Historia Constitucional, núm. 13, 2012

Por Roberto Breña.
 
El resultado final del enorme trabajo de recuperar esta verdad histórica que Toreno llevaba en su corazón, es difícil de superar y explica, para nosotros, por qué su obra se impuso rápidamente como una referencia a pesar de su inclinación partidista. Esta obra complicó la tarea de los que querían dar una visión diferente. La dificultad de contestar a sus refutaciones, la complejidad de replicar a sus respuestas y, evidentemente, la imposibilidad de negar la autenticidad de la enorme masa de hechos descritos, han hecho de la Historia el fundamento de las verdades históricas emitidas desde entonces, relativizándola o enriqueciéndola (Estudio preliminar, pp. LXX-LXXI)
A Richard Hocquellet, a quien nunca tuve el gusto de conocer
Escribir una reseña de la Historia del levantamiento, guerra y revolución de España del conde de Toreno es una empresa complicada en más de un sentido. No solamente por la reputación histórica e historiográfica de la obra, por su larga data y por su extensión monumental, sino sobre todo porque esta misma extensión implica una cantidad tal de temas, asuntos y aspectos relacionados con la llamada “guerra de la independencia” (1808-1814), que resulta difícil que un solo autor sea diestro en todos y cada uno de ellos. Si a esto se añade una bibliografía sobre dicho conflicto bélico que desde hace un lustro ha crecido exponencialmente y un estudio preliminar de excelente factura, la empresa se complica aún más, pues resulta casi imposible decir algo medianamente nuevo o novedoso. Conviene pues adelantarle al lector de esta reseña lo que pretendo hacer aquí. En primer lugar, me referiré muy brevemente a la edición de Urgoiti Editores del volumen que nos ocupa. En segundo, me detendré en Richard Hocquellet y, sobre todo, en su estudio preliminar a esta edición de la Historia. Por último, me referiré a tres aspectos de la Historia, o más bien, a tres aspectos del conde de Toreno, que me parecen relevantes. En última instancia, mi principal objetivo es animar al lector (culto, mas no especialista) a aventurarse en la lectura de una obra que, 175 años después de haber sido publicada, sigue siendo la más importante visión de conjunto que existe sobre una sublevación popular, un enfrentamiento militar y una revolución política que, con todas las reservas del caso y haciendo abstracción de la historia posterior inmediata, implicó dos “hechos” históricos de la mayor trascendencia. Por un lado, el ingreso de España y de prácticamente todo el mundo hispánico en la “modernidad política”. Esto es, limitándonos a la Península, el inicio de la historia contemporánea de España[1]. Por otro, el inicio de la historia tout court de esa región del mundo occidental que ahora denominamos “América Latina”.
No es necesario extenderse respecto a los aspectos “formales” de la edición de la Historia que aquí reseñamos. Dicho concisamente, se trata de un magnífico trabajo. Desde el papel elegido hasta los índices onomástico y toponímico, pasando por el tipo y el tamaño de la letra, las diversas modalidades de notas utilizadas y el apéndice de terminología militar, Juan López Tabar, editor de la obra, realizó una labor de primera.
Otro gran acierto de Urgoiti Editores fue haber escogido a Richard Hocquellet como responsable del estudio preliminar. Seguramente, este estudio es una de los últimos textos que escribió Hocquellet (quien murió en enero de 2009)[2]. Él es el autor de una obra muy importante sobre la guerra de la independencia, Résistance et révolution durant l’occupation napoléonniene en Espagne, 1808-1812, publicada originalmente por La Boutique de l’Histoire en 2001 y que fue traducida al castellano por Prensas Universitarias de Zaragoza en 2008 (con el título Resistencia y revolución durante la Guerra de la Independencia. Del levantamiento patriótico a la soberanía nacional). Es éste el libro por el que Hocquellet será recordado como académico, aunque los numerosos artículos que tiene en su haber sobre éste y otros temas hispánicos poseen la misma calidad, el mismo rigor y la misma ambición intelectual que Hocquellet despliega en el libro mencionado y en las ciento treinta páginas del estudio preliminar que introduce esta edición de la Historia.
