Pasado y memoria, núm. 17, 2018

por CARLOS MATOS FERRER

 

No se puede observar una ola sin tener en cuenta los elementos complejos que contribuyen a su formación y los no menos complejos que nacen de ella”. Esta frase de la novela Palomar de Italo Calvino es la que utiliza Paul Aubert para expresar la concepción que posee Tuñón de Lara (1915-1997) acerca de la cultura como una totalidad que ha de explicarse en relación con el resto de los elementos de la realidad.

Medio siglo de cultura española (1885-1936), ofrecido por Urgoiti editores en una espléndida colección (Historiadores) dedicada a recuperar obras esenciales de grandes historiadores, es una muestra de la erudición del maestro Tuñón de Lara, publicada originalmente en 1973. Es una referencia obligada para los estudios encuadrados en la Historia Cultural y Social, ya que sentó un precedente en esta especialidad. En este libro podemos encontrar propuestas de investigación que hoy, cuarenta años después, se han visto satisfechas y otras que aún pueden y deben ser emprendidas para contribuir a un mejor conocimiento de la Historia Contemporánea de España. El encargado de prologar y dar una visión actualizada de esos elementos propuestos por Tuñón es uno de sus discípulos, Paul Aubert, prestigioso hispanista y catedrático de Literatura y Civilización española en la Universidad de Aix-Marsella. Aubert nos habla de las circunstancias en que esta obra fue elaborada, así como el hundimiento de sus raíces en el foro de debate y conocimiento que fueron los Coloquios de la Universidad de Pau auspiciados por Tuñón de Lara.

Esta obra nos ofrece la posibilidad de comprender cómo entendía Tuñón de Lara algunas de las grandes cuestiones de la historia de España y sus algunas de instituciones españolas a través de las obras de ciertos autores representativos, las cuales se ocupa de contextualizar y analizar atendiendo a la circunstancia social que las rodeaba. No en vano el autor fue un exponente destacado del marxismo historiográfico de la época, supuso una aportación fundamental a la renovación historiográfica de la época.

En primer lugar, el autor expresa la premisa de su estudio (Capítulo I): la plena relación de la cultura con la coyuntura socio-económica y el plano institucional, aunque sin que esto suponga un determinismo para la creación cultural, a su vez, la cultura influiría en el plano estructural. De este modo, presta especial atención a la obra de Galdós y Leopoldo Alas “Clarín” (Capítulo II), entendiendo que son representativos de una nueva escala de valores y significados propios de una burguesía liberal enfrentada a un sistema, el de la Restauración, dominado por la alta burguesía y la oligarquía, habiendo integrado la primera los valores y las formas de prestigio social de la segunda. Esa fusión afectaría incluso al propio desarrollo económico y social de España, ya que la alianza, como apunta la historiografía actualmente, se realizaría principalmente entre esa alta burguesía y la oligarquía de grandes terratenientes de tipo rentista, lo que provocaría el freno de la modernización productiva, económica y social.

Se presta una atención especial a lo que el autor denomina “krausismo español” (Capítulo III), así como a la Institución Libre de Enseñanza, que encarnaría una segunda fase de esta tendencia krausista, algunos de cuyos exponentes tuvieron relación con el propio Tuñón. Ese krausismo autóctono tendría su núcleo irradiador en Julián Sanz del Río, que asimilaría las doctrinas de Krause y Ahrens en Heidelberg y las transmitiría a un primer núcleo krausista en España cristalizando en la línea o estilo que Tuñón llama institucionista, que sería una segunda etapa encarnada en la Institución Libre de Enseñanza y el denominado Grupo de Oviedo (Alas, Rafael Altamira, Posada, Sela o Buylla). Todo ello desembocará en el primer y segundo decenio del siglo XX en la creación de instituciones que beben de ese espíritu de voluntad de expansión del conocimiento, aunque con un marcado carácter elitista, como el Instituto de Reformas Sociales, la Junta de Ampliación de Estudios, la Residencia de Estudiantes y el Instituto-Escuela. El autor analizará en este capítulo la evolución interna del krausismo español y el institucionismo y su vertiente crítica con el sistema de la Restauración, la extracción principalmente burguesa de sus integrantes, una burguesía consciente de no haberse integrado en el sistema social, económico y político de la Restauración, a diferencia del estrato superior de la alta burguesía (pp. 49-50); Así mismo, debemos mencionar el elitismo krausista-institucionista que apuesta por la formación del pueblo español a través de “equipos espiritualmente selectos” encargados de llevarla a cabo (p. 56).

