Libertad digital. Suplemento de libros, 2009

Por Jorge Vilches.

    Antonio Alcalá Galiano es uno de esos personajes de la historia de España a los que la derecha obvia y la izquierda tacha de liberal renegado y converso a la reacción. Y es que D. Antonio pasó de ser el orador más fogoso de La Fontana de Oro en el Trienio Liberal a compartir consejo de ministros, cuarenta años después, con el general Narváez. Las claves de ese cambio fueron la experiencia revolucionaria española, que vivió en primera fila, lo que le vacunó de demagogias y violencias, y el estudio del proceso y el pensamiento políticos europeos de la época. Este perfil hace de Alcalá Galiano un personaje muy atractivo pero complicado.

   Aun así, Alcalá Galiano, que vivió con tanta intensidad la política como el pensamiento de su tiempo, cuenta con unos pocos estudios memorables. Uno de ellos lo hizo Luis Díez del Corral, que le dedicó un capítulo de su obra Liberales doctrinarios (1945). Poco después, Jorge Campos editó sus obras escogidas con un aceptable estudio preliminar (1955). Merece también una lectura detenida la introducción que Ángel Garrorena Morales hizo a lasLecciones de Derecho Político de nuestro hombre, y que publicó el Centro de Estudios Constitucionales (1984). Más recientemente, Raquel Sánchez dio a la imprenta su tesis doctoral, titulada Alcalá Galiano y el liberalismo español(2005).

  Urgoiti Editores ha realizado en este sentido una tarea que merece doble reconocimiento: por publicar una obra histórica, la de este político gaditano, imprescindible para entender las dificultades del siglo XIX, que no se editaba desde 1846 (salvo la edición clandestina de 1861); y por haberle añadido un prólogo, escrito por Juan María Sánchez-Prieto, que resulta el mejor estudio sobre nuestro hombre que haya leído este reseñador.

  Alcalá Galiano publicó Historia de las regencias (1833-1843) como continuación de la Historia de España de Dunham. La calidad de su estudio es tal, que Julián Marías escribió en su día: «Es lo más penetrante que se ha escrito sobre la historia española desde que se inicia la crisis del Antiguo Régimen hasta el final de la época romántica». Porque Galiano no sólo desgrana con habilidad los principales acontecimientos de su época, sino que analiza los problemas a la luz de su experiencia personal. Esa capacidad de reflexión convirtió a Alcalá Galiano en uno de los fundadores del partido moderado, junto a la mejor generación de liberales conservadores del Ochocientos español: Istúriz, Andrés Borrego, Ríos Rosas, Martínez de la Rosa, Pacheco y Pastor Díaz, de la que fue heredero Antonio Cánovas. Constituyeron el partido que ganó las primeras elecciones a un gobierno, el progresista, en 1837, gracias a la organización y a la propaganda, y eso después de sufrir un golpe de estado –la famosa sargentada de La Granja– y de vivir constantemente amenazados por radicales y carlistas.

  Aquellos moderados entendieron que la algarada y el tumulto, incluso la revolución, no eran un instrumento político corriente ni conveniente. Así lo vio Alcalá Galiano al describir la huida de España del regente Espartero, quien protestaba por haber sido despojado de su autoridad legitimada por las Cortes, cuando su poder venía de otra violencia, usada contra la Reina Gobernadora y los cuerpos legisladores. Era «un nuevo ejemplo de la ceguedad humana y de lo que son los tiempos revueltos» (p. 335). Apartados de radicalismos inútiles, Alcalá Galiano y los moderados de los primeros tiempos defendieron un sistema equiparable al de los países más libres de Europa, con una forma monárquica «acomodada a los tiempos» y un gobierno «ilustrado, amparador de los derechos particulares», que combinara libertad y orden (p. 374).

  El extenso prólogo de Sánchez-Prieto –¡nada menos que 291 páginas!– es un auténtico libro sobre Alcalá Galiano y su obra; sólo por ello ya merecería la pena adquirir este volumen. La combinación entre la historia personal y la nacional, entre el pensamiento de ese momento histórico y el del biografiado, ilumina con claridad la trayectoria de éste. La capacidad de Alcalá Galiano de sobreponerse a los malos momentos, de corregir posturas y reconocerlo, de implicarse en la política sin sacar de ello beneficio económico alguno, está muy bien contada.

  De clase media, con estudios, Galiano fue, siendo un muchacho, testigo en Madrid del Dos de Mayo; luego, en su tierra, en Cádiz, observó la peripecia de las Cortes, escribiendo entre diputados y soldados. Masón, conspirador, orador de taberna, parlamentario duro, incendiario a veces, fue quien propuso la inhabilitación de Fernando VII en plena invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis. Exiliado en Londres, aleccionado por los errores del Trienio y su experiencia inglesa, volvió a España en 1834 convertido en otro tipo de político, más templado y pragmático. Acompañó a Istúriz en el gobierno de 1836, y elaboró un proyecto de constitución que el golpe de estado de La Granja, en agosto de aquel año, impidió que llegara a las Cortes.

   Segundo exilio y segunda reflexión. Volvió con el doctrinarismo y el constitucionalismo aprendidos. Fue a veces amigo de Argüelles, y de Donoso Cortés en la lejanía. Su prólogo a El moro expósito, del duque de Rivas, constituye el auténtico manifiesto del romanticismo español, como ha escrito Sánchez-Prieto. La vida política le llevó al lado del general Narváez, al que veía como el único hombre capaz de poner freno a la revolución que atenazó a Europa desde 1848. Fue ministro en su gobierno hasta que le sorprendió la muerte, en pleno consejo, tras conocer los sucesos de la Noche de San Daniel, el 10 de abril de 1865.

   Galiano, como muchos otros políticos de primera fila del XIX, murió pobre de solemnidad, lo que desbarata cualquier argumentación materialista sobre su giro conservador. Un ejemplo aleccionador.

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