propuesta –otros ya habían pensado en una unidad mediterránea hasta los árabes–, como en la invitación a considerar la Antigüedad tardía en términos de continuidad y transformación antes que de crisis y decadencia. El contraste con la mirada de Gibbon no puede ser más evidente. La carrera posterior de Brown estaría signada mayormente por trabajos más específicos dedicados a diversas temáticas en torno al proceso de cristianización como las formas de santidad y las prácticas ascéticas y el problema del poder y la riqueza, siempre desde una perspectiva antropológica. El impacto de su obra ha sido tan importante que no solo es posible identificar fácilmente historiadores y proyectos influenciados directamente por su mirada, sino que centros de investigación y revistas han recogido el guante de sus desafíos intelectuales. Sin embargo, cabe destacar también la mención de Martínez Maza a los críticos de Brown, que sobre todo en este siglo han vuelto a poner el acento en la ruptura y el cambio, atendiendo particularmente a los aspectos políticos, militares y económicos del periodo[8].

Uno podría sin mucho esfuerzo enumerar historiadores excluidos de esta compilación. Se ha mencionado al pasar en más de una ocasión a A. H. M. Jones[9], antecesor de Momigliano en su cargo en el University College de Londres y maestro de G. E. M. de Ste. Croix. También a E. Meyer, padre de las perspectivas modernistas en historia antigua[10]. La lista podría extenderse sin dificultad, pero la selección hecha resulta coherente con los propósitos trazados por los compiladores. El libro constituye además un valioso aporte para el apuntalamiento de un campo con escaso recorrido en el mundo académico hispanoparlante como es el de la historia sobre las formas de abordar la historia antigua clásica y tardía. Un campo que tiene interesantes perspectivas de desarrollo si, como en la obra que hemos presentado, se incorporan a los problemas tradicionales de la historia de la historiografía enfoques provenientes de la historia de los intelectuales y particularmente de la biografía intelectual[11].

 

Bibliografía

Altamirano, C. (2013). Intelectuales. Notas de investigación sobre una tribu inquieta. Buenos Aires: Siglo XXI.

Anderson, P. (1986). “La lucha de clases en el mundo antiguo”. Zona abierta, 38, 41-69.

Bang, P. F. (1997). “Antiquity between ‘Primitivism’ and ‘Modernism’”. Arbejdspairer Center forKulturforskning, Aarhus Universitet, 57.

Bugh, G. I. (2006). “Introduction”, en G. I. Bugh (Ed.). The Cambridge Companion to the Hellenistic World (pp. 1-8). Cambridge: Cambridge University Press.

Bourdieu, P. (2008 [1984]). Homo academicus. Buenos Aires: Siglo XXI.

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Hansen, M. I. (1996). “The Ancient Athenian and the Modern Liberal View of Liberty as a Democratic Ideal”, en J. Obery C. Hedrik (Eds.). Dēmokratia. A Conversation on Democracies, Ancient and Modern (pp. 91-104). Princeton:Princeton University Press.

Jones, A. H. M. (1964). The Later Roman Empire. A Social Economic and Administrative Survey (Vol. 2). Oxford: BasilBlackwell.

Hartog, F. (1988). Le XIXe siècle et l’histoire. Le cas de Fustel de Coulanges. París: Presses Universitaires de France

Heather, P. (2005). The Fall of the Roman Empire: A New History of Rome and the Barbarians. Oxford: Oxford University Press.

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Hobsbawm, E. J. (1998). Historia del siglo XX. Buenos Aires: Crítica.

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Ward-Perkins, B. (2005). The Fall of Rome and the End of Civilization. Oxford: Oxford University Press.

Wickham, C. (2005). Framing the Early Middle Ages. Europe and the Mediterranean, 400-800. Oxford: Oxford University Press.

 

 

[1] Para los nombres rusos sigo la transliteración utilizada en el presente libro.

[2] Una excepción notable es la de Elena M. Staerman. Mijaíl I. Rostóvzeff era ruso, Moses I. Finley estadounidense y Ronald Syme neozelandés, pero todos desarrollaron el grueso de su carrera en Europa. Solo Peter R. L. Brown recorrió el camino inverso, desde Irlanda hasta Estados Unidos, pero difícilmente podamos considerar las universidades de Berkeley y de Princeton donde se asentó como instituciones académicas marginales

[3] Ese juicio goza aún de vitalidad en opinión de G. R. Bugh (2006, p. 1).

[4] Aquí Requena sigue los planteamientos de Hobsbawm (1998) antes que los de Heinen (2010), basados estos últimos en las memorias de la medievalista Evgeniia V. Gutnova.

[5] Esta última cuestión es analizada en Anderson, 1986.

[6] Estas discusiones no se circunscriben a la historia política griega. Para la historia de la República romana véase las reflexiones de Antonio Duplá (2007: esp. 196-199).

[7] Una “esplosione di Tardoantico” en palabras de Andrea Giardina (1999).

[8] La autora menciona entre otros a Peter Heather (2005) y Bryan Ward-Perkins (2005). No puedo dejar de agregar aquí la enorme influencia que han tenido los aportes de Chris Wickham a la historia económica y social del periodo (e. g.2005).

[9] La influencia de su The Later Roman Empire (1964) ha sido enorme. Véase al respecto Gwynn (2008).

[10] Pero no ha habido un tratamiento en profundidad de la obra de este historiador fuera del ámbito académico germanoparlante.

[11] Una primera aproximación al problema de los intelectuales en Altamirano (2013). Sobre los académicos puede consultarse más específicamente el tratamiento de Bourdieu (2008). Véanse finalmente las reflexiones de F. Dosse (2007, p. 377-426) sobre las particularidades de la biografía intelectual.

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