Cuadernos de Historia Contemporánea, vol. 42, 2020

por Pedro Ribas Ribas

Catedrático emérito de Filosofía (UAM)

 

Es de alabar la iniciativa de reeditar este libro de Manuel Núñez de Arenas, que es su tesis doctoral, defendida en 1915 y publicada ¡en Francia! en 1924. María José Solanas Bagüés escribe un estudio introductorio que sitúa muy atinadamente la figura y la obra del autor, uno de tantos intelectuales españoles cuya trayectoria, atravesada por dictaduras y destierros, discurre muy condicionada por tales circunstancias. Su destierro en Francia, especialmente en Burdeos, lo aprovechó con mucho acierto para contactar con grandes hispanistas franceses que supieron valorar su trabajo y animarle a proseguirlo.

Solanas Bagüés comienza su documentada introducción reproduciendo el expediente abierto contra Núñez de Arenas por el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, “depuración comunista”: «Se le consideró siempre como persona de ideas izquierdistas, conociéndosele entre sus compañeros por el apodo el comunista, pero nunca fue destacado hombre de acción» (p. VII). Nada tiene, pues, de extraño que el silencio, cuando no la crítica denigratoria (la de Carmelo Viñas, por ejemplo) haya acompañado su obra durante la dictadura franquista, hasta que su discípulo Manuel Tuñón de Lara lo rescató parcialmente en su libro de 1970 Medio siglo de cultura española, rescatado también por Urgoiti Editores en fechas recientes.

En cuanto al contenido de la tesis de Núñez de Arenas sobre Sagra, no es, como él señala oportunamente, «una biografía completa, sino un esbozo de historia espiritual de un hombre que reflejó la vida de su tiempo en sus escritos» (p. 5). Si Núñez de Arenas es un intelectual olvidado, Sagra, el autor estudiado por Núñez, no ha tenido tampoco un gran reconocimiento, aunque sí gozó de apoyo oficial del Estado para sus investigaciones. Al final, sin embargo, terminó abandonado.

Ramón Dionisio de la Sagra y Périz (La Coruña, 1798-Neuchâtel 1871) estudió en la Universidad de Santiago de Compostela matemáticas y medicina. Núñez de Arenas anota que Sagra escribió sobre Kant, pero, tras reconocer que en 1819, cuando lo menciona, no sólo no estaba traducido al español, sino ni siquiera al francés, que era entonces el vehículo normal para obras escritas en alemán, concluye que «no se puede juzgar en firme de si Sagra tenía verdadero conocimiento de la filosofía alemana» (p. 11). A la luz de lo que hoy conocemos de la recepción de Kant en España, lo más probable es que conociera sólo fuentes secundarias, quizá el libro del holandés Kinke, Essai d’une exposition succinte de la Critique de la raison pure, Amsterdam, 1801, o bien el de Charles Villers, publicado el mismo año en Metz, Philosophie de Kant, ou principes fondamentaux de la philosophie transcendentale. En todo caso, Sagra no es el “primer revelador de Kant en España” si esto quiere decir el primero que habló de él en nuestro país (Véase, sobre ello, Nazzareno Fioraso, De Königsberg a España. La filosofía del siglo XIX en su relación con el pensamiento kantiano. Valencia, Editorial cultural y espiritual popular, 2012).

Núñez de Arenas atribuye el general desconocimiento de Sagra al desconocimiento de la historia del siglo XIX en España. Solanas Bagüés cita este texto de Núñez, de 1927: «Nuestra historia del siglo XIX se ha escrito hasta ahora, en general, sea por actores de los sucesos, sea por literatos que han despreciado la rebusca paciente en los archivos: Además, nuestra perpetua guerra civil hace imprescindible el bucear, no sólo en los archivos españoles, sino en muchos del extranjero. De un laborioso acopio de documentos podrá salir un día la verdadera narración de los sucesos del siglo pasado» (p. LVII). De ahí precisamente la importancia de la tesis ahora reeditada.

