Revista de Estudios Internacionales Mediterráneos, 25, 2018

por BERNABÉ LÓPEZ GARCÍA

 

La primera impresión tras la lectura de la biografía del arabista, historiador y bibliófilo Pascual de Gayangos (1809‐1897) realizada por Santiago Santiño, es de sorpresa por cómo un personaje puede haber dejado tantas huellas y trazas de su vida. La segunda, no puede ser más que de admiración por cómo una persona ha sido capaz de recogerlas todas (al menos, tantas) para componer un libro tan rico, meticuloso, sugerente y lleno de rigor como Pascual de Gayangos. Erudición y cosmopolitismo en la España del XIX.

Quizás la explicación de la inmensidad de huellas dejadas en el caso de Pascual de Gayangos esté en que no fue un personaje cualquiera y construyó su vida sobre un trabajo intenso de escritura, no sólo de obras de historia, de multitud de reseñas bibliográficas aparecidas en muy diversas revistas en España y fuera de ella, de traducciones o transcripciones de viejos manuscritos que, al quedar impresas, dejaron rastro por ello. Además, numerosos trazos de vida se conservan en la correspondencia asidua y la relación epistolar continuada en el tiempo que mantuvo con figuras clave de la política, la literatura, la historia, no sólo de España sino del país en el que pasó la mayor parte de su vida, Inglaterra, además de Estados Unidos y buena parte de los países de Europa por los que se extendió su fama. Felizmente, tal vez por la importancia cobrada por su figura y la de sus correspondientes, buena parte de esas cartas se ha salvado, bajo la custodia de familias e instituciones, y muchas de ellas han sido publicadas, lo que ha posibilitado que muchas de esas huellas hayan podido localizarse y servir para tejer la trama de una vida larga, rica e intensa como la de Pascual de Gayangos.

El meticuloso y riguroso trabajo de Santiago Santiño ha logrado sintetizar en 600 páginas todas las facetas de un autor‐personaje respetado y venerado en su tiempo, incluso mitificado y hasta denostado en según qué ambientes, que fraguó su fama como pionero del orientalismo en España pero que lo fue también en muchos otros campos como el de la biblioteconomía, la historiografía y la historia literaria.

Su biografía, en trazos gruesos, era conocida desde que Pedro Roca publicase al poco de su muerte una extensa “Nota” de su vida y obras en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, órgano de un gremio al que él contribuyó a dar forma y cuerpo. Su actividad de arabista fue reconocida por los “suyos”, que lo calificaron, como hizo Emilio García Gómez, de “terreno propicio” sobre el que se construiría la escuela española de arabistas, o como el “fundador de la moderna escuela de arabistas” en palabras de Manuela Manzanares en su libro sobre los arabistas españoles del XIX, por haber sido el primero en formar discípulos y en impartir entusiasmos por dichos estudios. A alguna de las facetas de su vida se han dedicado monografías eruditas y completas, como la que Miguel Ángel Álvarez Ramos y Cristina Álvarez Millán dedicaron a sus ocho viajes literarios que llevaron a Gayangos a recorrer España en busca de testimonios del pasado por cuenta de la Real Academia de la Historia (RAH). Pero faltaba una obra global que permitiera poner en todo su valor la figura excepcional de quien fue, por encima de todo, un mediador cultural que llevó a cabo “la labor de intermediación cultural y presentación de España ante el mundo anglosajón” (p. 439).

El interés de la obra de Santiago Santiño radica en haber comprendido desde el inicio que la “relevancia” de Gayangos iba mucho más allá de su labor como autor y se encontraba en “su presencia como mentor” (pp. 16‐17). Lo que llevó al biógrafo a “intentar acceder al mundo de sus relaciones interpersonales, tanto de naturaleza intelectual y académica como más generales”. De ahí que emprendiera una búsqueda, casi detectivesca, para localizar trazos de su vida y de sus opiniones en su extensa correspondencia, de la que, también felizmente, no sólo se conservan las cartas enviadas por él sino también las recibidas de sus correspondientes. En esa búsqueda y con ese método pudo así verificar Santiño atribuciones de artículos publicados sin firma o con siglas en multitud de publicaciones colectivas y revistas y hasta averiguar sus amistades y relaciones rastreando listas de comensales en cenas de buena sociedad londinense a fin de permitir conocer el medio en que se desenvolvió y logró la extensión de su renombre.

