Llull, núm. 89, 2021

por Francisco Javier Puerto Sarmiento

Universidad Complutense

En Pamplona, la Editorial Urgoiti, se ha puesto a la tarea de publicar trabajos de historia clásicos. Le toca el turno a unos cuantos relacionados con la historia de la ciencia, entre los que se encuentra este.

La elección del autor y la presentadora no pueden ser más acertados. Se trata de un libro excelente del catedrático y académico Amando Melón (1895-1975), fácil de leer, ameno, con un análisis magnífico de la estancia del científico viajero en España y en sus territorios ultramarinos. Aunque superado por los actuales especialistas en el tema, es una lectura, en español, imprescindible para familiarizarse con él, porque sitúa al prusiano en sus coordenadas fundamentales como naturalista: las de impresionante geógrafo.

La presentación no es tal, sino una monografía de noventa y tres páginas, en donde la antigua rectora de la UAM y actual miembro de varias academias del Instituto de España, demuestra su absoluta implicación y dominio de la materia presentada. Divide su trabajo en un amplio y exhaustivo estudio biobibliográfico del autor; un esclarecedor y apasionado análisis del desarrollo de la geografía moderna en nuestro suelo, y un comentario sobre el contenido del libro, en donde, aparte de demostrar su fecunda y ágil erudición, no se priva de dar su parecer en varios asuntos, en ocasiones coincidente y en otras no tanto, con las del autor del libro, y en volver a criticar, con toda justicia, trabajos como los de Laura Dassow Walls y Andrea Wulf.

Vaya por delante pues, la absoluta admiración de quien esto escribe hacia ambos y la recomendación de leer el texto publicado por Urgoiti (sin dejar de lado a los no relacionados con la historia de la ciencia) a todos aquellos que quieran estudiar la vida y obra de los dos personajes: el español y el germano. Hecho el veredicto necesario en cualquier recensión, también son oportunas algunas precisiones.

En las numerosas y acertadísimas notas de la editorial al texto primigenio de Melón, habría sido conveniente una (p. 64) cuando se dice que luego de 1766 la vacuna antivariólica se hizo de uso general en Venezuela, cuestión singular pues no fue descubierta por Edward Jenner (1749-1823) hasta 1796 y su uso no se hizo relativamente frecuente, en América, hasta el viaje de Balmis (1753-1819) y Salvany (1778-1810) entre 1803 y 1806. Evidentemente en el libro se hace alusión a la variolización o inoculación, un método muy diferente al de la vacuna, introducido por Lady Montagu (1689-1726) en 1717 en Europa. En el mismo sentido (p. 67) cuando hace alusión a la Quebrada de las Aguas Calientes con sus pozos de aguas termales y su empleo para combatir las hinchazones reumáticas, rebeldes úlceras y las “bubas” o terrible enfermedad de la piel, tampoco estaría de más aclarar que las bubas es la sífilis, enfermedad en la cual las complicaciones dermatológicas no son, ni con mucho, las más peligrosas.

En otro orden de cosas, a mi parecer, probablemente contrario al de otros muchos historiadores, la vida privada de los personajes es fundamental para entender su actividad social e incluso científica. Algunos nos suponen movidos siempre por las ideas; otros pensamos en la gran influencia de los sentimientos y las pasiones sobre las mismas. Acerca de estos asuntos apenas hay comentarios directos en el libro de Melón, pero se nos da cuenta de la malísima relación de Humboldt con su madre, de sus numerosas visitas, en Quito, a Rosita Monúfar y de la pasión del sabio, en México, por doña Ignacia Rodríguez, casada y con dos hijos, según los comadreos de la marquesa de Calderón de la Barca. Varias páginas adelante escribe: «se encariña Humboldt entrañablemente con el joven Bautista Boussingault…la entrega de Humboldt a su discípulo se empareja en amistad para toda la vida…».

Si los cotilleos anteriores no eran precisos, tampoco sería necesario este y menos con una redacción a mi parecer ambigua, mediante la cual tal vez nos quiera insinuar, de manera consciente o no, el carácter sexualmente impreciso, atribuido por la mayoría de los estudiosos al geógrafo. Si así fuera se entendería mejor la negativa a viajar con Caldas, bien formado científicamente, pero no con el hermano de la joven Monúfar, sin ningún tipo de formación, y su vida, rodeado permanentemente de hombres, en donde excepto esas curiosidades expuestas por Melón, el hálito femenino brilla por su ausencia y que, acaso, también nos expliquen, en parte, no sólo sus viajes, sino las ausencias de algunos de ellos y la larga estancia parisina.

