Historia y Política, núm. 19, 2008

Por Carmen López Alonso.

    José Antonio Maravall (1911-1986), uno de los grandes historiadores españoles del pasado siglo fue, sobre todo, un maestro. Maestro en el doble sentido de la palabra, el que domina un arte y el que es capaz de enseñar a los otros, con generosidad, entusiasmo y respeto, el camino para llegar a conocer ese mismo arte y, si es posible, dominarlo. Así permanece en la memoria de sus muchos alumnos y discípulos y así rezuma en una obra que crece en profundidad y en alcance desde las primeras publicaciones, en 1929, hasta la última, su magistral estudio sobre la picaresca publicado en 1986.

    Las principales obras de Maravall, algunas con varias ediciones ampliadas y revisadas en vida del autor, han sido traducidas a varios idiomas y algunas de las más significativas han sido recientemente reeditadas. Esto no había ocurrido todavía con la Teoría del saber histórico (TSH), uno de los estudios claves en la historiografía española, que no había vuelto a reeditarse aunque en su momento tuvo tres ediciones (1958, 1960 y la ampliada de 1967). Sólo por esto su publicación sería ya una buena noticia, más aún si, como es el caso, la obra aparece en una cuidada edición en la que se incluyen dos amplios estudios introductorios, un buen índice analítico y una bibliografía completa de la obra de Maravall, con sus diferentes ediciones y traducciones, que amplía con nuevas entradas algunas de las aparecidas anteriormente. La edición se enmarca dentro de un ambicioso proyecto que, dirigido por Ignacio Peiró, está procediendo a la publicación de los autores más relevantes de la historiografía española, que incluye a los principales historiadores desde mediados del siglo XIX hasta la última parte del siglo XX. En todos los casos se publica una de sus obras más significativas junto con un amplio estudio introductorio del autor y su contexto.

    Francisco Javier Caspistegui hace un estudio crítico, documentado y claro de «La Teoría del saber histórico dentro de la historiografía de su tiempo» en el que la obra de Maravall es situada en el amplio marco, personal, social, político e histórico, en el que el autor vive, estudia, enseña y publica. Ignacio Izuzquiza, por su parte, analiza «La estructura conceptual de la Teoría del saber histórico» en donde apunta a las influencias ejercidas sobre el pensamiento y la obra de Maravall, entre las que destaca la importante y temprana de Ortega y Gasset con quien entra en contacto en 1932, en cuya Revista de Occidente colabora, y a través de quien recibe las primeras ideas de W. Dilthey (1833-1911), de Rickert (1863-1936) y de la filosofía alemana del momento. Maravall, que se encuentra entre el grupo de quienes, tras la guerra civil, mantienen la influencia orteguiana en España a través de revistas como Escorial, fundada por D. Ridruejo, se ve claramente influido por Ideas y Creencias, el ensayo que Ortega publica en 1940, ya en el exilio, en el que habla de la importancia del pasado en la construcción vital. Una construcción que se apoya en creencias (aquello que «no pensamos porque lo tenemos») articuladas en ideas que son producto de la actividad intelectual y que forman los «mundos interiores» que permiten orientarse en la realidad. Entre las reflexiones de Ortega sobre la historia también se encuentra la afirmación de la necesidad de reconsiderar la razón a la luz de la crisis de la física: el hombre no tiene naturaleza, dice Ortega, «tiene historia», y el cambio, la ‘mudanza’ es «el privilegio ontológico de todo cuanto es humano».

    Algunas de las ideas apuntadas por Ortega son desarrolladas y ampliadas por Maravall en su Teoría del saber histórico, que se publica en 1958, tras su estancia en Francia como director del Colegio de España (1949-1954) y ya como catedrático de Historia del Pensamiento Político Español en la Universidad Complutense. Los años franceses, lejos del silencio opaco de la España franquista, son cruciales en la trayectoria de Maravall, aunque algunas de las preocupaciones enlazan con las que ya se habían apuntado en su obra anterior, especialmente en la que publica en 1944 sobre la literatura de emblemas, la Teoría del Estado en España en el siglo XVII. Como ha señalado A. Elorza, tanto él como L. Díez del Corral, que en 1945 publica El Liberalismo doctrinario, proponen de modo implícito «una alternativa auténticamente liberal y europeísta, orteguiana, al discurso histórico de la autarquía». Ya en Francia, esta línea continúa y se amplía con su aproximación a la Ilustración española que conecta con la cultura europea, alejándose de los planteamientos dominantes en la historiografía española del momento que insisten en el excepcionalismo y que presentan una visión castiza y esencialista de los caracteres nacionales.