Los “tintes particulares” del papel desempeñado por Gayangos a todo lo largo del siglo XIX los resume muy bien Santiño: “su intención fue siempre valorar la historia patria y limpiarla de mitos; dar a conocer los tesoros culturales olvidados; ocuparse de que quienes tratasen de las cosas de España lo hiciesen atendiendo a las fuentes y no a los tópicos continuamente repetidos; reseñar en España las principales novedades de otros países o, a la inversa, mostrar en esos otros países lo que se hacía en España; tratar de equiparar las políticas culturales y educativas a los avances que se daban fuera de las fronteras patrias. Y todo ello, siempre, no desde un exclusivismo nacional y de oposición a lo extranjero, sino desde la integración de España en el lugar que le correspondía dentro del conjunto de las naciones civilizadas del orbe” (p. 18).

La propia biografía personal de Gayangos, que vive una juventud en Francia, lo que le permitirá estudiar con la figura más prominente del orientalismo europeo del momento, Sylvestre de Sacy, así como sus tempranos y frecuentes viajes a Inglaterra, le ayudarán a conformar una cosmovisión que le permitió defenderse de provincianismos y relativizar visiones monolíticas de la realidad. Esa distancia de mirada hacia la realidad española adquirida en el exterior, desde donde pudo entender “la inamovible piedra de la intransigencia político‐religiosa” tan patente en su país natal, como expresará en carta a Barbieri (p. 57), se traducirá en cierto descreimiento, incluso en el plano religioso, que tanto le alejará de posiciones como las que estaban bien presentes en historiadores coetáneos que convertían a la Providencia o al genio nacional en el motor de las historias patrias.

En el desempeño de su vasta tarea, Gayangos siempre alertó contra el excesivo celo patriótico de los historiadores que les llevaba a incurrir en errores sin disculpa.

Continuando con la tradición ilustrada de valorización del pasado árabe iniciada en España ya por Conde, contribuyó en la sociedad de su tiempo a situar el papel de los “árabes españoles” en el desarrollo de la civilización europea y a reconocer que constituyeron “uno de los elementos definitorios que configuraron una particular y distintiva ‘civilización española’, fuese por influencia y amalgama de sus elementos, fuese por rechazo y decantación” (p. 195). Sobre este eje de valoración del pasado árabe se construirían desde la mitad del siglo XIX las visiones historiográficas nacionalista conservadora y liberal.

Muy adelantado a su tiempo, al menos al tiempo de la España de la segunda mitad del siglo XIX, llegó a vislumbrar, quizás con un cierto vértigo, una época en la que lo español pasaría a fundirse en lo europeo: “¡Ay del día en que la marcha de esa llamada civilización, la construcción de ferro‐carriles, los progresos de una lengua ya demasiado esparcida y que lleva trazas de ser universal, la abolición de los pasaportes y la supresión de aduanas nos hayan unido de una manera más positiva con la Europa! Aquel día, por fortuna bastante alejado aún, perderemos hasta el nombre de españoles para formar parte de la gran nación europea” (p. 300).

La reconstrucción biográfica de Gayangos se hace en la obra de Santiago Santiño de manera cronológica, dividiendo su vida en seis momentos, a los que les dedica sendos capítulos, desarrollados desde los antecedentes familiares hasta su muerte.

El primero va de 1770, fecha del nacimiento en Valencia de su padre, militar por tradición familiar, hasta 1830 en que, tras estancias largas de formación y comienzo de actividades en el extranjero, Gayangos pasa a instalarse en España. En esa primera etapa, aún de juventud, pues al término apenas tendrá veinte años, su paso por L’École de Langues orientales vivantes le permitirá el aprendizaje del árabe que le servirá de palanca para toda su actividad posterior, pero también para “adquirir herramientas filológicas y orientar su carrera arabista, y conformar sus intereses bibliográficos y eruditos que tanto le caracterizaron” (p. 73). Es también en esta etapa en la que contraerá matrimonio con Fanny Revell, hija de un famoso político británico muy bien relacionado en Londres, lo que le permitirá un acceso a todo lo largo de su vida a todo un mundo en el que llegó a ser una personalidad.

