Studia Historica. Historia Antigua, núm. 30, 2012

Por Dionisio Pérez Sánchez.

   Hay que agradecer en primer lugar la labor que está llevando a cabo Urgoiti editores, consistente en la edición de clásicos de la historiografía española, con esmeradas ediciones críticas y amplios estudios preliminares, como el que aquí realiza a tal efecto Javier Faci. Llevando a cabo estas nuevas impresiones, en sí textos fundamentales, se ofrece una buena oportunidad a las nuevas generaciones de estudiantes de conocer una parte muy importante de la obra de ambos autores, Abilio Barbero y Marcelo Vigil, quizá no suficientemente divulgados actualmente y a los que podemos considerar sin ningún género de dudas como auténticos pilares de la investigación histórica de nuestro país.

   La obra reúne tres títulos, que se dieron a conocer de forma conjunta en la editorial Ariel en el año 1974 bajo el nombre Sobre los orígenes sociales de la Reconquista, y que a su vez fueron previamente publicados en revistas especializadas: el primero denominado “Sobre los orígenes sociales de la Reconquista: cántabros y vascones desde fines del imperio romano hasta la invasión musulmana” apareció en el Boletín de la Real Academia de la Historia, CLVI, 1965 (271-339). En Moneda y Crédito, 112, (1970), pp. 71-91 aparecería “Algunos aspectos de la feudalización del reino visigodo en relación con su organización financiera y militar”. Mientras que por último, el trabajo titulado “La organización social de los cántabros y sus transformaciones en relación con los orígenes de la Reconquista”, editado en un primer momento en Hispania Antiqua, I, (1971) pp. 197-232.

   Con sus aportaciones, los estudios de historia de España alcanzarán un rigor y una profundidad podríamos decir que inexistentes hasta ese momento bajo los nuevos postulados, huyendo de igual modo del trabajo fácil y repetitivo y adentrándose en formulaciones que provocaron un debate que, pese a algunos, bien replantearon bien reforzaron los intereses de gran número de jóvenes estudiantes.

   Su obra, que aunque cronológicamente se sitúa en la antesala o en los momentos inmediatamente posteriores de lo que ha venido en llamarse transición, siempre está lejos, y por eso es más valiosa, de cualquier oportunismo político, despreciando la mera enunciación de postulados standard, tópicos al uso que también fueron frecuentes en esta época de incipiente bonanza política. En este sentido, la diferencia de su obra es manifiesta: a la clara vocación interdisciplinar de sus escritos, muy bien puesta de relieve por Javier Faci, hay que sumar su originalidad, su visión del objeto de estudio desde una perspectiva amplia, primando lo social y contextualizando los problemas en un entramado de dimensiones mayores y más ambiciosas. La incorporación de nuevas disciplinas de las Ciencias Sociales será en este sentido fundamental.

   En la nueva edición el profesor Faci hace un recorrido por los diversos temas que preocuparon a nuestros autores, deteniéndose, aunque no muy en detalle, en ideas tales como la del «limes» hispánico. Esta hipótesis ha sido contestada desde prácticamente su formulación inicial hasta hoy en día por el profesor Arce, que discute su validez, por considerar que no se aducen las pruebas suficientes para su demostración irrefutable.

   En relación con este asunto, o más bien al hilo de este asunto, sería interesante plantear la vigencia de lo que podríamos llamar «la verdad absoluta». Es decir, todo puede ser cuestionado, relativizado, pero hay ideas que subsisten en este planteamiento y que, bajo mi criterio, no han podido ser desechadas todavía. En esta idea, como en otra tan fundamental como es la nueva noción de «Reconquista» acuñada por Barbero y Vigil, nos encontramos ante una construcción lógica y formal de la propuesta absolutamente honesta y brillante. De hecho, en “Sobre los orígenes sociales…” (p. 78), los autores afirman que «no conocemos con precisión cuál era exactamente la línea fortificada de los visigodos frente a los pueblos del norte».