    La relación de la historia española con la europea, que es una constante en la obra de Maravall, va a hacerse más clara y explícita a medida que avance en sus estudios históricos. Pero su base teórica se encuentra establecida en la Teoría, a la que en muchas ocasiones se remite. Esta obra plantea cuestiones sobre el estatuto de la historia, su sentido y significado, que coinciden con las que están en el centro de la reflexión historiográfica de un período que asiste, con la catástrofe de la guerra, a la quiebra de muchas de las seguridades establecidas, fundadas sobre una visión de la ciencia y la naturaleza acorde con el modelo inmutable y matemáticamente predecible del universo newtoniano. Aunque desde el cambio de siglo el modelo ya hubiera sido puesto en cuestión por las nuevas teorías biológicas y evolutivas y, poco después, por la nueva física, tras la revolución que supone la teoría de la relatividad de Einstein y la física quántica, su traducción historiográfica es posterior. La primera parte de la obra de Maravall va a girar en torno a las repercusiones que tiene esta revolución científica en el estatuto de la historia y su sentido que, como bien señala F.J. Caspistegui, plantea unos interrogantes que van más allá de las cuestiones puramente metodológicas.

    La teoría de la relatividad, que presenta un universo dinámico y pone fin a la idea de un universo inalterable y, sobre todo, los postulados de la física quántica y el principio de incertidumbre de Heisenberg, al poner en cuestión la validez del experimento que, idénticamente repetido, es el requisito necesario para la formulación de leyes inmutables y ‘científicas’, abre las puertas, a la par que a la libertad, a la formulación de una ciencia histórica asentada sobre nuevas bases. En la física, igual que lo ha hecho en la historia, ha desaparecido la idea de la inmutabilidad del espacio y el tiempo, así como la de los fenómenos, algo que, como señala Maravall, es un fenómeno claramente europeo y no universal. En apoyo de su tesis recurre a la obra de Marcel Granet sobre el pensamiento y la civilización chinos, que desde su aparición en los años cincuenta se convierte en una referencia obligada en la historiografía europea. Granet, dice Maravall, «hace un fino y apasionante análisis acerca de la manera que tiene el pensamiento chino de concebir tan concretamente, tan individualmente, el espacio y el tiempo físicos. Sólo en la Europa de los siglos modernos y en aquellas formas de pensamiento influidas por ella, el espacio y el tiempo aparecen como categorías abstractas, uniformes, universales» (TSH, 28).

    La ciencia newtoniana ha perdido su imperio universal, pero lo ha hecho «sin descrédito alguno para la ciencia ni merma de su valor racional» puesto que si así fuera —sigue Maravall— «la caída de la razón arrastraría consigo la de toda la ciencia y también la de la Historia, sin que valiera en contra la estratagema de declarar a ésta un mero fenómeno cultural» (TSH, 29). No se trata, por tanto, de una quiebra de la razón, sino de la necesidad de aplicar el análisis racional teniendo en cuenta el nuevo universo físico y la relatividad que lo preside, en el que la perspectiva y la posición del investigador forma parte del experimento. No se trata tampoco de negar la historia o su carácter científico sino que, al contrario, lo que se afirma es la «esencial historicidad del conocimiento científico» (TSH, 31) como hizo Gaston Bachelard y, en cierto modo, también Teilhard de Chardin, otro de los pensadores de gran influencia en el Maravall de esta etapa. Lo que se derivadel principio de incertidumbre de Heisenberg es que puede haber una realidad que no sea mensurable y por tanto todo un campo de hechos que no pueden ser medidos (TSH, 37) por lo que el método para establecer una ciencia histórica no puede ser otro que el relacional, que busca y analiza las relaciones entre los datos y que exige, por fuerza, la participación del historiador. Lo que deja abierta la cuestión de su papel y la de las condiciones para lograr la objetividad.

    En el caso del historiador, dice Maravall, «no se trata […] de ser justos, sino exactos», lo que plantea la cuestión clave de «¿cómo alcanzar una objetividad, no de las valoraciones, sino de los conceptos y de las interpretaciones que con ellos construimos?» puesto que lo que importa no es saber si los Comuneros tenían o no razón, sino «cuál fue el sentido de la guerra de las Comunidades» (TSH, 81). No hay hechos históricos al modo newtoniano, susceptibles de cuantificación, medida y formulación de leyes matemáticas; lo que existe es la relación entre los datos, que da lugar a las «estructuras históricas», un concepto que no es idéntico al estructuralismo ahistórico formulado por Lèvi-Strauss, sino que se trata de un concepto dinámico, inserto en la temporalidad. Como el mismo Maravall se encargará de subrayar en más de una ocasión, especialmente en su estudio sobre La cultura del Barroco. Análisis de una estructura histórica (1975) su concepto de estructura es el de «la figura en que se nos muestra un conjunto de hechos dotados de una interna articulación, en la cual se sistematiza y cobra sentido la compleja red de relaciones que entre tales hechos se da. Es, por tanto, un sistema de relaciones dentro del cual cada hecho adquiere su sentido en función de todos los otros con los que se halla en conexión» (THS, 128).

