Revista de Occidente, núm. 358, 2011

Por Joaquín Álvarez Barrientos (CSIC).

    Forner acompañó a François Lopez a lo largo de su vida. Con él se inició como hispanista y con él ha muerto en agosto de 2010. Su tesis sobre Juan Pablo Forner et la crise de la conscience espagnole au XVIIIe siècle, aparecida en 1976, fue un revulsivo para los estudios sobre el siglo XVIII español, así como un estímulo para muchos que por entonces se iniciaban en la investigación sobre una época de España maltratada por políticos y profesores. Pero el encuentro con el conflictivo español se había dado antes, y prueba de ello es la edición, aparecida en 1973, del Discurso ahora reeditado por el mismo Lopez.

    En esta ocasión, el hispanista francés revisa su trabajo y ofrece un acabado retrato del personaje Juan Pablo Forner, de su lugar en la República Literaria española y de los conflictos ideológicos y culturales en los que intervino. De manera general, la historiografía le ha colocado entre los conservadores, cuando no entre los reaccionarios del pensamiento español. Y de hecho, Menéndez Pelayo así lo considera, a pesar de su declarado anticlericalismo y de su regalismo. Lopez explica que sus ideas, en muchos casos, no son más conservadoras de lo que puedan ser las de otros representantes de la Ilustración, mientras que en algunas ocasiones, por el contrario, avanzan considerablemente sobre el pensamiento más progresista del momento, en anuncios de lo que solo darán cuenta las Cortes gaditanas.

    Por lo que se refiere a su idea de cómo escribir la historia de España, Forner es un novedoso, y lo razona e ilustra en todo el libro, pero sobre todo en el capítulo titulado «Convendría que la historia de España se escribiese de distinto modo que hasta aquí». Hasta entonces se había dedicado preferentemente a narrar las batallas y los triunfos de los reyes; faltaba, por tanto, el desarrollo de lo político. Por usar sus propias palabras: «las proezas y hazañas de los héroes guerreros están ya sobradamente ensalzadas en millares de tomos; falta representar la vida política y ver en los tiempos pasados los orígenes de lo que hoy somos, y en la sucesión de las cosas los progresos, no de los hombres en individuos, sino de las clases que forman el cuerpo del Estado» (pp. 6-7). Es decir, que la nueva historia debía mostrar en qué medida los gobernantes habían trabajado en beneficio de la población, de modo que resultaría la historia de los beneficios materiales de la sociedad. Más adelante, comenta: «Las acciones de los hombres públicos están íntimamente enlazadas con el estado de los pueblos y de las repúblicas; […] el principal objeto de la historia poner patente estos enlaces, y manifestar de qué modo el mayor número de los mortales es feliz o infeliz por el modo de obrar del menor número». Además, como ya sucedía en su época, tiene una idea clara de la nación española como entidad, por lo mismo esa historia de España que se debe escribir ha de ser un panorama político, social y económico que muestre el influjo de la nación sobre el mundo, gracias a sus conquistas culturales, comerciales y guerreras. No se trata de hacer una apología –labor que ya había rechazado, aunque él escribiera su personal Oración apologética–; se trata de retratar a España en relación con el resto del mundo y de hacer ver su grandeza, mientras la tuvo: es decir, sobre todo en el tiempo de los Reyes Católicos, pues la de los Austrias, en general, fue dinastía y época de decadencia para España, como reseña en el último capítulo. Por otro lado, Cisneros ya se había hecho eco de esa necesidad de mostrar la grandeza y de cómo la implantación cultural de una nación depende de su influencia política; ahora Forner recupera esa idea y después la refrescaron personajes como Larra, Menéndez Pelayo y Luis Araquistáin.

    Pero la escritura de la historia de España no se puede hacer de cualquier modo. Su texto es también un alegato a favor de la labor de los historiadores y de los cronistas, frente al propósito de que sean las instituciones las que la escriban, cuando son incapaces de dar forma a trabajos unitarios. La Real Academia de la Historia había suprimido el cargo de cronista y Forner piensa que una historia sólo será correcta si tiene unidad de interés, lo cual no alcanza una institución, pero sí un individuo. Sus palabras son claras: se deben restaurar «las plazas de cronistas bien dotadas», otorgadas «a personas cuyo único empleo sea escribir las cosas de la nación». Y añade: «el reinado de Felipe II fue la época más gloriosa de nuestra historia porque este monarca tuvo tino singularísimo para elegir historiadores aptos y supo hacer que esta aptitud no quedase estéril» (p. 7). Estos planteamientos, así como la aplicación de criterios científicos a la escritura, son el resultado de aceptar las más novedosas ideas europeas respecto de la redacción de los tratados históricos. Por sus páginas aparecen citados y utilizados Voltaire, Mably –autor precisamente de textos en la misma línea revisionista de Forner como De l’étude de l’histoire (1778) y de De la manière d’écrire l’histoire (1783)–, Muratori y otros, pero también los italianos que regularon la razón de estado (Maquiavelo, Guicciardini, Bodino) y los españoles Morales, Zurita y Mariana, Martínez de la Mata, Caja de Leruela, Saavedra Fajardo.

