La Aventura de la Historia, núm. 192, 2014

Por Óscar Medel.

   Hugo Obermaier inició sus excavaciones en la cueva cántabra de El Castillo porque así lo quiso el rey. No el de España, sino el de Mónaco, el príncipe soberano Alberto I. El monarca había visitado la cavidad en el verano de 1909, acompañado de Hermilio Alcalde, Henri Breuil y el propio Obermaier. Alcalde había iniciado los sondeos en la gruta en 1903, descubriendo su conjunto de arte paleolítico. El francés Breuil y el austriaco Obermaier eran dos jóvenes clérigos prehistoriadores que se habían conocido en París y recorrían el continente visitando yacimientos y glaciares. En 1910 se convertían en profesores del Institut de Paléontologie Humaine parisino, creado también por el mecenazgo de Alberto I, y como tales iniciaron sus trabajos en El Castillo. Las excavaciones se prolongaron durante cuatro años, hasta el estallido de la Gran Guerra. Obermaier se quedó en España, en la órbita del Museo Nacional de Ciencias Naturales; en 1924 se nacionalizó y fue nombrado catedrático de Historia Primitiva del Hombre, convirtiéndose (no abandonó la práctica) en un referente de la Prehistoria nacional.

   Cuando en 1932 publicó El hombre prehistórico, reeditado ahora con estudio preliminar de Carlos Cañete y Francisco Pelayo, se encontraba en la cima de su carrera. La obra, que fue acogida por Ortega y Gasset en su Revista de Occidente, sintetizaba los progresos de la materia hasta entonces y es aún hoy un referente sobre aquellos primeros balbuceos de la disciplina.

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