Hispania, vol. LXXIX, núm. 262, 2019

por IGNACIO OLÁBARRI GORTÁZAR

 

Había curiosidad dentro de la comunidad historiográfica —lo pidió expresamente Ignacio Peiró en 1995— por saber todo lo que se pudiese saber de Pascual de Gayangos; y esto es, sin duda, lo que se propuso Santiago Santiño en la tesis doctoral, dirigida por el profesor Caspistegui, que ha dado lugar al libro que reseñamos. En primer lugar, debo decir que, en mi caso al menos, ha hecho falta más de una lectura de la excelente obra del Dr Santiño para apreciarla en toda su valía y juzgar con rectitud profesional sus propuestas.

Como ocurre generalmente con las biografías, la presente se organiza cronológicamente. Después de una breve introducción, en la que, como vamos a ver, se hacen algunas afirmaciones importantes, cada capítulo y epígrafe estudia una de las etapas de la vida y obra del biografiado. En la página 13 de la introducción se afirma: «El estudio de la vida de Pascual de Gayangos ofrece la oportunidad única de conectar y organizar el desarrollo de la historiografía de la España decimonónica a través de quien, posiblemente, fue uno de los mayores puentes de mediación cultural entre España y el resto del mundo euroatlántico durante buena parte del siglo XIX». Y en página 19: «dada la escasez de fuentes directas para el periodo [los años 1822 a 1828, que Gayangos pasa en Francia], la estrategia ha sido esbozar un horizonte de posibilidades de acción intelectual y vital a partir de los escasos testimonios directos y del análisis retrospectivo de fuentes producidas en años posteriores».

Quisiera comentar al respecto que, quizás, a veces dicha estrategia le hace decir al autor más de lo que afirman las fuentes. Pienso, por ejemplo, en la formación de Gayangos: como dice Santiño al final del libro (p. 572) «resulta legítimo preguntarse sobre la existencia de carencias formativas» en su biografiado, «pues en el fondo, más que un historiador profesional con una formación reglada, tuvo mucho de autodidacta, que además no trabó su saber exclusivamente en la lectura y reflexión, sino también en la escucha atenta y rápida asimilación». En esa línea, es posible que Gayangos aprendiera el árabe del ilustre Silvestre de Sacy sin por ello recibir una formación completa como orientalista, o que conociera la literatura romántica europea, especialmente la francesa y la inglesa, sin haber leído a historiadores como Guizot. Pero no mucho más adelante, cuando el autor analiza la primera etapa de la vida de Gayangos en Londres, entre 1837 y 1843, da muestras de su finura como historiador cuando deduce los contactos vitales e intelectuales que hizo nuestro hombre a partir de los «Dinner Books» del político whig británico Lord Holland; una deducción que está en la mejor tradición del historiador como detective (cf. Robin W. Winks, ed., The Historian as Detective, New York, 1970; Ray B. Browne y Lawrence A. Kreiser Jr., eds., The Detective as Historian: History and Art in Historical Crime Fiction, Bowling Green, OH, 2000).

Pero, después de la introducción, quizá se deban comentar algunas afirmaciones del último epígrafe del libro, que resultan a modo de conclusiones del mismo. En él defiende el autor la tesis de la continuidad de su trabajo a lo largo de toda su carrera, desde su primer artículo en inglés de 1834. «Gayangos concibió por entonces, y después continuó haciéndolo, su actividad intelectual como una suerte de vocación patriótica: identificar y preservar el patrimonio histórico de la nación; adecuar la representación histórica de España a la realidad de esas fuentes y testimonios que su dedicación como erudito rescató del olvido; impulsar la necesaria debelación tanto de mitos y falsos testimonios como de ilusorias esencias de ideas preconcebidas sobre el pasado y la cultura nacional españoles y proporcionar, con todo ello, un firme anclaje histórico para la consolidación del régimen liberal. Es decir, hacer justicia a la historia de España frente a las imputaciones de atraso secular que se le hiciesen y trabajar para revertir las causas de palpable decadencia y coadyuvar a que ocupase el lugar que debería corresponderle entre las ‘naciones civilizadas’. Un compromiso que siempre asumió desde una perspectiva más cosmopolita que chovinista, como intermediario cultural entre su país y los estudiosos que de él se ocupaban, tanto dentro como fuera de sus fronteras, para difundir novedades metodológicas o medidas para el progreso material y social del país» (571-572). A este último respecto, me gustaría precisar que «su [de Gayangos] acendrado patriotismo imbuido de un característico cosmopolitismo» (38), del que habla el autor para cuando tenía poco más de 20 años me parece una afirmación sin apoyo en las fuentes.

En la página 549 hace Santiño el siguiente resumen de la vida y obra de Gayangos: «Teniendo en consideración el propio desarrollo de las ciencias humanas a lo largo del siglo XX [supongo que quiere decir XIX], dado que Gayangos podía ser considerado precursor no sólo de arabistas, sino también de arqueólo¬gos, archiveros, bibliógrafos, historiadores de la literatura, historiadores a secas, e, incluso, hispanistas, el examen de su vida y actividad tendió a encajarse en unos límites disciplinares determinados inexistentes en su propio tiempo. Con ello se desglosó artificialmente su bio-grafía, haciendo dificultoso entender la uniformidad característica que, como se ha pretendido demostrar en el presente estudio, creemos que caracterizó su vida y su obra». Esta es, a mi juicio, la principal aportación del libro: mostrar que Gayangos fue arabista y maestro de arabistas sólo durante la primera parte de su vida; a partir de mediados del siglo XIX se dedicó también, con no menor empeño a la historia de la literatura española (sobre todo gracias a su relación con el norteamericano George Ticknor) y a la historia de los siglos XVI y XVII, con obras tan relevantes como el Calendar of Letters, Despatches and State Papers Relating the Negotiations between England and Spain, preserved in the Archives of Simancas and elsewhere (1871-1899, 5 vols. y 9 tomos) o el Catalogue of the Manuscripts in the Spanish Language in the British Museum (1875¬1893; 4 vols.).

