ABC, Sevilla, 25 octubre 2020

Ramón Carande. Cien años de compañías

 

por Javier Rubio

 

Muchos años después, ante el pelotón de las cuartillas en blanco del que nació su libro «Recuerdos de mi infancia», el catedrático Ramón Carande habría de recordar aquel día remoto de 1897 cuando llegó a Carrión de los Condes la luz eléctrica. Palencia, donde había nacido el 4 de mayo de 1887 en la calle Zapata, era entonces una capital de provincia que apenas superaba los 15.000 habitantes de la que siempre recordaba los rótulos de sus comercios. El mundo de Carrión de los Condes, donde vivía con diez años, era tan aburrido que «los únicos entretenimientos eran las procesiones, los serenos, los mercados semanales, los entierros y los mendigos» y bastaba señalar la bombilla para identificar la electricidad: «El globito de hilos iluminado que coronado de una tulipa vino a competir con la lucilina y a suplantar el historiado quinqué de nuestra casa».

Pese a este arranque con ecos de Macondo, la vida de don Ramón Carande y Thovar no son «Cien años de soledad», sino un siglo de fecundas compañías con las que mantuvo una inabarcable correspondencia legada a la Academia de la Historia y consultada, con devoción de pupilo, por el historiador sevillano Manuel Moreno Alonso, autor del libro Ramón Carande. La Historia y yo en el que repasa la biografía del exrector de la Universidad de Sevilla a través de miles de nombres propios con los que entró en contacto a lo largo de sus 99 años de vida.

Carande, honrado en vida con todos los honores, había sido el sujeto de una biografía a cargo de su hijo Bernardo Víctor, pero la monografía que ha editado Urgoiti Editores quiere retratar al insigne historiador a la par que la historiografía patria de la que es lumbrera inextinguible combinando ambos planos en una catarata de situaciones, anécdotas y personajes con los que trabó relación. El libro se detiene en 1957, fecha de su jubilación, a la espera de un segundo volumen de «jubilado jubilante».

Dice el autor de la biografía que «sus continuas e intensas relaciones con la multitud de personas con las que trató nos proporcionan infinidad de claves para aclarar y entender aspectos y circunstancias cuyos halos encuentran valores precisos y personales donde posarse».

Dejó dicho el propio Carande a través de su heterónimo Regino (su primer nombre ver­dadero) Éscaro (la villa leonesa de la que procedía su familia) de Nogal: «Nos felicitamos a menudo Regino y yo por haber tenido la fortuna de escuchar a tantos».

Su larga existencia y su preeminente trayectoria académica le permitieron estar presente -a la manera del Zelig «woodyallense»- en momentos estelares de la historia de España. Por las páginas de Moreno Alonso, vemos a Carande examinándose de ingreso en Santander junto a Gregorio Marañón y Menéndez Pelayo; llegar en tren en su primer viaje a Madrid para asistir a la coronación de Alfonso XIII; correr por la calle cuando la bomba del anarquista Mateo Morral contra el Rey el día de su boda con Victoria Eugenia en mayo de 1906; compartiendo mesa con el ministro Argüelles en la cena baile en el Casino de la Exposición con los Reyes en 1930; alternando con Belmonte en la tertulia de Los Corrales; en el homenaje a Unamuno en el día de su jubilación en Salamanca en 1934; contemplando desde el balcón el desfile de la victoria del 19 de mayo de 1939 en Madrid, donde pasó la guerra; o portando a hombros los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera vestido con la camisa azul de Falange el 30 de noviembre de 1939 … Y eso que se definía a sí mismo como un hombre de retaguardia.

Pero dedicó idéntico entusiasmo a escuchar a la gente humilde, asombra­do siempre de los patios y corrales sevillanos despercudidos con aljofifa y jabón. «Desde los años cuarenta hasta casi el 60 visitó numerosos hogares humildes», señala Moreno Alonso explicando que lo hacía movido por su asistencia a las conferencias de San Vicente de Paúl: «En sus visitas y cuidados no se limitará a los pobres que estaban en la lista de favorecidos, sino que a todos -en la medida que podía­ les atendía indiscriminadamente».

 

Contra el aburrimiento

Consejero de Estado, consejero del Banco Urquijo, rector por un año de la Universidad de Sevilla y, por encima de todo, historiador. Aunque llegó a la historia siguiendo aquella máxima de su abuela Nicolasa Galán, una mujer «sapientísima»: «Que no me entere de que os aburrís en la vida». Y Carande, como confesó en una entrevista periodística en 1983, se aplicó el cuento: «Y ése es un gran consejo por­que, claro, si no te gusta mentir, ni matar ni robar, algo tienes que inventar para combatir el aburrimiento».

En su caso, fue el estudio de la historia de una manera comprensiva, prescindiendo del método que le habían inculcado y saltando las bardas de la especialización, esa parcelación del campo del saber que da origen a toda suerte de conflicto de lindes. De la Institución Libre de Enseñanza, en cuyos postulados se formó, había heredado la prevención contra el libro de texto: «De ahí su desconsideración intelectual al generalista o al ensayista, que algunos consideraban un vicio nacional».

Moreno Alonso sostiene en el libro sobre la vena historiográfica de Carande: «Su autor, que ha llegado tarde a la historia, ha calado hondo en ella, hurgando pacientemente en el interior de la realidad. Se ayuda de números, pero no sacrifica toda su investigación en los altares de la ciencia. Da tanta importancia a las personas y, todavía más, a los personajes». Alguna vez dejó escrito don Ramón que le hubiera gustado ser bufón de Carlos V para soltarle alguna fresca, pero fundada, claro: su hijo Bernardo Víctor calculó que en el archivo de Simancas había manejado -«estudió, notó y examinó»- unos 28.800 documentos y cerca de 300 legajos a lo largo de treinta años. Resulta obligado referirse a Carlos V y sus banqueros, la monumental obra en la que reflejó la urdimbre de la trama -a menudo raída por la quiebra de la Hacienda imperial- de los impresionantes tapices con los que se glosaban las gestas del emperador, a decir del que fuera gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo.

Moreno Alonso razona que ese libro -publicado en tres volúmenes en­tre 1943 y 1967, cuando Carande ha cumplido 80 años- lo sitúa al nivel de Lefebvre: «En una España deprimida económica y culturalmente, y alejada de las corrientes de pensamiento europeo, no es difícil comprender la envergadura de una publicación como aquélla».

La biografía de Moreno Alonso se detiene en rememorar la relación de Carande con sus maestros: Soltura, Flores de Lemus, Castillejo. Pero también con los que pudieron presumir de su amistad, en especial Francisco (Paco) Candil Calvo, también rector de la Universidad de Sevilla como él y una de las pocas personas a las que le apeó el tratamiento para hablarles de tú.

El libro se detiene brevemente en la sorprendente amistad de Carande con el cardenal Segura: «Las relaciones llegaron a un alto grado de confianza», señala Moreno Alonso.

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