    Lo histórico, por tanto, no es el dato aislado sino la relación: «Lo individual en la historia no está en el dato aislado, sino en la conexión irrepetible en que se da. Lo individual es el conjunto, el hecho histórico no es un dato, es un encadenamiento. La singularidad de la historia es la singularidad del conjunto, un conjunto en el que se da una recíproca solidaridad de las partes, en el que el todo es inmanente a éstas por cuanto las partes sólo existen, con su propio sentido, en el conjunto» (TSH, 58 —énfasis en el original—). Es en el análisis y ordenación de los datos en donde reside la tarea del historiador. Para ello es preciso un estricto marco conceptual, así como una honestidad en el ejercicio de su oficio, que requiere que explicite los instrumentos conceptuales que utiliza y que le permiten acceder a su objeto de estudio. Se trata de un estudio relacional, no de una relativización del conocimiento histórico. «La experiencia, —dice Maravall— está configurada por el pensamiento, pero puesta por las cosas. La actividad interpretadora del hombre configura, con su enfoque, el objeto, pero no lo lleva en sí. La realidad empírica de las cosas no está puesta por el pensar; pero tal como nos es accesible está referida a un pensar y, en tal sentido, le corresponde» (TSH, 92).

    Una de las tareas fundamentales del historiador será, en consecuencia, la formulación de las preguntas, porque, como afirma en la Teoría y no deja de repetir a lo largo de toda su obra, historiográfica y docente, la labor del historiador está estrechamente vinculada con el presente, que es desde donde formula sus preguntas. En el caso de Maravall muchas nacen de una inmensa curiosidad intelectual que, sin dejar de tener a la historia de España como eje fundamental e hilo conductor, le hace ampliar continuadamente, hasta el final, el horizonte geográfico y temático de su obra, que se enriquece con las aportaciones de la sociología, la etología, la medicina, la literatura, la historia comparada. Pero, como he señalado en otro lugar (1990), esta curiosidad se presenta unida a un decidido compromiso con la libertad y una paralela indignación frente a la opresión derivada de su falta, bien por causas políticas, sociales o ambas. Es lógico que la mayor parte de su obra se centre en el análisis del poder en sus diversas caras y manifestaciones: el poder visto desde la óptica de las elites que dominan, del que su Poder, honor y elites en el siglo XVII es una buena muestra y un innovador estudio. Del poder en tanto que organización, construcción humana y proyecto político estatal; las páginas de su Estado moderno y mentalidad social siguen siendo punto de referencia obligado para todos aquellos interesados en la génesis estatal, no sólo en España sino en todo el occidente europeo, incluidos quienes sostienen que en puridad no puede hablarse de Estado en ese tiempo. Estudio, sobre todo, del poder en tanto que dinámica continua entre los distintos elementos que lo componen, aquellos sobre los que se ejerce o intenta ejercerse y aquellos que se rebelan contra ellas, como los Comuneros o, en otro sentido, los pícaros. Una dinámica que en unos casos recorre los canales establecidos en tanto que en otros se ve dificultada o impelida hacia adelante por actuaciones llevadas a cabo al margen o que intentan salirse de las vías establecidas.

    El análisis de esta dinámica ocupa buena parte de la obra de Maravall, en sus estudios sobre la picaresca, sobre la pobreza y el trato a los pobres, sobre la rebelión de los Comuneros, o sobre lo que representan personajes literarios como La Celestina o el Quijote, por no citar sino algunos de los más relevantes. Todos ellos están recogidos en la amplia bibliografía que cierra esta cuidada edición de una obra cuya lectura sigue siendo actual, no sólo desde el punto de vista historiográfico, sino del presente. Una obra que reivindica, con argumentos que aún siguen siendo válidos, el papel de la Historia, el mismo que José Antonio Maravall seguiría defendiendo cuando, en La cultura del Barroco, volvía a afirmar que «lo más propio de la Historia es garantizar que pueda cambiarse, de verdad, la marcha de un pueblo, que se le faciliten esos saltos en su órbita, esto es, que, en último término, se le abra vía libre a la plena posibilidad de gobernarse a sí mismo».

Obras citadas

Granet, Marcel (1950): La pensée chinoise. Paris: Flamarion.

López Alonso, Carmen (1990): «José Antonio Maravall o la historia como presente.» Cuadernos Hispanoamericanos, n. 477/478: 235-242.

Maravall, José Antonio (1972): Estado moderno y mentalidad social. 2 vols. Madrid: Revista de Occidente.

  • (1975): La cultura del Barroco. Análisis de una estructura histórica. Barcelona: Ariel.
  • (1986): La literatura picaresca desde la historia social (siglos XVI y XVII).Madrid: Taurus.
  • (1979): Poder, honor y elites en el siglo XVII. 3ª ed. 1989 ed. Madrid: Siglo xxi.
  • (1944): Teoría del Estado en España en el siglo XVII. Madrid: Instituto de Estudios Políticos.

Obras relacionadas