Passés Futurs, 13, junio 2023

por Lara Campos Pérez

Universidad de Cantabria

 

Que el relato de los hechos del pasado no solo podía, sino que debía realizarse de una manera distinta de como se había hecho hasta entonces fue probablemente la inquietud intelectual que de forma más persistente y profunda atravesó el pensamiento y el quehacer profesional de Rafael Altamira. Esa forma distinta de narrar el devenir de los pueblos para él quedaba sintetizada en el término “civilización”; término que definió en numerosas ocasiones a lo largo de su vida hasta lograr dar cabida en él a todo aquello que era fruto de la actividad humana: desde las realizaciones materiales hasta las aportaciones intelectuales, desde las grandes gestas encabezadas por personajes singulares hasta los actos de la vida cotidiana de las mayorías. El de civilización era para Altamira un término elástico y abarcador, cuyo límite venía marcado únicamente por la acción de la naturaleza; era, por tanto, la única forma cabal de acercarse a una comprensión profunda e integral del pasado.

            Con esa idea en mente, muy próxima a la historia total que preconizaría posteriormente la escuela de los Annales o a la historia de lo político que definiría unas décadas más tarde, entre otros, el filósofo Claude Lefort, entendiendo por tal aquella que busca analizar desde sus múltiples manifestaciones el diseño de lo social; bajo esa idea, decimos, Rafael Altamira encaró el encargo que le hizo el editor Soler en 1902 de redactar una Historia de España, que debía arrancar con los primeros pobladores de la península y continuar hasta el siglo XIX (aunque en las sucesivas versiones de este texto, hasta la que se presenta en esta edición de Urgoiti de 2022, el relato se extendió hasta las tres primeras décadas del siglo XX). El “librito” ‒como nos recuerda José María Portillo Valdés que el propio Altamira se refería a esta Historia de la civilización española‒ no era una obra para especialistas, sino dedicada al gran público; es decir, una obra con una marcada vocación divulgativa, que debía proporcionar a sus lectores una visión global de lo acontecido en el territorio peninsular a lo largo de los siglos. Y, por eso mismo, como explicaría décadas más tarde el historiador alicantino, debía quedar plasmado en ella ese enfoque integral con el que debía ser comprendido el pasado, superando las interminables listas de reyes y reinados de las que con justeza se quejaría Manuel Azaña en El jardín de los frailes; pero sin suprimirlas tampoco, porque aquellos, igual que el resto de individuos anónimos que habían habitado la península, habían dejado vestigios que permitían un acercamiento más exacto a las civilizaciones pretéritas. El carácter divulgativo de la obra debió resultar, asimismo, atractivo para este historiador, que desde fecha temprana relacionó la escasez de conocimientos históricos de los españoles con el anticuado método pedagógico con el que se enseñaba esta disciplina.

Por eso, esta Historia de la civilización española no solo está redactada de forma clara y con un lenguaje preciso, sino que presenta una narración dinámica, en la que las descripciones se conjugan a la perfección con el relato de los acontecimientos y en la que las ideas se ejemplifican con contundencia, pero sin incurrir en la redundancia de las obras académicas. Todo ello, como advierte José María Portillo, sin perder de vista ni un momento el rigor metodológico y sin traicionar una honestidad intelectual que le impedía hacer afirmaciones categóricas cuando los vestigios del pasado resultaban insuficientes para ello. Un rigor y honestidad, que, como buena obra de su tiempo, no pudo esquivar cierto teleologismo, sobre todo a la hora de explicar la conformación y desarrollo de la nación española; lo que no obsta para que la obra continúe resultando plenamente vigente para un lector del siglo XXI que, como señalaba el propio Altamira, quiera acercarse al relato del pasado “del pueblo (o los pueblos) español[es]” hasta 1945.

Pero además del texto propiamente dicho de la Historia de la civilización española, esta edición de Urgoiti ‒a cuya factura me referiré un poco más adelante‒ incluye un “Prólogo”, redactado por el propio Altamira en 1946, que puede considerarse un auténtico manual sobre el oficio de historiador, tanto desde un punto de vista filosófico como práctico. En este texto, Altamira no solo narra la génesis de la obra y el periplo por el que había pasado desde su primera publicación y hasta aquella fecha, sino que da una explicación pormenorizada y mucho más ambiciosa de la forma en la que él entiende el término civilización, hasta convertirlo, prácticamente, en un método histórico, el único que permitiría acercarse de forma integral y crítica al pasado.

A la significación de estos dos textos se suma el magnífico estudio introductorio de José María Portillo Valdés, quien, con también enorme rigor, pero al mismo tiempo con suma sensibilidad se asoma a la vida y obra del historiador alicantino. Reflejado en el gran espejo de Altamira ‒al que todos los historiadores deberíamos asomarnos‒, Portillo Valdés presenta una radiografía de las líneas maestras que marcaron su quehacer historiográfico y que, de forma sintética, quedaron recogidas en esta Historia de la civilización española: su amor a la patria, que fundaba en un profundo conocimiento histórico de ella; su comprensión integral del pasado, solo accesible a través de su estudio como civilización; y la pretensión de explicar la dimensión imperial de España, entendida esta no como un sometimiento político sobre ciertos territorios ‒fundamentalmente Hispanoamérica‒ a la monarquía hispánica, sino como la capacidad de un pueblo para transmitir los principios sobre los que se apoyaba su civilización a otras regiones, con las que acabaría conformando una comunidad que trascendería los lazos políticos, rotos a partir del arranque del siglo XIX.

Estas preocupaciones intelectuales se reflejaron también, como muestra Portillo Valdés, en la manera en que Altamira decidió habitar este mundo. Republicano a fuer de liberal, congruente con sus convicciones y movido probablemente por una desaforada sed de conocimiento y de curiosidad, el historiador alicantino fue uno de los primeros embajadores culturales en América en el arranque del siglo XX, uno de los grandes promotores de la inclusión de modernos métodos pedagógicos para la enseñanza de la Historia ‒tema al que dedicó su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia‒ y, desafortunadamente, uno más de los grandes intelectuales españoles de aquellas primeras décadas del siglo XX que acabó muriendo en el exilio, porque, como explica el autor de este estudio preliminar, se negó, en 1945, a regresar a una España en la que la libertad había sido cercenada.

Finalmente, esta reseña quedaría incompleta sin hacer una referencia, aunque sea breve, al ejemplar trabajo realizado por Urgoiti Editores, porque sin la labor editorial, como advirtieron Roger Chartier o Robert Darnton, no podría empezar la historia social del libro; esa de la que esta reseña es también uno de sus productos. Además de la elección de un autor y de una obra clásica de la historiografía española y de haber contado con el estudio preliminar de un académico de la talla de José María Portillo Valdés, esta edición del “librito”, como advierte de forma muy modesta la nota de los editores, es resultado de un cuidadoso trabajo de ingeniería documental que permite presentar por primera vez la versión más completa de la Historia de la civilización española de Altamira, pues junto al “Prólogo” al que aludíamos más arriba, se incluye en la sección 126 bis, el apartado dedicado a la dictadura de Primo de Rivera, que solo existía en una versión italiana de la obra publicada en 1935, y que ha sido traducido e incorporado al presente volumen para proporcionar de esta forma un relato completo hasta el final de la Guerra Civil. Así pues, si, como escuché una vez decir a Pedro Ruiz Torres en una conferencia, leer a los clásicos es siempre una apuesta segura, porque en cada nueva lectura descubrimos algo diferente, al leer esta edición de este clásico solo se puede ganar.

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