La segunda etapa de la vida de Gayangos la centra Santiño entre los años 1830 y 1837. Primero en Málaga, donde transcurre la que califica de “fase preparatoria de su actividad intelectual” y más tarde en Madrid, ciudad que le servirá de marco para el “encuadre y concreción de sus proyectos” (p. 106), y donde seguirá las huellas de José Antonio Conde investigando en la Biblioteca Real los manuscritos árabes, comenzando sus contactos con la RAH, por entonces dirigida por Martín Fernández de Navarrete, incubándose la idea de crear una colección de escritores árabes. Trabará en esos años relación con Serafín Estébanez Calderón, versado como él en las cuestiones arábigas. Y empezará a interesarse por la obra del historiador árabe del siglo XVII al‐Maqqari, que más adelante constituiría su gran aportación al orientalismo. Pero en este período también comienza su colaboración en revistas de Londres, de las que se convertiría en correspondiente e informador sobre las producciones literarias españolas, tanto en temas árabes como en los históricos que interesaban a la intelectualidad británica por entonces. Combinó su presencia en Madrid con estancias londinenses en las que evaluó los fondos orientales del Museo Británico que años más tarde se convertiría casi en su oficina, pero también con una estancia parisina en la que tuvo oportunidad de reencontrarse con quien había sido su iniciador en los temas orientales, Sylvestre de Sacy. La etapa concluyó con una estancia de investigación en la Biblioteca del Escorial en mayo de 1837.

Un tercer período de vida y actividad de Gayangos transcurrió, como señala Santiño en su obra, “sentando plaza en Londres” entre 1837 y 1843 y constituyó “una de las fases más productivas de su vida literaria” (p. 147). El biógrafo lo llega a considerar como su “segundo nacimiento”, gracias a los contactos que logró establecer y a las publicaciones que le dieron a conocer en revistas importantes como la Edinburgh Review o The Athenaeum. Fueron unos años en que, explotando contactos anteriores, logró introducirse en las instituciones eruditas británicas como la Royal Asiatic Society y su Comité de traducciones orientales. De gran trascendencia en la vida de Gayangos fue también en este tiempo iniciar la relación con los hispanistas estadounidenses William Prescott y George Ticknor, convirtiéndose en su intermediario y corresponsal para el envío de materiales relativos a la historia de España para sus obras. Pero su gran trabajo en estos años fue la preparación y la edición en 1840 del primer volumen de The History of the Mohammedan Dynasties, que fue, según Santiño, “la gran publicación de Pascual de Gayangos, la que le permitió emplazarse por fin en los círculos académicos del orientalismo europeo y la que, todavía hoy, le identifica como autor” (p. 187). Con la edición del segundo volumen de esta publicación en 1843 se cierra esta tercera etapa.

Se enlaza así con un nuevo momento que irá de 1843 a 1856, en que su vida va a estar más centrada en España, desempeñando la primera cátedra de árabe recién inaugurada en la Universidad Central y en la que formará en su torno un nutrido grupo de discípulos que será el semillero del arabismo y del orientalismo español ulterior: José Moreno Nieto, Francisco Codera, Francisco Fernández y González, Francisco Javier Simonet, Juan Facundo Riaño, Leopoldo Eguílaz, entre otros. En este tiempo desarrolla su labor de intermediación cultural con los círculos de los hispanismos británico (relación con Richard Ford) y bostoniano y llevará a cabo los ocho viajes literarios por toda España y Portugal por encargo de la RAH, que tuvieron una doble dimensión, erudita y administrativa, pues “no fueron sólo viajes de investigación, sino que derivaron sobre todo de ese proceso de centralización y modernización cultural y científica del Estado” (p. 271). Empeños editoriales como el Memorial Histórico Español o colaboraciones frecuentes en la Revista Española de Ambos Mundos le ocuparían también en este período de actividad.