El autor, y en buena manera la presentadora, alaban la íntima relación del científico con España, su varias veces demostrado agradecimiento, sin por ello dejar de explicar la gran familiaridad con la élite criolla pre independentista, y su indigenismo anticolonial o, al menos, antiabsolutista. En esto, como en tantas otras cosas, Humboldt fue equívoco: agradece el trato español, pero también el de las élites nacionalistas. Se muestra contrario al absolutismo, pero vive y sirve en un puesto de íntima confianza, hasta convertirse al final de su vida en una especie de entretenimiento, del mayor de los autócratas europeos. Su habilidad diplomática la encuentra en el halago. Siempre agasaja a quien escribe y sabe dedicar sus textos para lisonjear a uno y molestar a otros, percibiéndose constantemente resguardado por la sombra de su señor. Por eso, las afirmaciones políticas y personales de Humboldt han de tomarse, casi siempre, creo yo, a beneficio de inventario salvo, tal vez, su decidida y visceral postura antiesclavista.

Lo mismo sucede con sus filias y fobias respecto a los naturalistas americanos, a los cuales conoció prácticamente en su totalidad. Contribuye a la leyenda de Mutis, como Linneo, y deja de lado la idea desarrollada por José Luis Peset –evidentemente muchos años después de la publicación del libro de Melón-, en Ciencia y libertad, en donde explica la formación del germen fundacional de la ciencia colombiana en torno a un grupo de discípulos, independentistas en su conjunto, de cuya influencia no podría escapar el sabio gaditano quien, de Botánica, sabría probablemente lo mismo que el alemán, es decir no demasiado. Tampoco tiene sentido, en la actualidad, tomar partido por la escuela de Cavanilles, ligado a Mutis por motivos clientelares y económicos, frente a la de Gómez Ortega, si bien la primera supone el avance de la botánica española hacia el estudio y descripción del paisaje, mientras la segunda lo es del utilitarismo botánico. Acaso no sea útil, ahora, entrar en juicios de valor, sino hacer la historia de los movimientos científicos.

Se debe entender el asombroso éxito del científico en su exotismo, tan admirado en Europa, pero con secuelas leves en la profundidad del quehacer naturalista y en la comprensión del Mundo. Evidentemente su condición atribuida de descubridor científico de América, supone el olvido de los comentaristas de Indias, de las instituciones académicas creadas en ese continente y de la grandísima labor realizada a lo largo de la Ilustración. Se entiende bien como una destemplanza de las jóvenes repúblicas independientes hacia la metrópoli.

Lo fundamental de su obra, sólidamente explicado por el autor del libro y su presentadora, es la introducción del concepto de altitud en geografía y, por tanto, entre los naturalistas. Lo mejor de ella, a mi parcial parecer, la geobotánica, que no es sino un desarrollo muy acertado, posible al contemplar la apabullante naturaleza americana, de lo efectuado por los naturalistas post linneanos, que deseaban representar los vegetales no en cuadros privados de vida, sino tal y como aparecen en la naturaleza. Ese agudísimo ojo de Humboldt, por encima de sus oscilantes opiniones geopolíticas, por encima de sus ambigüedades personales, le hizo convertirse en uno de los grandes naturalistas del mundo. Gracias a él, se pudo expresar científicamente la belleza de lo natural; se consiguió convertir en científica la expresión filosófica de Hipócrates, para quien la naturaleza poseía y creaba la más perfecta de las hermosuras, se pudo, en definitiva, explicar de manera científica el paisaje, tal y como es.

A mi parecer, esta publicación es tan pertinente que puede inducir a reflexiones como las aquí expuestas o absolutamente contrarias a ellas pues, salvo las pequeñas consideraciones sobre inexactitudes relacionadas con la sanidad, todo lo demás es resultado de la reflexión sobre lo realizado por Humboldt, lo escrito acerca de su persona y su obra, y la magnífica exposición de la misma efectuada por don Amando Melón y la presentadora de su texto, Josefina Gómez Mendoza, en este nuevo libro, de la colección historiadores, de la editorial Urgoiti.

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