El siguiente capítulo, el IV, está dedicado al análisis del regeneracionismo a través de la obra de Joaquín Costa y, en palabras de Tuñón de Lara, el “primer” Unamuno. El autor habla de este fenómeno como “algo que está vinculado a los movimientos de una burguesía media disconforme al producirse la quiebra colonial del 98” (p. 61). Además, se examina el contexto en el que surge: el caciquismo, partidos turnantes, etc. Tuñón señala los problemas o errores en los que incurren los análisis regeneracionistas, como la evolución desde la crítica al caciquismo hasta el antiparlamentarismo o el desprecio por los partidos políticos como actitud frente a los partidos que participan en el turnismo. Esto se puede ligar con la “carga pro-dictatorial” que aprecia el autor en la base del regeneracionismo y que viene, también, de la visión regeneracionista del pueblo como “menor de edad” (p. 69-70). El caciquismo será abordado también con más profundidad en la obra, concretamente en el capítulo VII, prestando atención a cómo diversos autores analizaron la cuestión: desde una perspectiva socio-política, donde estarían Costa o el grupo de profesores de Oviedo, antes citado; desde la expresión literaria, destacando a Galdós y Antonio Machado; o desde el periodismo.

Tuñón de Lara realiza un exhaustivo análisis de las diferentes aproximaciones que los intelectuales, escritores y periodistas realizan a “lo social”, es decir, a la realidad social que los rodea, en las últimas décadas del siglo XIX y los primeros años del siglo XX (Capítulo V). Su análisis va desde la aparición de la sección española de la Primera Internacional en 1868 con un peso importante del bakuninismo, pasando por la que el autor denomina “primera recepción «prehistórica»” de las tesis de Marx en España en 1870-1871, hasta algunas de las personalidades importantes dentro del socialismo español, como Jaime Vera o el propio Pablo Iglesias, con un papel más dirigido a la divulgación que a la teorización, a diferencia de Vera. El autor concluye que estos hitos de acercamiento a “lo social”, sin embargo, no son parte de una ciencia social, sino una aproximación desde una intencionalidad concreta y con la voluntad de realizar un “juicio moral” (p. 116). En el capítulo IX el autor analizará cómo ha evolucionado el impacto del “hecho social en la tarea cultural”, prestando atención a los dos primeros decenios del siglo XX. De este modo, destaca el aumento de estudios teóricos, así como el mayor rigor de los mismos, resaltando las aportaciones de la Escuela Nueva y de su impulsor, Manuel Núñez de Arenas, sin el cual, afirma el autor, “todo intento de comprensión de la conjugación socio-cultural en el primer cuarto de siglo queda irremisible y gravemente mutilada” (p. 212), del que destaca sus Notas sobre historia del movimiento obrero español (1916).

Otro de los puntos importantes de esta obra es el análisis de la realidad del “grupo del 98” (Capítulo VI) analizando para ello los mitos construidos sobre el mismo, especialmente desde una perspectiva liberal, pero también desde la visión ultraconservadora que habría intentado “marginar” a los integrantes de este grupo de la tradición cultural española. Para Tuñón estaríamos más bien ante un “grupo generacional” que reflexiona sobre la realidad de España, que será uno de los grandes temas que causan desvelo a estos autores, desde una óptica totalizadora (p. 120). El autor va a centrarse en algunos de los hombres que formarían este grupo: Unamuno, “Azorín”, Baroja, Maeztu, Machado y Valle-Inclán, aunque la adscripción de este último deba hacerse con ciertas precauciones. El otro grupo que se tratará será el de “los hombres de 1914”, en el Capítulo VIII, en los que se está prefigurando el tipo de intelectual de los años veinte, mucho más especializado. Además, uno de los temas de este grupo continuará siendo el de España o las Españas, que Ortega y Gasset, miembro del grupo, caracteriza como la “España oficial”, que estaría caduca, y una “España vital” nueva (p. 173).