Ahora bien, en los capítulos en los que el autor presenta dichas obras, así como otras importantes de Gayangos, como The History of Mohammedan Dynasties in Spain (1840-3, 2 vols.) o las que publicó el Memorial Histórico Español (1831-1865, 19 vols.) de la Real Academia de la Historia, la Biblioteca de Autores Españoles (1857-1860, 3 vols.) o la Sociedad de Bibliófilos Españoles (1866-1889, 9 vols.), parece claro que las reseñas que de dichas obras se hicieron en España y, sobre todo, en el extranjero, aun reconociendo el interés de las iniciativas eruditas de Gayangos, eran bastante críticas respecto a sus resultados. Como sintetiza Santiño en la página 572, «su actividad concreta presentó una clara divergencia entre sus propuestas y la realidad de sus labores, concretadas en los parámetros metodológicos y técnicos de la edición de sus obras. Críticos tan cualificados como R. Dozy y John Acton, a pesar de las evidentes diferencias de tono, situaron sus censuras exactamente en los mismos aspectos: sus lecturas de la documentación no eran fiables, añadía aportaciones propias para dar sentido a los textos o llegaba a ‘inventarse’ pasajes. Muchos otros reseñadores especialistas lo apuntaron y, efectivamente, en no pocos casos un cotejo atento del texto en el que supuestamente se apoyaba y el que ofrecía parece indicar que, al menos, los versionaba con cierta libertad».

No puede compararse, por tanto, a Pascual de Gayangos con los grandes historiadores, «positivistas» o no, del siglo XIX europeo y americano. Como sigue diciendo el autor, el «particular ‘positivismo’» de nuestro hombre estaba «simplificado desde el punto de vista metodológico a mera llamada a fundamentar la historia en la realidad de las fuentes» y «no implicó la aplicación de la obligatoriedad normativa de una escuela a la que estuviera adscrito. Lo que le motivaría sería, sobre todo, el descubrimiento de que la aplicación de dichas técnicas permitía acceder a una realidad histórica más amplia que la que mostraban las viejas narraciones, posibilitando descubrir y viajar a mundos sobre los que no se había escrito» (573).

Otras críticas menores a este magnífico libro de Santiño atañen a su longitud, que quizá podía haberse abreviado no tocando los mismos temas más de una vez; en este sentido, me parece que la presentación cronológica de la bio-grafía podía haberse hecho más flexiblemente. Así, hubiera sido mejor analizar en el mismo epígrafe los dos tomos de la History of Mohammedan Dynasties in Spain o tratar en una sola ocasión de la escuela de Gayangos. Y quizás la demostración del carácter cosmopolita de su vida y obra no hubiese hecho necesario reseñar todos y cada uno de sus contactos con el extranjero, sino limitarse a los más importantes, aunque Santiño tiene toda la razón cuando resalta el papel de mediador cultural —entre España y Europa, entre España y el mundo anglosajón en particular— de Gayangos, siempre dispuesto a ejercer como introductor de todo aquel que estuviera interesado por lo español; quizá se pueda sostener que el principal de sus empeños, más que el de arabista, fue el de hispanista. También, en ocasiones, la presentación del marco internacional en el que nuestro hombre se mueve está, a mi juicio, sobreinterpretada: así, al hablar de la guerra de Marruecos se presenta todo el panorama de estudios racistas y evolucionistas en la Europa de la época, cuando parece que esos estudios no tuvieron ningún efecto en la obra de Gayangos.

Otras breves advertencias: el autor sostiene que su biografiado era un ser eminentemente pacífico, al margen siempre de polémicas; no parece que fuera así en todos los casos. También se aduce que «Don Pascual» era un hombre al margen de la política; pero la verdad es que en la biografía no se plantea «in recto» la relación de Gayangos con la vida política de su tiempo, y hay datos que obligarían a hacerlo, como su nombramiento en 1857 como archivero de la Real Casa y Corte de Isabel II o, en 1881, como Director de Instrucción Pública, o como senador, inmediatamente después. También requiere mayores explicaciones el modo en que Gayangos acumuló su gran biblioteca, porque en esta misma obra hay indicios de que no obró siempre con completa pulcritud, sin que se pueda aceptar por ello la acusación de «bibliopirata» que le lanzó en 1957 Antonio Rodríguez Moñino. Por último, si bien las fuentes disponibles lo hacen muy difícil, habría que intentar distinguir más entre la obra y la actitud intelectual y política de Gayangos y las de su yerno Juan Facundo Riaño, que parece adoptar el mayor protagonismo en los años finales de la vida de su suegro y que —y esto lo dejan más claro las fuentes— está más cerca de Giner de los Ríos y de los demás hombres de la Institución Libre de Enseñanza, mientras que es su suegro quien tiene una buena relación con Menéndez Pelayo.

Concluyo: la biografía de Pascual de Gayangos que debemos a Santiago Santiño me parece una obra fundamental para nuestro conocimiento de la historia intelectual del siglo XIX español, en relación con Europa y América. Un libro muy sólidamente apoyado en una amplísima bibliografía (que, por razones de espacio, imaginamos, no se reitera al final del libro, pero que se puede conocer a través de las 1631 notas a pie de página del libro y consultando el índice onomástico final) y las más variadas fuentes y, además, muy bien escrito. Se trata de una obra de madurez escrita por un joven historiador que el sistema universitario y la investigación españolas no puede permitirse el lujo de perder.

 

Obras relacionadas