    El Discurso sobre el modo de escribir y mejorar la historia de España quedó inédito hasta 1843 –antes se había publicado una versión reducida–, y no se publicó en su momento por muchas de las ideas que contra la nobleza lanza su autor. Porque este libro no es solo un tratado de metodología histórica, sino que abunda en ataques a aquel estamento y en testimonios anticlericales. Es posible que si, en lugar de presentarlo a la censura en 1792, después de los hechos de la Revolución Francesa, hubiera sido censurado antes de ella, el libro se habría podido imprimir, tal vez con alguna «corrección». Como ya se ve en otros autores del siglo, plantea la realidad social como una lucha de «clases»: la clase del clero, la clase de la nobleza, la clase plebeya. Ésta, también llamada pueblo, padece, porque no es lógico que «la balanza de las riquezas prepondere más hacia la parte que menos las produce» (p. 83). Contra el clero, cómplice de la nobleza, hay también bastantes críticas: «Hablo políticamente, y en este sentido creo que las historias deben retratar los progresos de la opulencia eclesiástica para que los estados, comparándola con la de las demás clases, entiendan si es o no perjudicial a los intereses de éstas» (p. 83). En consecuencia, ve necesario proceder a la desamortización de los bienes del clero. Forner estuvo al servicio de Floridablanca y ahora al de Godoy; después de muchos intentos había conseguido la protección de los poderosos, de modo que su pensamiento avala el regalismo de la monarquía, aunque en su caso de forma más radical. Por eso insiste también en la figura histórica de los monarcas, en especial de Fernando el Católico, una de cuyas virtudes fue acabar con el poder de los nobles, de manera que cesaran las guerras civiles que ellos mismos habían propiciado. El discurso de Forner busca fortalecer el estado absolutista borbónico, que se vincula por las intenciones y logros centralizadores con el de los Reyes Católicos, frente a la monarquía de los Austrias.

    Mucho de lo que se puede leer en su Discurso viene motivado por las consecuencias de la Declaración de Independencia norteamericana y de la Revolución francesa, pero también en su pensamiento están presentes las virtudes republicanas romanas, como explicó en su pieza Amor a la patria, de 1794. Es capaz de hacer depender esas virtudes de la justa ejecución de la convivencia monárquica, pues sólo ésta es capaz de regenerar a España. La teoría del nacionalismo que expone en ese texto resume las aspiraciones del absolutismo ilustrado, en el que cada ciudadano debía pensar: «mi patria debe ser la más poderosa, la más opulenta, la más sabia, la más gloriosa entre cuantas existen, y yo debo contribuir a que lo consiga en efecto». Dos siglos más tarde John F. Kennedy diría aquello de «no preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país». Forner lo había formulado. No es del todo contradictorio que plantee valores republicanos en un gobierno monárquico: en la época, y gracias a la educación recibida, era frecuente. Por otro lado, quizá no eran valores de la república romana, sino virtudes de «Roma».

    El Discurso sobre el modo de escribir y mejorar la historia de España es una de las últimas obras compuestas por Juan Pablo Forner, que murió en 1797 con cuarenta y un años. Su actividad como escritor es como la de muchos: puso su pluma al servicio de los poderosos esperando recibir beneficios y recompensas, que finalmente le llegaron, pero, aunque estaba a disposición de los ministros, su pensamiento mostró la peculiaridad de un hombre controvertido, culto, que con dificultad se plegaba a los dictados de los otros, que anheló el triunfo de los mejores, entre los que se encontraba, que pocas veces admitía críticas y que no evitó la envidia por la suerte mejor de otros ni por la fama ajena. François Lopez, con esta edición renovada y mejorada de su viejo trabajo de 1973, ha dejado un nuevo retrato del personaje, al que se ha acercado con la distancia de cuarenta años, manifiesta en una mejor comprensión de la época y del individuo.

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