La introducción de Hocquellet lleva por título “Relato, representación e historia (La guerra de la independencia del conde de Toreno)”. Se trata de una brevísima biografía de Toreno, de un itinerario de la redacción de la Historia, de una caracterización del conde como historiador, de una revisión del contexto, naturaleza y evolución historiográficas de la obra, de un análisis de la “filosofía de la historia” (el término es mío) que la subyace y, por último, de una visión panorámica del pasado inmediato, de la actualidad historiográfica de Toreno y de la avalancha editorial en que se ha convertido la guerra de la independencia con motivo de su bicentenario[3]. Sobra decir que no me detendré aquí en todos los elementos enumerados; sólo mencionaré dos divergencias con Hocquellet que podrían considerarse menores, pero que me permiten referirme a algunos aspectos de la Historia que me parecen importantes.
El primer elemento con el que disiento es la afirmación de Hocquellet en el sentido de que “las mejores líneas salidas de la pluma de Toreno” son aquellas dedicadas a los ilustrados, a algunos jefes militares y a la revolución liberal (p. LXII). Con estas palabras Hocquellet parece querer decirnos que la prosa de Toreno alcanza sus más altos vuelos cuando describe a estos personajes o grupos (sobre los cuales, por lo demás, tiene una magnífica opinión, pero no parece ser esto lo que nos quiere transmitir Hocquellet en esta parte de su introducción). Las “mejores líneas salidas de la pluma de Toreno” no son, en mi opinión, las dedicadas a tal o cual personaje o a tal o cual grupo (ni siquiera las dedicadas al que se podría considerar el único protagonista de laHistoria: el pueblo español). Si la Historia fluye de la manera en que lo hace es porque la prosa de Toreno fluye igualmente a lo largo de los veinticuatro libros en que se divide la obra, sin importar el tema de que se trate. No hay pues, desde mi punto de vista, mejores o peores líneas. Toreno es capaz de construir oraciones “felices” con una facilidad asombrosa. Más aún si se tiene en cuenta que era afecto a las oraciones largas y elegantes, en las que tan fácil resulta para el autor perderse y perderse, por tanto, el lector. Pese a la extensión de muchas de ellas, las frases de Toreno son, en términos generales, claras, descriptivas, sugestivas y hasta literarias. Valga como ejemplo, entre cientos que pudimos haber escogido, las dos oraciones que siguen, referidas al sitio de San Sebastián por parte de los aliados en agosto de 1813 (la cita es de la página 1085): «Las once de la mañana eran y hora de la baja marea cuando salieron de las trincheras las columnas de ataque… Larga y reñida contienda se trabó con visos ya de malograrse para los aliados, si a dicha no se hubiese prendido fuego a un acopio de materias combustibles almacenadas cerca de la brecha, causando tal estampido y retumbo que se sobrecogieron los enemigos y espantaron, aprovechándose de ello los angloportugueses para apoderarse de la cortina y meterse dentro de la ciudad».
Si hago relación a este punto es porque, en mi opinión, sin las cualidades literarias que posee, una obra de la extensión de la Historia tendría aún menos lectores de los que ha tenido, tiene y tendrá. A ello se añade otro elemento que explica, en gran medida, que la Historia se haya convertido en un libro de consulta: la Historia del levantamiento, guerra y revolución de Españaes, básicamente, un texto de historia militar. Creo no exagerar cuando digo algo que para los historiadores es una perogrullada, pero tal vez no lo sea para algunos de los lectores de esta reseña: más de tres cuartas partes de la Historiade Toreno son descripciones de escaramuzas, sitios, batallas, marchas y contramarchas[4] Por lo demás, la cuasi-identidad entre revolución y política que acabo de sugerir la establece el propio Toreno en la página 621 (justo a la mitad de la Historia, pues se trata de la última página del libro decimosegundo), en donde escribe que el 24 de septiembre de 1810, día en que se reunieron las Cortes de Cádiz, significó el “verdadero comienzo de la revolución española”[5].. Jugando un poco con el título de la obra, se podría decir que el “levantamiento” y la “revolución” (en la medida en que podemos circunscribir la revolución a la política) son las damas de compañía de la reina Guerra.
Mi segunda diferencia con Hocquellet surge cuando afirma que de todas las cuestiones que trata el conde en su Historia, es “ciertamente sobre la cuestión colonial donde Toreno se muestra más reflexivo” (p. LXXXVI). Enseguida, Hocquellet escribe que es evidente una “cierta incomodidad” del conde al tratar este tema y que cabe interpretar dicha incomodidad como el conflicto interior entre un liberal que no puede rechazar un proceso emancipador y un patriota español que de alguna manera siente que los americanos abandonaron a la “madre patria” (el término es mío) cuando ésta más los necesitaba. No creo que Toreno se manifieste especialmente reflexivo en relación con “el problema americano” (una vez más, el término es mío); creo, además, que esto se debe en buena medida a que la escasa disposición del conde para entender a los americanos revela algo bastante más profundo que una “cierta incomodidad”[6]. Me remito a algunas citas de la Historia para explicarme.
