Trabajos de Prehistoria, 74/1, 2017

Manuel Gómez-Moreno y Hugo Obermaier: dos visiones de la Prehistoria como ciencia

Gloria Mora

Estos dos libros forman parte de las series de clásicos de la historiografía española que publica la editorial Urgoiti desde 2002 en la imprescindible colección ideada por I. Peiró, acompañados por estudios introductorios de carácter bio-bibliográfico. Algunos sobre Historia Antigua y Arqueología, como el de J. Cortadella sobre P. Bosch Gimpera o el de F. Wulff sobre A. Schulten, se han convertido en modelos de biografía intelectual. El origen y destino de las dos obras difirieron: la de H. Obermaier (1877-1946) fue un encargo y su inmediato éxito posibilitó sucesivas ediciones hasta 1963; la de M. Gómez-Moreno fue una iniciativa personal que pronto quedó olvidada por su desfase con respecto al estado de la ciencia en la época y posiblemente por la aparición coetánea de trabajos rigurosos sobre el mismo tema como los de V. G. Childe o J. Maluquer de Motes.

Esta recensión se propone establecer una conexión entre Obermaier y Gómez-Moreno, comentar sus relaciones y comparar sus obras en el contexto que compartieron, así como trazar la historia interna de sus dos visiones, tan diferentes, de la Prehistoria. En esta tarea quizá pueda aportar algo a lo dicho por los autores de los estudios introductorios, ya reseñados en importantes revistas científicas españolas. El de J. P. Bellón sobre Gómez-Moreno es más profundo y completo. Incluye interesantísima y en buena parte inédita documentación procedente del archivo conservado en la Fundación Rodríguez-Acosta de Granada, así como un exhaustivo análisis de un personaje tan polifacético y complejo y de su amplia y variada bibliografía. C. Cañete y F. Pelayo (2014: XI-XIV) definen su ensayo sobre Obermaier como un “perfil biográfico” elaborado a partir de la bibliografía existente, centrándose en cinco temas fundamentales en su obra: el hombre terciario y los eolitos, la paleoantropología, el debate entre ciencia y religión, el paradigma africanista y la aplicación de la teoría de los círculos culturales.

Hay 26 años de diferencia entre ellas. La de Obermaier data de 1932 y tuvo sucesivas reediciones considerablemente aumentadas, destacando la sexta de 1957 (once años después de su muerte), compartida con A. García y Bellido y con L. Pericot. Ambas obras pretenden dirigirse a un sector del público más amplio que el selecto ámbito de los especialistas. El libro de Obermaier se puede considerar un clásico de la literatura científica de alta divulgación, una síntesis necesaria y una excelente introducción a la Prehistoria. Escrito con rigor científico pero en un lenguaje comprensible para todos, presenta los materiales aparecidos desde los inicios de la investigación, dispersos en museos y publicados en revistas y monografías de todo el mundo inaccesibles para el público interesado. Obermaier estaba ya entonces plenamente integrado en España, donde tuvo que permanecer tras sorprenderle la I Guerra Mundial excavando en Cantabria. Entre 1914 y 1919 fue profesor agregado en el Laboratorio de Geología del Museo Nacional de Ciencias Naturales y colaborador de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas (CIPP). En 1921 obtuvo por libre designación la cátedra de Historia Primitiva del Hombre, creada para él en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, con el rechazo frontal de sus antiguos colegas del Museo y la CIPP y de los profesores de la Facultad de Ciencias, a la que tradicionalmente estaban ligados los estudios prehistóricos. Se le concedió la nacionalidad española en 1924 y fue elegido miembro numerario de la Real Academia de la Historia en 1925. Aunque su actividad fue limitada, fue el tercer prehistoriador en la Academia, tras J. Vilanova y Piera (1889) y M. Antón y Ferrándiz (1917), lo que contribuyó, junto con la creación de la cátedra, a desgajar la Prehistoria de la Geología y convertirla en una disciplina autónoma vinculada a la Historia y a la Arqueología.