Esta obra trata de forma especial el período de 1917 a 1920 (Capítulo X), en tanto que el autor entiende la necesidad de analizar cómo afectan los hechos nacionales e internacionales que se están produciendo a las actitudes de ciertos intelectuales y a la producción cultural. De este modo, se aborda la posición de algunos escritores que, como Araquistáin, creen que la situación nacional es una consecuencia de lo que acontece en el exterior; además, el autor observa la recepción que tuvieron los principios wilsonianos al finalizar la guerra, así como el posicionamiento de algunos intelectuales en favor de la entrada de España en la Sociedad de Naciones, como es el caso de Manuel Azaña, así como el de los firmantes del manifiesto de la Unión Democrática Española en este sentido. Sobre todo, habría que destacar el impacto de este periodo y los hechos que se están produciendo en la configuración de dos visiones de la cultura para los autores españoles: por un lado, una “cultura de y para minorías selectas” y, por otro lado, una cultura del hombre (…) y para el hombre real, inserto en una estructura social” (pp. 260-261). Esto sin duda tiene relación con el análisis de la forma en que algunos intelectuales han concebido la relación entre “la élite y el hombre” (Capítulo XI), siendo primordial la visión de Ortega y Gasset y su elitismo, que esboza una mirada de desconfianza, común a otros muchos intelectuales del momento, que creen preciso un cambio de la realidad del país y la necesidad de extender la cultura, pero que ven necesaria la existencia de una élite o grupo preparado para ello. Frente a esta concepción, habría una postura intelectual, representada de forma clara por Antonio Machado entre 1920 y 1936, de un “humanismo ahincado en lo popular” (p. 272).

Será en los años treinta cuando la obra cultural se vea más impregnada de la “coyuntura socio-histórica”, sobre todo en la producción literaria (Capítulo XII). Aquí podemos ver cómo se dan temáticas mucho más ligadas a la rebeldía frente a estructuras consideradas arcaicas, así como una mayor presencia de lo popular, además de una mayor inclusión de lo “dramático individual en lo colectivo” (p. 310). Este análisis abordará la obra de Alberti, impulsor a su vez de la Agrupación de Escritores y Artistas Revolucionarios (AEAR) y de la revista Octubre, Lorca, Machado o Miguel Hernández, así como la producción novelística de Valle-Inclán, Sender o Max Aub. Esto se enlaza con el fenómeno de la extensión cultural, idea originaria de Altamira, aunque en auge en esta época, y que se encarna en las Misiones Pedagógicas, Teatros Universitarios (la Barraca) y las Universidades Populares. Es, por tanto, la coyuntura de los años treinta (Capítulo XIII) el momento en que se da una apuesta clara por parte de los creadores de la unión del “acto de cultura” y la crítica a su “contemporaneidad”, debido a que el intelectual pasa a ser consciente de su pertenencia a un todo, es decir, a su realidad social, económica, política y cultural, pese a que persistan actitudes individualistas o de apuesta por el dominio de “minorías selectas” de lo cultural. Esa actitud de crítica global llevaría aparejada la toma de conciencia por parte de los intelectuales dedicados a los estudios socioeconómicos de que sus análisis deben ser rigurosos, basados en métodos científicos y apoyados en los datos, es decir se produciría el paso “del ensayo al estudio científico” (p. 353).

En definitiva, estamos ante una obra fundamental por la posibilidad que supone de acercaros a un hito de la historiografía social y cultural, a un estudio riguroso que nos permite no solo conocer la cultura de un determinado período, sino la propia concepción de Manuel Tuñón de Lara del estudio de la sociedad y la cultura donde lo social y económico adquieren una posición centra. Este es un tema esencial para la historiografía actual, que intenta insistir en la necesidad de la vuelta a lo social, con trabajos como los de Geoff Eley, después de los abusos del pensamiento posmoderno.

 

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