La cuestión americana surge en el libro decimotercero de la obra. Es cierto, como apunta Hocquellet, que Toreno expresa que las revoluciones de América son un acontecimiento “grave e intrincado” (p. LXXXVI), pero omite añadir algo que quizás sea más relevante para el tema que nos ocupa, que es lo que el conde expresa enseguida sobre la necesidad de que, justamente por lo intrincado de la cuestión, debe ser otro historiador (“diligentísimo y especial”) quien se ocupe de ellas. Considerando la visión sobre los americanos que se desprende de la Historia, cabe plantear que Toreno prefiere no estudiar con detalle la cuestión americana (cuya trascendencia para los acontecimientos peninsulares debiera ser evidente)[7]. Dicho de manera un tanto brusca, a Toreno los americanos en general y los diputados americanos en particular le resultan antipáticos. Desde sus líneas sobre el error de no haber halagado a los principales criollos con honores y distinciones “a que eran muy inclinados” (p. 647) hasta su afirmación de que los diputados americanos siempre se dejaban llevar “del mal ánimo de desnudar al gobierno de todo lo que le diese brío y fortaleza” (p. 960), pasando por la ingratitud (hasta villanía) de los americanos hacia la metrópoli por haberla abandonado cuando tanto los necesitaba (p. 649) o el hecho de que, según el conde, los únicos que se sintieron atraídos en Cádiz por las sociedades secretas fueron uno que otro americano “aficionado a la perturbación” (p. 918), Toreno no exhibe en su tratamiento del tema americano ni imparcialidad, ni perspicacia, ni siquiera curiosidad[8]. Parte de la explicación se encuentra sin duda en que los diputados americanos “desamparaban” (término revelador) a los liberales “siempre que se quería dar vigor y fuerza al gobierno peninsular” (p. 661). Imposible para mí pronunciarme sobre otras motivaciones que pudieran estar detrás de la falta de empatía que Toreno muestra vis-à-vis los americanos en su Historia, pero creo que los ejemplos que he proporcionado bastan para documentarla y pueden servir como un primer paso para adentrarse en esta cuestión[9]. En todo caso, afirmar, como lo hace el conde en la página 881, que haber adoptado para América exactamente las mismas reglas que se adoptaron para la metrópoli podía parecer un desvarío, pero que no lo era porque se había procedido de ese modo porque la Junta Central había declarado a los americanos iguales en derechos, refleja, en mi opinión, la escasa disposición de Toreno para enfrentar, intelectual y políticamente, “el problema americano”.
Dejó aquí la introducción de Richard Hocquellet para dedicar el resto de esta reseña a tres aspectos de la Historia, o más bien, a tres aspectos de su autor; los cuales podrían resumirse parcamente en tres rótulos: “Toreno y el pueblo”, “Toreno y España”, y, por último, “Toreno y la historia”. El hilo que de alguna manera recorre estos tres temas y que sirve, en mi opinión, para proporcionarles una cierta unidad es el liberalismo del conde (esa “inclinación partidista” que menciona Hocquellet en la cita, tomada de su “Estudio preliminar”, que hemos elegido como epígrafe de esta reseña).
Ya mencioné que el pueblo español puede considerarse el único protagonista de la Historia. Se ha dicho en múltiples ocasiones que esta obra fue concebida por Toreno como una réplica a varios historiadores extranjeros (principalmente ingleses), y a algunos nacionales, por las tergiversaciones que él percibía en las interpretaciones que se hicieron sobre la sobre la guerra de la independencia desde el final de la misma (incluso antes de que lo hiciera). Sin embargo, cabe plantear que esta réplica pretendía reivindicar, sobre todo, dos elementos: el pueblo español y el carácter eminentemente liberal de la revolución política que tuvo lugar entre 1810 y 1814.