El hombre prehistórico es el último eslabón de una cadena que comienza veinte años antes con su primera monografía, de la que es claramente deudora: Der Mensch der Vorzeit (Berlín 1912), primer volumen de Der Mensch aller Zeiten, de W Koppers y W Schmidt. En este libro Obermaier sintetizaba los trabajos coetáneos y las teorías y descubrimientos en Geología, Prehistoria, Antropología y Etnología comparada. Se tradujo enseguida a varias lenguas y le proporcionó fama, prestigio y, sobre todo, un punto de partida para versiones posteriores. Entre ellas está El hombre fósil editada en las Memorias de la CIPP, 9 (1916) gracias al apoyo de su presidente el Marqués de Cerralbo. Otra es “La vida de nuestros antepasados cuaternarios en Europa”, su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia (2-5-1926). En él, además de interesantes recuerdos sobre su primera llegada a España en 1909, insistía en la importancia de la etnología comparada para reconstruir la vida de las sociedades paleolíticas, idea que reaparecerá en El hombre prehistórico.

El hombre fósil fue un texto fundamental sobre la Prehistoria de la Península Ibérica, escrito justamente cuando esta ciencia empezaba a consolidarse como disciplina académica en España. La amplia difusión entre los especialistas de su edición en inglés, financiada en 1924 por A. M. Huntington y la Hispanic Society of America por intermediación del Duque de Alba, situó la Prehistoria peninsular en el panorama mundial. El libro le sirvió a Obermaier para asentar su posición en la vida académica española, tras su expulsión del Institut de Paléontologie Humaine por su nacionalidad y sin poder regresar a Alemania a causa de la guerra. Se agotó rápidamente. La segunda edición, muy ampliada, publicada en 1925 con el apoyo de la JAE, se convirtió en el manual para los alumnos y los ayudantes de su cátedra.

Cuando Obermaier preparaba la tercera edición se le invitó a publicar una síntesis sobre la Prehistoria europea en la Revista de Occidente, fundada por J. Ortega y Gasset en 1923 y cuyos objetivos modernizadores sintonizaban con los de la JAE. Pudo ser idea de M. García Morente, catedrático de Ética desde 1931, decano de la Facultad de Filosofía y Letras y director de la editorial entre 1924 y 1934, pero ya antes Obermaier y Ortega, muy interesado por temas como el arte rupestre, mantenían una buena relación: conferencias en la Residencia de Estudiantes por invitación de Ortega y publicación en la Revista de su discurso de ingreso en la Academia de la Historia. La síntesis, destinada al público culto y los estudiantes, reuniría los últimos descubrimientos y teorías en Prehistoria, sin olvidar la parte filosófico-teológica que tanto preocupaba a muchos científicos católicos, como los jesuitas P Teilhard de Chardin y W Schmidt (pero curiosamente no tanto a Obermaier). Un hecho conexo es la publicación en 1931 por la Ed. Labor de Barcelona del primer volumen de la Prehistoria (en su 2ª edición) de M. Hoernes y F. Behn, traducido por J. de C. Serra Ráfols, L. Pericot y A. del Castillo, con anotaciones originales de éstos sobre la cultura ibérica.

La obra de Obermaier elegida fue Urgeschichte der Menschheit (Freiburg 1931). A. García y Bellido, antiguo discípulo suyo y desde 1931 catedrático de Arqueología de la Universidad de Madrid, se encargó de la traducción al castellano. Apareció como El Hombre prehistórico y los orígenes de la humanidad en la serie de Manuales (nº 9) de la Revista de Occidente. Obermaier advertía en el prólogo de que no era una simple traducción del original alemán, sino una edición nueva con referencias especificas a materiales españoles y presentando numerosos hallazgos surgidos de las últimas investigaciones, dispersos en museos y publicaciones diversas y asequibles sólo a los especialistas. La primera parte repetía los diez capítulos de El hombre fósil incluyendo los polémicos “hombre terciario” y los eolitos. En la segunda Obermaier abordaba “el neolítico y las edades del metal”, y en la tercera la protohistoria de la Península Ibérica, como en el volumen publicado por Labor. El éxito inmediato del libro, sobre todo como manual universitario, queda demostrado por las siete ediciones que se sucedieron entre 1941 y 1963, incluso en épocas tan difíciles como al final de la guerra civil y en la postguerra y después de morir Obermaier. A partir de la segunda edición (1941), y sobre todo en las posteriores a la muerte de Obermaier (1946), García y Bellido se encargó de la sección dedicada a Protohistoria. L. Pericot, catedrático de la Universidad de Valencia y director del Servicio de Investigación Prehistórica, se incorporó al equipo desde la 5ª edición de 1954 para renovar la sección de Prehistoria; en su prólogo afirmaba que durante muchos años había recomendado el libro “como la mejor introducción” para un aficionado o estudiante a la Prehistoria.