La etapa que va de 1854 a 1870 será para Gayangos la que le permita ver realizados algunos de los proyectos por los que combatió en los años anteriores, pues fueron años de “creación de una infraestructura institucional para la custodia y organización” de infinidad de documentos tutelados por el Estado (p. 344), en los que se reorganizará la Biblioteca Nacional, se renovará la RAH, se fundarán el Archivo Histórico y el Museo Arqueológico Nacionales y se creará la Escuela Superior de Diplomática de la que fue uno de sus impulsores y que habría de servir para la formación de “burócratas de la erudición”, embrión del futuro Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios que tendrá a Gayangos como a uno de sus principales mentores. Pero además, aquellos años serán los que vean ingresar en la RAH a varios de sus discípulos, que comenzarían a producir trabajos de interés, algunos de los cuales iban a desempeñar puestos clave en la renovación cultural de la España de entonces. Los últimos años de este período fueron de “reposicionamiento vital con una gran actividad, pero en el que sus cometidos oficiales fueron, en realidad, una plataforma que le posibilitó, con la vista puesta en el futuro, facilitar una vía de estabilidad socio‐profesional tras su jubilación de la cátedra” (p. 395).

Jubilación que abre la última fase de su vida, desde 1870 en que dejó la cátedra, hasta su muerte accidental en 1897. Aunque en buena parte de retiro en Londres, será, en decir de su yerno y discípulo Juan Facundo Riaño, de intensa actividad, en la que trabajará “como un negro, comiendo más que diez blancos y pirateando por los puestos de libros con la constancia de toda la vida” (p. 431). En mitad de etapa desempeñará durante un breve período el único cargo político de su vida, la Dirección General de Instrucción Pública en 1881, desde la que aportó algo de aire fresco a una vida académica ensombrecida desde 1875 por el decreto del marqués de Orovio que había expulsado de la Universidad a catedráticos krausistas, a los que Gayangos pudo reintegrar, y le permitió renovar el Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios con personal preparado ingresado por oposición. Tras unos escasos meses en el cargo, dejando a Riaño continuar su tarea renovadora en el ámbito educativo y cultural, volvió a Londres, aunque sin desvincularse de España, siendo nombrado senador por Huelva y más tarde por la RAH hasta 1894.

Un último capítulo lo dedica el autor a las valoraciones que de la figura de Gayangos se hicieron a raíz de su muerte. Sobre él se tejió una “aureola legendaria” que lo convirtió, para muchos, en “auténtico héroe del patrimonio histórico” (p. 533). Santiño, que pasa revista en este capítulo a los homenajes que su figura mereció después de su fallecimiento, a las necrológicas y reseñas biográficas publicadas en España y el extranjero, concluye que “su protagonismo en el fomento de los estudios históricos se construyó menos a partir de sus obras que del impulso y ayuda que había ofrecido a empresas ajenas, labrándose con ello una reputación que permitió incluso eludir las fallas palpables que desde un punto de vista estrictamente técnico presentó su obra” (p. 538).

Esta somera descripción biográfica que se hace, extraída de la obra de Santiago Santiño, no permite hacerse una idea cabal de lo que el libro encierra en cuanto a información sobre la activa vida profesional, académica y privada de Pascual de Gayangos. Cada etapa de su vida, cada reseña publicada en revistas, cada paso en su actividad en cualquiera de los ámbitos que desarrolló, está documentada con materiales localizados a través de un trabajo que, como decía al principio de esta recensión, sorprende por su exhaustividad y riqueza.

Pero el libro no es una mera biografía del personaje, sino una inmersión en los debates y las polémicas historiográficas e ideológicas de toda una época, de las que Gayangos fue testigo e intérprete, no sólo en España sino también en aquellos países que contaban en el desarrollo del pensamiento en el mundo. De ahí el subtítulo de la obra, Erudición y cosmopolitismo en la España del XIX, que se queda corto, pues más le hubiera cabido decir “en la Europa del XIX”, pues se analizan de paso los panoramas intelectuales de Europa y América en relación con los estudios históricos en los que la actividad de Gayangos estuvo siempre inmersa.

Hay que destacar, por último, la cuidada publicación que Ediciones Urgoiti ha realizado en su colección Monografías, en línea con todo un programa de revalorización de figuras y obras clave de nuestra cultura y de nuestra historiografía. Gayangos figura así, a través de su biografía, entre los arabistas notables que la editorial ha recuperado desde que en 2004 publicara los Decadencia y desaparición de los Almorávides en España de Francisco Codera, en 2007, Dante y el islam de Miguel Asín y en 2008 Libros y enseñanzas en al‐Andalus de Julián Ribera, siempre con densas y documentadísimas introducciones de María Jesús Viguera o el oportuno prólogo de Miguel Cruz Hernández en el caso de la obra de Asín.

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