Al comienzo del libro tercero de la Historia, Toreno escribe: “La historia no nos ha transmitido ejemplo más grandioso de un alzamiento tan súbito y tan unánime contra una invasión extraña. Como si un premeditado acuerdo, como si una suprema inteligencia hubiera gobernado y dirigido tan gloriosa determinación, las más de las provincias se levantaron espontáneamente casi en un mismo día, sin que tuviesen muchas noticias de la insurrección, y animadas todas en un mismo espíritu exaltado y heroico.” (p. 102). La cita me parece significativa no sólo ni principalmente porque el conde exagera (a sabiendas, pues la cronología que él mismo presenta en la Historia sugiere que las cosas fueron menos sincrónicas), sino sobre todo porque allana el camino para la imagen del pueblo español que Toreno se empeñará en transmitirnos a lo largo de su obra; imagen que la historiografía reciente ha puesto en entredicho[10].
El pueblo español no sólo reaccionó súbita, unánime y espontáneamente, según Toreno, sino que, contrariamente a lo que muchos escritores habían planteado, el pueblo español no respondió al clero (p. 149) o a los agentes secretos ingleses (p. 150); por otra parte, el pueblo español tampoco fue realmente violento; de hecho, nos dice el conde, lo fue poquísimas veces y en estos casos, como en Valencia, “los excesos fueron inmediatamente reprimidos y castigados con una severidad que rara vez se acostumbra…” (p. 151)[11]. Toreno llega incluso a sugerir que el pueblo español era prácticamente incapaz de recurrir a venganzas contra el invasor francés por medios reprobables “cuando tantos otros justos y nobles se le presentaban” (p. 193); sugerencia que resulta inverosímil y hasta ridícula en el contexto peninsular de aquel momento. Es evidente que mediante los cientos de ejemplos de heroísmo popular que Toreno nos presenta a lo largo de su obra quiere infundir patriotismo; esto lo hace de diversos modos y con diversos objetivos, entre ellos, impedir que la historia se olvide de todos esos hombres, mujeres y niños que, de dar crédito a las heroicidades referidas por el conde, murieron con la patria en los labios[12]. Esta visión romántica del pueblo que recorre la Historia no se extiende al plano político y, por tanto, no impide una valoración más bien negativa del conde respecto a las juntas provinciales, en buena medida por su composición popular. En su opinión, la falta de ilustración de sus miembros, así como la confusión en ellas del “hombre del pueblo” con el noble, contribuyeron a que dichas juntas no tomaran las medidas políticas, militares y económicas “que en un principio debieron adoptarse.” (p. 151). Ahora bien, aquí, como en muchos otros pasajes de la Historia, Toreno insiste sobre la estrecha vinculación entre la lucha popular y el deseo de cambios políticos: “Acompañó al sentimiento unánime de resistir al extranjero otro no menos importante de mejora y reforma”[13]. Afirmaciones como ésta probaron su fragilidad cuando “el Deseado” volvió a España en la primavera de 1814 y la inmensa mayoría de los españoles dejaron aparcado su sentimiento de mejora y reforma en aras de la normalidad y la vuelta a la calma que representó el regreso del monarca[14].
Otro aspecto de la lucha popular que Toreno considera muy importante fueron las guerrillas[15]. Toreno piensa que sin ellas “hubiera corrido riesgo la causa de la independencia” (p. 611), sobre todo porque si el ejército francés se hubiera movido a voluntad, los aliados no habrían podido resistir su superioridad. Una de las conclusiones de Toreno sobre este tema es que del conjunto de acciones de las guerrillas “resultó en gran parte la maravillosa y porfiada defensa de la independencia de España, que servirá de norma a todos los pueblos que quieran en lo venidero conservar intacta la suya propia”[16].
La idea sobre el pueblo español que se desprende de la Historia tiene algo de esquizoide. Inundar de elogios a este pueblo a lo largo de casi 1200 páginas para terminar relatando la apoteósica entrada de Fernando VII al territorio nacional en el libro vigésimocuarto (sabiendo las consecuencias que se habían derivado de este recibimiento para la historia española hasta, por lo menos, mediados de la década de 1830), no debió haber sido nada fácil para Toreno. En la página final de la Historia, el conde destila nostalgia y decepción cuando escribe lo siguiente sobre Fernando y sobre lo que, ¡ay!, pudo haber sido la historia de España: “Érale todo hacedero entonces, y hubiérase Fernando colocado con tal proceder junto a los monarcas más gloriosos e insignes que han ocupado el solio español.” (p. 1185). Ahora bien, a juzgar por algunos pasajes de la Historia, Toreno no se hacía ilusiones respecto a España.