   Es decir, se parte de la convicción de que toda investigación no es más que una aproximación a determinado problema concreto, pero en la que el rigor y la originalidad darán como consecuencia que esa aportación tenga un valor todavía hoy vigente. Porque toda investigación histórica es fruto de una interpretación, también de un compromiso con unos principios por los que se rige el trabajo personal, en los que la autocrítica ha de jugar un papel fundamental. De ese modo, cuando se habla de descubrimientos que cuestionan determinadas creencias u opiniones, parece que de algún modo se está renunciando a interpretar los hallazgos, del tipo que sean, como si estos, por sí solos, suplieran la capacidad de raciocinio y de apostar por nuevas vías de investigación, dando casi por entendido que estos afanes renovadores constituyen algo ya superado. Y es esta la mayor lección que nos transmitieron nuestros maestros: el reto del historiador, más que cifrarse estrictamente en los resultados concretos, consiste en el reto intelectual que supone abordar nuevas vías de enfocar viejos problemas.

   Ya en la obra publicada originalmente en 1974 los autores distinguían entre el hecho de que la formación de los estados cristianos nacidos después de la invasión musulmana tenía su origen en períodos anteriores a dicha invasión y que, por otra parte, hay que explicar este proceso histórico por la diferente forma de estar organizada la sociedad en las diversas regiones de la Península Ibérica. Por tanto, nada más alejado de cualquier planteamiento dogmático, dado que se combaten, a través de la propuesta de alternativas, las concepciones tradicionales que concebían la «Reconquista» como una empresa nacional, a partir de ideas preconcebidas como la «pérdida de España», ideas claramente ahistóricas.

   Esta preocupación por aspectos teóricos y metodológicos se observa aún con más nitidez en la Introducción a su obra La formación del feudalismo en la Península Ibérica (Ed. Crítica, Barcelona, 1978), donde el objeto del estudio concreto, al que jamás renunciarán, evitando así disquisiciones estériles, les conduce a exponer sus ideas y su compromiso respecto a la interpretación histórica, rechazando al mismo tiempo las visiones institucionalistas y aquellos trabajos que se limitan «a dar a la luz documentación inédita sin pasar de la lectura del documento» (p. 16). El carácter a la vez científico y comprometido de su obra se manifiesta cuando afirman que «tampoco podemos aceptar, como historiadores, que diversas áreas geográficas de la Península puedan ser consideradas igualmente corno unidades de destino en lo universal con constantes históricas milenarias» (p. 20), fenómeno por cierto de rabiosa actualidad.

   Este rechazo a las ideas preconcebidas ya arriba mencionado, y la búsqueda de alternativas convincentes, se pone de relieve especialmente en el segundo de los trabajos contenidos en el presente volumen cuando, a partir de un texto hagiográfico como es La Vida de San Fructuoso, se desentrañan expresiones con un claro contenido jurídico («requirere rationes gregum suarum, describere greges, discutere rationes pastorum»), cuando se analizan las acciones llevadas a cabo por el padre del religioso, dux con máxima autoridad militar y civil en una provincia que comprendía el Bergidense territorium. De este modo, se incide en la gran importancia del texto, a la vez que se contextualizan los hechos narrados en las prácticas habituales del sistema tributario característico de la Antigüedad Tardía. A partir de un conocimiento profundo de los textos se desvelan prácticas que tienen como objetivo la inspección fiscal, dentro de las funciones que incluían la recaudación de impuestos por parte de los jefes militares, como se observa claramente en el XIII Concilio de Toledo del año 683.

   Para terminar, podemos citar las reflexiones del artífice del amplio prólogo, muy unido personal y profesionalmente a los autores. Dice el profesor Faci que «nada es completamente falso ni indiscutible. La diferencia fundamental está en que algunos historiadores han roto parcialmente con lo anterior en sentido positivo y, por tanto, han abierto nuevos caminos a la investigación y al pensamiento, mientras que otros no lo han hecho» (p. XXXVI). Porque ambos «nos han dejado … una trayectoria impecable y ejemplar, y una obra científica de gran categoría, a pesar de las controversias. Solo se discute sobre aquello que interesa e inquieta y su producción, sin duda, ha interesado e inquietado» (p. XIII).

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