Rey Desnudo. Revista de libros, núm. 16, 2020

por Jorge Ariel Eberle

Universidad Nacional de General Sarmiento

 

Resulta notable la cantidad y calidad de la producción historiográfica de la Universidad del País Vasco en muchas parcelas historiográficas. El texto de Jonatan Pérez Mostazo se inscribe en el marco de este crecimiento, cruzando dos especialidades (Historia Antigua e Historia Contemporánea) en clave de recepción.

El libro indaga en los múltiples modos en que la Antigüedad fue utilizada en el País Vasco durante el siglo XIX, interviniendo siempre de modo persuasivo en políticas de coyuntura, con vistas a formar, consolidar o confrontar representaciones identitarias. Se trata sin duda de un texto dirigido a un público múltiple, debido a la actualidad y sensibilidad de los temas que aborda. Logra esta llegada sin deponer rigor académico: resulta ciertamente un libro bien escrito tanto desde el estándar de los estudios sobre la Antigüedad clásica como del estilo elegido para abordar los temas. Su estrategia discursiva funciona para conservar la atención y el interés de diferentes tipos de lectores.

Para lograr su propósito, Pérez Mostazo organiza su libro en dos partes, contando con tres capítulos cada una. En la primera parte presenta un acercamiento cronológico al fenómeno de la recepción de la Antigüedad en la cultura vasca del siglo XIX. En este contexto, examina las representaciones de la Antigüedad y como éstas se vinculan con el contexto político institucional, social, ideológico y cultural del momento.

El primer capítulo del libro, “El ocaso del absolutismo (1795-1833)”, inicia con la llegada de los primeros Borbones a España en el siglo XVIII y la constitución de una República de Letras conformada por la elite artística, científica y cultural local. Recordemos que, con la instalación de la monarquía borbónica, las provincias vascas y Navarra quedaron como únicos territorios hispánicos con ordenamientos jurídicos e instituciones particulares, situación que el “foralismo” intentará defender y legitimar. En este contexto, la Real Academia de Historia fue la institución con más influencia en la construcción de un discurso sobre el pasado. El capítulo finaliza con la invasión de Napoleón y la promoción de regímenes de inspiración liberal que pretendían la unificación jurídica del reino bajo premisas revolucionarias. A diferencia de lo acontecido en el siglo XVIII y en las últimas décadas del absolutismo, el autor concluye que durante los primeros años del siglo XIX el pasado vasco quedó relegado del debate político oficial.

En el segundo capítulo, “Entre las dos guerras carlistas (1833-1872)”, Pérez Mostazo explora la situación que se abre con el reconocimiento de la autonomía foral para las provincias vascas y Navarra, muerto ya Fernando VII y establecido el régimen liberal en España. El autor constata que el fuerismo no desapareció tras el reconocimiento institucional de la foralidad vasca, sino que se consolidó en cambio como una ideología defensiva que, al tiempo que concebía al País Vasco como integrante de la nación española, lo presentaba como el exponente más original de lo español.

En el capítulo que concluye la primera parte, “El último cuarto del siglo (1872-1900)”, el autor nos traslada a la segunda guerra carlista iniciada en 1872. Tras la instauración borbónica, los fueros resultaron definitivamente abolidos con la ley de 1876, provocando un crecimiento del sentimiento fuerista vasco. La situación dio lugar a la creación del Partido Nacionalista Vasco de Sabino Arana que consideraba a la identidad vasca como separada de la identidad española. En este contexto recurrió a la Antigüedad para identificar los males que acechaban a la sociedad vasca de su tiempo.

La segunda parte del libro plantea un acercamiento temático, articulado alrededor de aquellos aspectos que mayor presencia tuvieron en las diversas aproximaciones al pasado vasco durante el periodo. Cada una de las temáticas es introducida presentando una visión general del contexto europeo inmediato. Para esta tarea, el autor toma en consideración fuentes históricas particularmente relacionadas con autores greco-romanos.

