Trabajos de Prehistoria, núm. 63/2, 2006

Por Mariano Ayarzagüena.

  La editorial Urgoiti, con su colección «Historiadores», está acometiendo una empresa de gran utilidad para aquellos que estamos interesados en la historiografía como es la reedición de obras que en su día representaron un hito en el progreso de la Historia. Obras bien publicadas, con un exquisito cuidado en la reproducción de las fotografías, con un estudio inicial realizado por investigadores de reconocido prestigio.

  De especial interés para nosotros son aquellas obras y autores que habiendo dejado en su momento una profunda huella en el ámbito de la Arqueología, sin embargo hoy en día apenas son recordados. Este es el caso de José Ramón Mélida y Alinari, arqueólogo que tras pasar desapercibido durante un tiempo, hoy se está recuperando en la memoria de la Arqueología, y que últimamente ha merecido la atención de dedicar a su persona y labor arqueológica una tesis doctoral de Daniel Casado.

  La obra Arqueología española, cuando se publicó por primera vez (Barcelona, 1929), resultaba especialmente necesaria, pues no existía en aquellos momentos en España ningún manual medianamente actualizado, especialmente en lo referente a la Arqueología clásica, ya que en relación con la Prehistoria hacía pocos años que había aparecido El hombre fósil de Obermaier (1916 y 1925). Arqueología española tendría una segunda edición en 1936 con reimpresión en 1942. El contenido en todas ellas era idéntico, conservándose incluso la paginación. En la presente edición no se ha respetado, pero algunas de las fotografías se ven mejor que en la versión original, si bien faltan las cuatro láminas en color que contenían las versiones anteriores.

  La obra está dividida en cuatro partes: “Antigüedades prehistóricas”, “Antigüedades protohistóricas”, “Antigüedades romanas” y “Antigüedades romano-cristianas”. A lo largo de su contenido se dejan traslucir, lógicamente, los planteamientos teóricos de Mélida, donde los tiempos prehistóricos (pp. 1-78) se exponen de un forma fundamentalmente descriptiva, lo que no sucede en las partes segunda, tercera y cuarta. Esto es una muestra más de su proximidad al paradigma filológico y, muy especialmente, a la Historia del Arte. En este sentido entronca con una tradición de prestigio en España, cuyo valedor de mayor reputación fue Hübner quien, si bien contemplaba a la Prehistoria como parte de la Arqueología (por ejemplo en La Arqueología de España, Barcelona, 1888), le daba mucho menor peso que a la Arqueología clásica. Esta concepción de la Arqueología por parte de Mélida es manifiesta desde sus inicios como investigador, según se puede observar, por ejemplo, en la serie de artículos que publicó en la revista barcelonesa La Ilustración Artísticaen 1891. Sin embargo, hay otro aspecto de Mélida que quiero destacar. Mélida continúa con la tradición de la mayoría de los prehistoriadores españoles del siglo XIX en defender el uso del cobre como transición a la Edad del Bronce (p. 44). Esto, que hoy es asumido sin mayores problemas, no lo era tanto en el momento de publicarse la obra, de tal manera que el propio Siret, a quien se refiere varias veces y cita en la bibliografía, sostenía la existencia de una Edad del Cobre contemporánea a la Edad del Bronce.

  Y si en lo que respecta a los tiempos prehistóricos son pocas las aportaciones que ofrece, no sucede lo mismo con todo lo que hace referencia a los tiempos protohistóricos (pp. 79.181) y a la Antigüedad (pp. 183-274). Mélida es el primer sintetizador español de los estudios sobre el mundo ibérico, lo que motivó que en aquellos momentos fuera el investigador español que con mayor soltura se desenvolvía al tratar de una cultura de la que entonces se desconocía casi todo, pero que ya había dado grandes descubrimientos como la Dama de Elche, el Cerro de los Santos, el Santuario de Despeñaperros, Osuna, etc. De esta manera, cuando en el primer tercio del siglo XX, Mélida, tras un exhaustivo trabajo para la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos se dispone a escribir esta síntesis, la hace sabiendo bien de qué habla.

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  El tercer capítulo es el dedicado a las “Antigüedades romanas” en el que, dividido en 23 apartados, el autor expone un buen número de obras realizadas en época romana en España. Como sucediera en el capítulo anterior se nota la seguridad del autor al tratar este tema, no en balde fue en su momento el más importante investigador de Mérida y Numancia, dos de los yacimientos insignias de la Arqueología española, además de estudioso de un sinfín de yacimientos de época romana en España.

  El cuarto capítulo, el dedicado a las antigüedades tardorromanas (pp. 275-287) es, con diferencia, el más corto de todos al no querer incluir a los visigodos en la obra. Tan sólo figuran él las construcciones y objetos cristianos de época romana, especialmente basílicas y sarcófagos. Mélida considera a los visigodos ajenos a la Antigüedad, lo que refleja el escaso conocimiento que aún existía sobre el mundo visigodo y bizantino. Así, plantea que con ellos se produce una ruptura de tal magnitud («una gran convulsión histórica»), que con su llegada «La Antigüedad ha terminado» (p. 287).

  Y si la obra de Mélida es muy interesante, no lo es menos el estudio que hace Margarita Díaz-Andreu del autor y de su obra. Este trabajo, muy extenso, resulta muy exhaustivo y de gran interés. Para ello, Díaz-Andreu ha investigado en profundidad la figura de Mélida y todo lo que con él se relaciona, no dudando en solicitar la colaboración de numerosos arqueólogos e instituciones, fundamentalmente archivos, que han aportado una buena cantidad de datos que Díaz-Andreu ha sabido relacionar sabiamente.

  Contextualiza en su tiempo la figura de Mélida desde diferentes ámbitos: el familiar, el académico y como arqueólogo, para relacionarlo todo ello con la evolución de la Arqueología de esa época. Hace, además, un estudio bibliométrico de la obra, pero donde más aportaciones realiza es en el campo de la Sociología de la Arqueología española, con el fin de explicar por qué se difuminó la memoria de un arqueólogo que fue el más importante de su tiempo. El enfoque de Díaz-Andreu es tanto internalista como externalista, si bien, con buen criterio en un estudio de estas características, se inclina prioritariamente por esta última opción. A nuestro entender, arriesga Díaz-Andreu en alguna de sus afirmaciones, que dan una primera impresión de que no dejan de ser especulaciones muy interesantes aún por demostrar, pero se debe valorar que dichas afirmaciones abren varias líneas de trabajo, algunas metodológicamente muy modernas, a tener en cuenta.

  Se incluye una amplísima relación bibliográfica de Mélida que la propia autora reconoce como incompleta dada la gran cantidad de artículos escritos por él, y, efectivamente, la prolífica pluma del arqueólogo fue tal, que resulta difícil seguirle en todos y cada uno de ellos. Por último, cabe añadir que la obra está dotada de tres índices -onomástico, de instituciones, exposiciones y congresos y de revistas- que complementan al índice general. Dichos índices son muy útiles para su consulta intensiva desde las más diversas ópticas.

  Para finalizar, tan sólo me resta animar a la lectura de la obra, que fue un hito en la Arqueología española del primer tercio del siglo XX, y que resulta imprescindible para mejorar el conocimiento acerca del estado de la disciplina en dicho período. Además, el estudio realizado por Margarita Díaz-Andreu, por la profundidad de su análisis y las propuestas metodológicas que abre, no debería ser indiferente a nadie que se interese por la Historia de la Arqueología.

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