El siglo de Carande (Andalucía en la Historia, 72, 2021)

por Asunción Doménech

 

Con atuendo singular, elegante y europeo… paso rápido, decidido, aislado, tajante… espejuelos amplios y redondos, bastón de andarín consumado, cabello un poco a lo músico de hace treinta años, prieto de carnes, agilísimo en su esbeltez redondeada …”. Así paseaba por Sevilla don Ramón Carande, según lo describió el poeta Joaquín Romero Murube a finales de la década de los 60. La imagen, habitual para muchos de sus conciudadanos, se ha mantenido viva en la retina del entonces universitario, admirador temprano de su obra y que ahora confirma plenamente con esta biografía. Ha contado para ella con una rica documentación: el archivo Carande que guarda la RAE, la biblioteca familiar que le han abierto sus descendientes, así como testimonios de discípulos y amigos.

Una sola obra, Carlos V y sus banqueros (publicada en 1943, a la que seguirían los tomos aparecidos en 1949 y 1968), bastó para situar a Carande en la primera línea de la historiografía española. Su acercamiento a las complejas vicisitudes económicas y a los problemas crediticios del reinado del emperador, fruto maduro de un minucioso y exhaustivo examen de las principales fuentes archivísticas del país, contrastaba sin embargo con la hagiografía de las glorias imperiales que el momento político impulsaba. No por ello dejó de ser valorado enseguida por distinguidos universitarios e intelectuales, aunque su influencia se intensificaría décadas más tarde, cuando las nuevas orientaciones del trabajo histórico reconocieron sin ambages su labor pionera en el abordaje de los aspectos económicos y sociales.

Carande, como se explica en este libro, no era historiador de formación sino economista y tardó mucho en dedicar a Clío sus principales esfuerzos. El modo en que esta disciplina le salió al encuentro aparece descrito aquí con todo detalle. Permite seguir su trayectoria desde su nacimiento en Palencia, en 1887, hasta su jubilación como catedrático de la Universidad de Sevilla, en 1957. Pues el relato de sus intensos últimos años, hasta su muerte en Badajoz en 1986, lo reserva el autor para un segundo volumen.

En lo que podríamos describir como una microbiografía, debido a la delectación por los pormenores con que se matiza aquí cada etapa de su desarrollo, Carande no camina solo. Desde el principio se nos informa con minuciosidad tanto sobre sus familiares como sobre sus primeros maestros. Mayor subrayado merecen los años universitarios madrileños, en los que la influencia de personalidades señeras de la Institución Libre de Enseñanza resultará definitiva, así como su conocimiento de Ortega y su decisivo aprendizaje con Flores de Lemus. También su viaje a Alemania, becado por la JAE, origen de su germanismo cultural y de su interés por el socialismo. Más adelante llegarán sus oposiciones a la cátedra de Economía Política y Hacienda Pública de la Universidad de Murcia en 1916 y su traslado dos años después a la Universidad de Sevilla. Allí fundará una familia y empezará a frecuentar los archivos con un creciente interés por la Historia.

No menor atención se presta a su breve mandato como rector de la Universidad hispalense en 1930 y a los tiempos de explícito compromiso político de Carande. Miembro de la Agrupación al servicio de la República, se trasladó a Madrid en abril de 1931, fue nombrado Consejero de Estado e inició su fructífero contacto con el Banco Urquijo. Testigo de primera mano de las vicisitudes del régimen republicano, permaneció en la capital hasta el fin de la guerra civil. La victoria franquista le comportaría un expediente de depuración y la prohibición de reincorporarse a su cátedra, a pesar incluso de sus avales “nacionales” y de un sorprendente ingreso en Falange. Ante la imposibilidad de reanudar su vida académica, de nuevo en Sevilla, Carande se volcó en la intensa investigación histórica que cristalizaría en Carlos V y sus banqueros. A su éxito seguirían, en poco tiempo, su ingreso en la Academia de la Historia y la vuelta a la cátedra.

En el relato de la peripecia individual de don Ramón se han ido entretejiendo valiosas informaciones sobre sus contemporáneos, especialmente los historiadores. También, sobre las ideas y las instituciones dominantes en la vida cultural española, sobre los usos y costumbres universitarios, sobre las formas de socialización de las élites intelectuales y sobre su compromiso político. Subyace a la pretensión de esbozar una historia intelectual del siglo de Carande, que el autor subtitula “la Historia y yo”, un reproche a la sobrevaloración de la obra y los métodos elitistas de la ILE y, por lo que se refiere a la labor del historiador, una defensa del trabajo riguroso y crítico con las fuentes de archivo frente a pretenciosas generalizaciones de manual.

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