El periodo considerado a lo largo del libro se extiende desde la primera presencia militar romana en la península ibérica en 218 a. C. hasta el apogeo del Imperio romano durante los siglos I-III d. C. Asimismo, al referirse al pasado vasco, se hace hincapié en todos aquellos grupos de población que se localizaron entre el Pirineo occidental, el Atlántico y el Ebro, entre los que se distinguen los pueblos cántabros, autrigones, caristios, várdulos y finalmente los vascones.

En esta segunda parte el autor pone énfasis en las constantes controversias y debates entre distintas posturas a raíz de las dificultades que conlleva analizar el pasado vasco. Resulta claro que, a lo largo del periodo analizado, la apelación al mundo antiguo como fuente y origen de los rasgos particulares de las naciones resultó un recurso útil para legitimar discursos y políticas. Esta circunstancia a su vez redundó en la promoción de la disciplina histórica y de la arqueología como herramientas privilegiadas para construir los relatos nacionales. La operación en el País Vasco, afirma el autor, resultaba especialmente difícil debido a la escasez de fuentes disponibles.

La mayor parte de los autores del siglo XIX examinados por Pérez Mostazo no se posicionaron de modo uniforme y definitivo en relación al problema de autonomía o dependencia de los vascos durante la Antigüedad. A lo largo de esta parte, el autor saca a la luz una panoplia de discursos que relativizaron tanto un extremo como otro.

Pérez Mostazo afirma que los temas, motivos y debates más frecuentes en relación a la Antigüedad estaban vinculados principalmente al grado de influencia romana, al tópico del primitivismo vasco y a la religión, que fueron utilizados para poder enlazar el pasado de la Antigüedad con el presente de cada época. Para dar cuenta de esto, se recurrió a la arqueología, la historiografía y la etnografía del momento, tanto con vistas a defender las tesis de la independencia como para justificar la posición contraria, aquella que sostenía una subyugación completa. La visión general de los autores analizados en la obra distinguía algún tipo de influjo romano sobre los antiguos vascos, pero consideraban a esta influencia como negativa y perjudicial. Pérez Mostazo argumenta que esta influencia romana sobre los territorios vascos no fue para nada fácil de demostrar.

Al avanzar en el libro, el autor pone en evidencia las distintas hipótesis vinculadas a los contactos entre romanos y vascos. Una de las hipótesis más aceptadas fue la existencia de una alianza, pacto o convenio entre los antiguos vascos y los romanos, que habría permitido a los primeros preservar su independencia y sus atributos singulares durante toda la época antigua. Algunos autores de la generación romántica comenzaron a considerar a las montañas vascas como el gran reservorio de la independencia del pueblo, tanto por la oposición armada que pusieron sus habitantes, como por el poco interés que este ofrecía para los romanos. Para las corrientes opuestas, este aislamiento se consideraba por completo negativo porque reenviaba a un aislamiento de las corrientes civilizadoras introducidas por los conquistadores.

Otro punto de discusión importante era el de la combatividad ancestral, que se subrayaba mediante la asociación de los antiguos vascos con los cántabros. De acuerdo a lo que demuestra el autor, el tópico de la agresividad de los antiguos vascos continuó siendo elogiado por historiadores, políticos y literatos durante todo el siglo XIX. Asimismo, junto al tema de la resistencia, se hacía hincapié en el de la libertad, principalmente a partir de los fueristas. Por el contrario, la corriente nacionalista española veía en la combatividad un mal permanente entre los vascos, que resultaba imperativo suprimir. De hecho, las imágenes sobre el primitivismo vasco fueron también engendradas e instrumentalizadas desde la propaganda nacionalista española en el marco de la última contienda carlista, identificando a todos los vascos con los carlistas y a estos últimos con distintos bárbaros y pueblos incivilizados.

Tan en la agenda como los temas ya señalados, otro de los temas frecuentes que movilizaba el recurso a la Antigüedad está vinculado con la religión. La singular relevancia que tuvo la fe católica en la ratificación de la identidad vasca durante el siglo XIX llevo tanto a neocatólicos como a carlitas a remontar la práctica de la fe monoteísta al principio de los tiempos. De acuerdo a esta visión, los pueblos conquistadores resultaban portadores del paganismo. En la vereda opuesta, la crítica ilustrada ponía en duda el monoteísmo ancestral de los vascos, pero la erudición vasca del siglo XIX pronto volvió a aceptarlo como elemento necesario de sus visiones del pasado.