Nadie duda de la gran influencia de Obermaier en la Prehistoria y la Arqueología española como formador de la primera generación de prehistoriadores de la Universidad de Madrid (en paralelo a la labor en Barcelona de su amigo P. Bosch Gimpera), e investigador (en especial al introducir en España ciencias como la glaciología). Sin embargo se distingue sobre todo por centrarse en la alta divulgación, creando la revista Investigación y Progreso a imitación de Forschung und Fortschritte. Su amplia bibliografía se caracteriza por una mayoría de artículos muy breves, publicados al mismo tiempo en revistas de diferentes lenguas o nacionalidades. Destacan sólo tres monografías: una con Breuil actualizando los hallazgos en Altamira (1935) y El hombre fósil (1916, 1925) y El hombre prehistórico (1932 y ss.), obras más de síntesis que de innovación. En realidad la obra científica de Obermaier es sólo Der Mensch der Vorzeit (1912), periódicamente actualizada en lo que respecta a descubrimientos y teorías, y sus reelaboraciones en traducción castellana ya citadas. En sus síntesis ordenadas y metódicas, Obermaier evita comprometerse en la exposición y defensa de ideas propias. Cuando lo hizo, p. ej. con la tesis del Capsiense o la cronología del arte rupestre levantino elaboradas junto al abate Breuil, se equivocó. En fin, Obermaier no fue un investigador de intuiciones brillantes e ideas innovadoras. Su mayor aportación radica precisamente en su capacidad de difundir los avances de la ciencia tanto entre los estudiantes universitarios y el público culto como en el círculo académico a través de artículos y manuales.

Muy diferente es el libro de M. Gómez-Moreno (1870-1970), uno de los grandes protagonistas de las ciencias humanísticas y sus instituciones de fines del siglo XIX a buena parte del XX. Trata un tema en principio extraño a las especialidades de su autor (arte y arqueología medieval o ibérica, epigrafía y lingüística). No es fruto de investigaciones propias, ni parece encuadrarse en ninguna escuela o tendencia coetánea sino que, más bien, quedaría desfasado y al margen de la disciplina tal como se concebía a finales de los 1950. Pero el documentadísimo y convincente estudio preliminar de J. P. Bellón (2015: CXLVIII ss.) nos saca del error.

En 1934 Gómez-Moreno, jubilado de la Universidad y del Centro de Estudios Históricos, se retiró al Instituto Valencia de Don Juan, del que era director desde la muerte de A. Vives en 1925. Tras la Guerra Civil siguió siendo una figura prestigiosa y será colmado de honores por los nuevos gerifaltes de los que preferirá distanciarse (carta a su mujer, Elena en Bellón 2015: CXXXVI y n. 183). A fines de los 1950, con casi 90 años, decidió recuperar un tema de investigación antiguo, la Prehistoria, aspecto muy poco tratado generalmente en las biografías de Gómez-Moreno. Gracias a Bellón (2015: CXI, CXX-CXXI) sabemos ahora que Adam y la prehistoria no es su primera obra sobre el tema. Los capítulos correspondientes (los tres primeros “ciclos”) en la célebre La Novela de España (1928) tenían antecedentes: un Ensayo de prehistoria española (1922) y una Síntesis de prehistoria española (1925) (ambos incluidos en Misceláneas. Historia, Arte, Arqueología. Primera Serie: la Antigüedad, Madrid, CSIC, 1949) y Guía de la Humanidad (redacción 1936 y edición 1953). Según Bellón (2015: CXI), son las “publicaciones más personales e insólitas” de Gómez-Moreno. En ellas, al tomar el libro del Génesis como fuente histórica fidedigna, hacia inseparables la historia del hombre, el origen de España y los designios de la Providencia.