Sagra suele ser mencionado como reformador social, y lo es sin ninguna duda. Su interés por la educación, especialmente la primaria, le convierte en una figura insoslayable en la historia de las ideas pedagógicas. Los informes de sus viajes a distintos países (Estados Unidos, Francia, Holanda, Alemania, Bélgica, Inglaterra), en los que observa y compara sus programas educativos, constituyen una documentación esencial en ese terreno. Pero sus estudios sobre instituciones penitenciarias, como también de técnicas industriales o sus trabajos de naturalismo, de sociología, sus propuestas de reforma, constituyen aportaciones muy relevantes, no en el sentido de haber creado una teoría original de gran calado o de especial influencia, sino en el de su constante preocupación por la educación y por la manera de extenderla en el pueblo, de hacerla popular, elevando el nivel de conocimientos, tanto en el terreno profesional y técnico como en el moral y estético. Naturalmente, su posición debe mucho a autores franceses como el barón de Colins o Pierre-Joseph Proudhon, lo que indica la relación de Sagra con el socialismo utópico.

Que Sagra, junto con Sixto Cámara, Flórez Estrada, Costa y los krausistas, haya estudiado profusamente el problema social, el de la desigualdad y la forma de llegar a una sociedad armónica, le incluye entre las figuras destacadas en los estudios referidos a la reforma social. Es justamente lo que hace Núñez de Arenas en la tesis, que incide mucho en este carácter de reformador del coruñés, en cuya trayectoria resalta el giro que supone el haber encontrado su auténtico camino, el de la reforma, descubriendo el lado económico que alimenta el conflicto entre poseedores y desposeídos. Su estancia en París le facilitó el conocimiento de filántropos como Alban de Villeneuve-Bargemont, quien escribió una Économie politique chrétienne. En las Lecciones de economía social (1840) que dio Sagra en el Ateneo de Madrid, se nota el espíritu de progreso, de mejora que ha traído la idea de revolución. Pero esa idea, que propone con claridad lo que hay que destruir, deja en segundo plano lo que hay que fundar. La defensa que hace aquí del municipio, propugnando su autonomía respecto del poder central, parece muy acorde con las propuestas de Costa y de los krausistas al respecto. Núñez advierte que, según avanzan esas Lecciones, deja Sagra de basarse en Villeneuve-Bargemont para basarse en Pecqueur, «que precede en muchos extremos a Marx» (p. 95). Sin duda es uno de los aspectos que interesan a Núñez, el mostrar que las ideas sobre reforma social no están ausentes en la España del siglo XIX, sino que tienen presencia en figuras tan internacionalmente reconocidas como Sagra, quien escribía en 1841: «¿Cuál es la condición indispensable para su [del proletario] existencia y sin la cual perece de hambre? El ejercicio de su inteligencia y de sus fuerzas, o sea el trabajo. Luego la sociedad debe asegurar trabajo al proletario, del mismo modo que asegura la propiedad al propietario. Si procede con desigualdad es injusta y el título de libres que concede a los poseedores sólo de inteligencia y de fuerza es un verdadero sarcasmo» (p. 101).

Sagra escribe con mentalidad europea y mundial, aunque leídas desde hoy sus reflexiones y propuestas reflejen una época en que la industria se hallaba en sus comienzos y la agricultura y posesión de la tierra tengan un papel que no es el de hoy. Pero esa Historia física, política y natural de Cuba, editada en París en 13 volúmenes, entre 1842-1861, publicada simultáneamente en francés, una obra que Sagra consiguió, con orgullo y mucha pasión, que saliera a la luz, es una faceta que debiera convertirle en el Humboldt español. Las preciosas láminas de esta obra, de verdadera factura artística, hoy tan difícil de encontrar, sirvieron al parecer para decorar el despacho de algún ministro.

La presente edición vincula de manera ejemplar a dos figuras importantes de nuestra historia intelectual y política, la de Núñez de Arenas, como filósofo interesado en la historia del socialismo y a Sagra como una de las figuras relevantes de los comienzos de esa historia. Ojalá cunda la iniciativa de recuperar a nuestros autores editándolos tan cuidadosamente como se hace aquí con la tesis de uno sobre el otro.

 

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