De acuerdo al autor, los usos del pasado clásico implementado en aras del nacionalismo vasco no fueron en términos generales originales ni en sus inquietudes ni en las discusiones planteadas. Antes bien, esta operación resultaba para la época un fenómeno a escala continental, identificable en un número considerable de ámbitos del Occidente europeo como España, Francia, Reino Unido o Alemania. El autor resalta a la diversidad y multiplicidad de registros como uno de los aspectos más dignos de mencionar en la recepción de la Antigüedad realizada por los vascos. A través de una variedad de tópicos, imágenes o interpretaciones del pasado antiguo, el libro analiza distintas etapas. En todas ellas, las miradas sobre el pasado remoto no solo fueron diversas entre los vascos, sino verdaderos artefactos armados para confrontar, montados como réplicas a posiciones históricas opuestas.

Una segunda conclusión del libro es que las representaciones del pasado resultan siempre inestables, cambian conforme a las modificaciones que experimenta la sociedad: en este caso, se modifican acompañando las transformaciones de la sociedad vasca. La coyuntura política, la autoridad y la elaboración de un discurso sobre el pasado constituyen fenómenos conectados. En otras palabras, la representación de la Antigüedad que se proponía se veía alterada de acuerdo al contexto ideológico y la posición que se hacía de cada uno de los actores intervinientes en la disputa política y representaciones identitarias.

El texto analiza los múltiples modos en que la Antigüedad fue sistemáticamente utilizada para resolver el lugar que los vascos habían ocupado y debían ocupar en relación a España y la nación española. En esta apelación al pasado clásico, las interpretaciones y énfasis variaron conforme a los proyectos políticos del presente en disputas. Una de ellas estuvo vinculada a la defensa o el juicio de la secular autonomía vasca y su aspirada representación jurídica, los fueros.

La Antigüedad se aprovechó también para proveer a la comunidad etno-regional vasca de un discurso épico de los primeros instantes de su historia, sustentado en una secuencia de glorias patrias. Inclusive, muchos de los autores que invocaron a la Antigüedad, lo hicieron con el propósito de encontrar, en los textos grecolatinos, la naturaleza que habría caracterizado a sus antepasados o con la finalidad de proyectar al pasado remoto los componentes identitarios que habrían particularizados la comunidad etno-regional vasca durante la historia.

Para el autor, los proyectos que se conciben en función de pasados tan distantes propenden a ofrecer representaciones sociales más cerradas, menos permeables a los cambios y a la integración de las novedades. De esta forma, las definiciones identitarias en este caso de los vascos deberían privilegiar —afirma Pérez Mostazo— el análisis del pasado reciente y de un presente múltiple, diverso y pluricultural, antes que remontar a lo lejano de la Iberia antigua. Esta última idea recorre de modo coherente la propuesta del autor: no se encuentra en el texto ninguna respuesta única a la cuestión de la identidad y es muy probable que no la haya. En definitiva, la obra de Pérez Mostazo contribuye a una comprensión de los nacionalismos y del vasco en especial, como artefactos discursivos complejos y cuidadosamente armados. Definitivamente, el autor consigue hacernos pensar sobre el papel que le cupo a la Antigüedad en la confección de los discursos políticos e identitarios en tiempos no tan lejanos.

A lo largo del volumen advertimos un sólido manejo por parte del autor tanto en materia de Historia Antigua como de Historia Contemporánea, emprendiendo con coherencia las preguntas que había suscitado al comienzo de la obra. En suma, la obra de Jonatan Pérez Mostazo viene a mostrarnos cómo el nacionalismo vasco, lejos de ser un sentimiento esperable que permanece fiel a una identidad ancestral, es el resultado complejo de muchas tradiciones en las que la Antigüedad vino a jugar un rol clave. Su texto es resultado de una sociedad ya madura que no necesita representaciones únicas para mirar al futuro.

 

Obras relacionadas