Un clásico, recuperado (Diario de Navarra, 19 de abril 2019)

por Román Felones

 

La Vida de Alfonso el Batallador se publicó en Zaragoza en 1971, año en que yo comencé a estudiar Filosofía y Letras en dicha universidad. En el curso 73-74, ya vinculado a la sección de Historia, José María Lacarra fue mi profesor de Historia Media de España y de Instituciones Medievales, y en ese contexto tuve ocasión de leer el libro que hoy les comento, Alfonso el Batallador, editado por Urgoiti. Ya entonces me deslumbró por lo sobrio, austero y ajustado del relato, donde el conocimiento de las fuentes estaba presente pero no abrumaba, y la historia era más que una serie de hechos cronológicos para presentarse como un relato complejo en el que los factores humanos, sociales y religiosos, unidos a los políticos, permitían dibujar un retrato creíble de un personaje singular, Alfonso el Batallador, rey de Aragón y Pamplona. Hoy, cuarenta y ocho años después, he vuelto a leer con delectación una obra que sigue conservando buena parte de su valor, por más que determinados juicios y apreciaciones sobre la poliédrica figura del monarca sean deudores de los años de redacción. Pero el modo de historiar, la aproximación a las fuentes, la ecuanimidad en el juicio y la perspicacia en el análisis, me siguen pareciendo características que definen a un maestro en el oficio.

Pero aunque lo fundamental del libro es el texto del autor, y les animo vivamente a leerlo, la edición que les presento presenta otras novedades dignas de interés, contenidas en el estudio preliminar de Fermín Miranda, colaborador estrecho de Ángel J. Martín Duque, discípulo a su vez del historiador estellés.

Bajo el rótulo “José María Lacarra de Miguel. El oficio de historiar”, Fermín Miranda, fiel a su estilo incisivo y algo heterodoxo, realiza un sucinto repaso a su vida, que abarca periodos nada fáciles y tan dispares políticamente como el turnismo, la dictadura de Primo de Rivera, la II República, la Guerra Civil, el franquismo y la transición democrática. La semblanza del historiador en su contexto, aunque sintética, es la más ecuánime que conozco, sin obviar las críticas de algunos a la etapa del 31 al 39, especialmente compleja por ideologizada.

Como libro paradigmático de “alta divulgación”, nada usual en España en los años setenta, el libro se lee sin especial dificultad, dada la claridad y dominio del autor sobre el personaje y la época tratados. Pero si uno quiere ahondar en el estudio del personaje y situarlo en el contexto historiográfico actual, resulta de gran utilidad la lectura del breve capítulo titulado “José María Lacarra y Alfonso el Batallador”. La pretensión es doble, en palabras de Miranda: “por una parte, analizar los aspectos fundamentales de la visión que (Lacarra) ofrece del monarca y de su obra (…) y por otra, señalar los trabajos y visiones de algunos historiadores que se han acercado a esos temas en los años posteriores, para ofrecer una imagen somera (…) de cómo han evolucionado en el casi medio siglo que ha transcurrido desde entonces”. Poco que añadir, sino que el objetivo ha sido, a mi juicio, perfectamente logrado.

El capítulo más extenso del libro está dedicado a la reconquista de Zaragoza, incluyendo la del valle del Ebro y el Jalón. En palabras del autor, “Sobre Tudela se dirigió la hueste tan pronto como se sometió Zaragoza, y se entregó el 25 de febrero de 1119, firmándose un pacto de capitulación el 15 de marzo, sobre las mismas bases que el de Zaragoza. Esta capitulación fue jurada por Alfonso el Batallador y quince de sus barones.” Acabamos de conmemorar -y no digo celebrar para no suscitar polémicas adicionales- el novecientos aniversario de la conquista y capitulación de la ciudad, evento que ha pasado casi inadvertido. Lacarra ya lo estudió en un trabajo publicado en 1946 en la revista Príncipe de Viana y que afortunadamente su libro nos lo vuelve a recordar.

Termino como comencé, con una evocación personal. Tuve la oportunidad, como consejero de Cultura, de sugerir al Gobierno de Navarra que lo aceptó, la concesión en 1984 de la Medalla de Oro de Navarra al más ilustre de nuestros historiadores, y despedirme de él, acompañando a Ángel J. Martín Duque, en una visita que le hicimos en su domicilio de Zaragoza. Sirvan estas líneas en las que recomiendo la lectura del texto, para homenajear al primero y recordar al segundo, maestro y discípulo, las dos grandes figuras del medievalismo navarro.

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