Gómez-Moreno reunía en su obra elementos de procedencias diversas. Integraba las manifestaciones culturales y artísticas más antiguas en la historia de España, desde la Prehistoria hasta la llegada de Roma, recuperando las tesis que se remontan a la historiografía del Renacimiento sobre el esencialismo español, la perduración de un espíritu propio e independiente frente a las continuas invasiones. A la vez, su deseo de “regenerar la identidad nacional” (Bellón 2015: LXXIX), descubrir la historia de España, valorar su patrimonio, defender la ciencia española y situarla al nivel de la europea formaba parte de los objetivos declarados por la JAE. La reiterada alusión en el libro a los investigadores extranjeros que hacían “nuestra” historia y “nuestra” arqueología perpetuaba también el temor expresado por la Real Academia de la Historia, donde había ingresado en 1917. Es posible que la publicación de Adam fuera una reacción a la 6ª edición (1957) de El hombre prehistórico. Y quizás no se mencionen obras importantes y coetáneas sobre Prehistoria (citadas por Bellón 2015: CLVII) porque Adam se nutrió fundamentalmente de sus ensayos anteriores. Según Bellón (2015: IX, CXLVIII), la obtención del Premio Juan March de Historia en 1956 permitiría su publicación (Tecnos 1958), pero no encuentro relación entre ambos hechos.

El libro tuvo muy poca difusión y sólo tres recensiones en revistas científicas: por sus discípulos A. Tovar en Emerita y G. Nieto en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, y en Archivum, de la Facultad de Filología de la Universidad de Oviedo. Ni siquiera se comenta en revistas de ámbito católico que publicaban artículos sobre el origen del hombre y los debates ciencia vs religión como Religión y Cultura (Bellón 2015: CLIII-CLVII). Y es que Gómez-Moreno, profundamente católico, no aceptaba siquiera las tesis de los defensores de conciliar ciencia y fe, postura que había resurgido gracias a la reedición de textos de Teilhard de Chardin: en 1956 se había publicado en París L’Apparition de l’Homme, compilación de artículos aparecidos entre 1913 y 1954, rápidamente traducida al castellano en 1958 (La aparición del hombre). Gómez-Moreno no la cita aunque demuestra conocer bien la obra de Teilhard de Chardin: critica su tibieza, como la de Breuil, Obermaier y otros sacerdotes prehistoriadores y antropólogos, en la defensa de la verdad histórica de la Biblia (Gómez-Moreno 2015: 36). ¿Llegaría a conocer Und die Bibel hat doch recht. Forscher beweisen die Wahrheit der Bibel de W. Keller (1955), que tanto éxito tuvo en todo el mundo?

Gómez-Moreno y Obermaier convivieron en la Facultad de Filosofía y Letras y, en menor medida, en el Centro de Estudios Históricos. Mantuvieron una clara enemistad (Bellón 2015: CVII) a raíz de que A. García y Bellido, protegido de J. R. Mérida y de E. Tormo, ganara la cátedra de Arqueología Clásica en 1931 en competencia con J. de M. Carriazo, discípulo de Gómez-Moreno. La opinión de éste acerca de Obermaier como prehistoriador era inseparable de su opinión personal. Debió conocer la 5ª (1955) y 6ª (1957) reediciones de El hombre prehistórico más cercanas en el tiempo a la publicación de su Adam. Pero si se refiere, muy puntualmente, a algunas de sus teorías y trabajos es para discutirlas. En Adam menciona sólo dos veces a Obermaier. La primera censura su “cómoda” postura al silenciar el problema bíblico en El hombre fósil. La segunda critica la atribución de las pinturas rupestres levantinas “a la Edad Cuaternaria” por extranjeros, como Breuil y Obermaier, secundados por Bosch Gimpera (Gómez-Moreno 2015: 35 y 70). Tal atribución se basaba en supuestas analogías con el arte rupestre cantábrico, y, en este caso, Gómez-Moreno acertaba al acercarlas al período neolítico.

Una gran diferencia entre ambos es que Gómez-Moreno, por su forma de ser, pudo defender su independencia de criterio y expresar sus ideas y tesis personalísimas. Obermaier, en cambio, se vio muy pronto obligado por sus difíciles circunstancias personales a desarrollar estrategias de integración en el ámbito académico (Cañete y Pelayo 2014: CLV). De ahí sus esfuerzos por anudar buenas relaciones con las autoridades de la ciencia, los cambios de tema en función de necesidades coyunturales y sus publicaciones, pensadas como actualizaciones científicas bien sistematizadas y rigurosas, pero no especialmente originales, destinadas tanto a los especialistas como al público universitario o culto en general.

  1. Gómez-Moreno y H. Obermaier siguen muy presentes en la historiografía de sus respectivos campos de investigación. Lo demuestran los estudios que se les han dedicado en los últimos años donde, en general, más allá de analizar su vida, obra e influencia se destaca su papel en el apasionante contexto de la Edad de Plata de la ciencia española.

 

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