La Aventura de la Historia, núm. 137, 2010

Por Carlos Martínez Shaw.

   En el prólogo a esta obra clásica, Roberto Fernández analiza el lugar de la producción del maestro dentro del marco de la historiografía hispana durante la dilatada época que le tocó vivir, al menos desde su primera obra significativa –Orto y ocaso de Sevilla, 1946– hasta su testamento de apasionado estudioso del pasado de España: España, tres milenios de Historia, 2000.

   Por el momento, después de trazar unas líneas generales, se limita a sus aportaciones al siglo XVIII, objeto del libro; pero lo hace con una penetración y un sentido que convierten a la extensa introducción en un discurso ejemplar, en lectura obligatoria.

   Así se diseccionan la penuria en que se movía en los años cincuenta –cuando principia el interés de don Antonio por la época– el conocimiento del siglo XVIII español (un siglo anatematizado por Menéndez Pelayo y descalificado por Ortega y Gasset), los nuevos estudios con que pudo contar en los años setenta (cuando compone el “mosaico español”) y los precedentes del nuevo método de aproximación regional encontrado en obras como La Catalogne dans l’Espagne moderne, publicada en 1962 por otro de los maestros de esos años: Pierre Vilar.

   También se trata el descubrimiento de que el ámbito regional era el más adecuado para los fenómenos económicos y sociales frente al estatal, para los hechos de la política y, junto a ello, el eco despertado en los sucesivos trabajos (que se han volcado precisamente en el análisis de la trayectoria histórica de las regiones) y en algunas obras generales que adoptan el mismo punto de partida para trazar el perfil de la España ilustrada, como el libro colectivo fruto del homenaje a Pierre Vilar, organizado por la Universidad de Lérida en los años ochenta.

   En definitiva, Roberto Fernández ha diseccionado perfectamente el contexto y la aportación decisiva del nuevo método de aproximación al siglo XVIII que imaginara don Antonio en 1976. Del mismo modo, ha enfatizado con vigor la necesidad de recorrer en doble sentido el camino que lleva de las Españas a España y de España a las Españas, como binomio indispensable para comprender esa construcción que ha permitido la convivencia de los españoles durante más de quinientos años, recordando oportunamente la sentida apreciación del ilustrado catalán Antoni de Capmany, que veía a España como una gran nación compuesta de muchas queridas patrias.

   Con ello, además de homenajear a sus maestros (don Antonio y Pierre Vilar), el prologuista da a conocer su íntima adhesión a este modo de concebir España. Ahora debería continuar la tarea y ofrecer un libro necesario: el que ha de valorar con ecuanimidad el lugar que ocupa en la historiografía Domínguez Ortiz, reconocido como uno de los más lúcidos y fecundos cultivadores de la Historia moderna de España.

   Su atractivo perfil humano, paradigma perfecto de la modestia del verdadero sabio, ha quedado ya perfectamente definido en los libros de Adela Tarifa y de Manuel Moreno Alonso, por citar los más extensos y recientes.

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