Sobre la lentitud con que se hacían las cosas en la Península, en algún momento el conde trae a colación un viejo proverbio (“me venga la muerte de España, porque vendría tarde”, p. 276) y señala que esta lentitud se manifestó con frecuencia durante la guerra; por ejemplo, en la manera en que los españoles permitieron que el ejército de José I se recuperara después de Bailén (p. 279). Este tema me da pie para señalar las críticas recurrentes que Toreno hace al ejército español; no a la tropa, cuyo carácter bisoño (al que se refiere varias veces) no puede ser considerado una falta demasiado grave, pero sí a los jefes, que con enorme frecuencia de acuerdo al conde y más allá de su incompetencia militar, dejaron que sus ambiciones e intereses prevalecieran sobre la causa nacional y, en esa medida, contribuyeron notablemente a las incontables derrotas españolas en el campo de batalla[17].
En otras ocasiones, Toreno aprovecha un acontecimiento histórico específico para extraer una conclusión, casi siempre pesimista, respecto a su patria. Por ejemplo, en el libro undécimo, se puede leer: “Dolencia grande la nuestra de obrar por pasión o aficiones, más bien que conforme a la letra y tenor de la legislación vigente. Así ha andado casi siempre de través la fortuna de España.” (p. 524). Más adelante, en el vigésimo, el conde escribe: “…siendo grave y muy arraigado mal este de España en donde casi siempre caminan a la par la falta de castigo y la arbitrariedad…hasta que ambos extremos no desaparezcan de nuestro suelo nunca lucirán para él días de felicidad verdadera.” (p. 960). Ya casi para terminar la Historia, Toreno afirma que la administración militar es, en el caso español, una “roedora lepra, honda y muy añeja, de difícil y penosa cura”; la cual, no obstante, debe ser curada, “si se quiere en España orden y economía prudente en la inversión de los caudales públicos” (p. 1159). Se podría plantear entonces que el deseo de que su patria salga del marasmo moral, social y político (del que Toreno es tan consciente) es de tal magnitud que en ocasiones lo lleva a cerrar los ojos o, por lo menos, a desviar la mirada, ante algunos aspectos de la guerra que tiene ante sí. En última instancia, es el dolor por la España conocida y, al mismo tiempo, la ansiedad, mezclada con esperanza, por la España posible (para él), lo que, desde mi punto de vista, explica sobre todo esta actitud. En todo caso, como lo escribe él mismo, la España posible solamente podrá surgir cuando deje de entregarse ciegamente a las personas y se percate de que sólo en las leyes y las instituciones podrá encontrar “el sólido fundamento de su felicidad” (p. 53).
Al hablar sobre el pueblo y sobre España hemos entrevisto algunos aspectos que caracterizan la manera que tenía Toreno de entender la historia. En este amplísimo e inagotable tema, habría que empezar quizás por el epígrafe de Cicerón que Toreno eligió para abrir su Historia: “¿Pues quién ignora que la primera ley de la historia es no atreverse a mentir en nada? ¿Y que al escribirla no haya sospecha de simpatía o animadversión?”[18]. Esta ansia de veracidad y de imparcialidad recorre la Historia, mostrándose de mil maneras distintas: desde la decisión de no aventurar conjeturas sobre los posibles autores de la Constitución de Bayona (p. 164) o negarse a dar el nombre del oficial de artillería español que supuestamente pasó un secreto militar a los franceses (p. 701), hasta la defensa que hace del Duque del Parque ante la acusación que le hace el mariscal Hugo en sus Mémoires de haber querido traicionar a su patria (p. 1052). Todo ello pasando por una masa documental que apabulla a los posibles contradictores y que, tal como lo sugiere Hocquellet en el epígrafe de esta reseña, ha sido determinante para que todo historiador que se ocupa de este periodo de la historia española tenga que situarse con respecto a la Historia de Toreno.
A lo anterior hay que agregar el hecho de que el conde es un historiador que no sólo ama profundamente su patria, sino como se puede ver en repetidas ocasiones a lo largo de la obra que nos ocupa, conoce muy bien su historia. Es este mismo historiador el que, para 1835, llevaba ya más de dos décadas leyendo (y sufriendo) las interpretaciones extranjeras de seis años de la historia peninsular que él había vivido “en carne propia”[19]. Al final del libro tercero, en una sección titulada “Reflexiones generales“, después de hacer una especie de resumen de las principales causas que estuvieron detrás del levantamiento de 1808 y de la guerra subsecuente, Toreno concluye: “Nos parece que lo dicho bastará para deshacer los errores a que ha dado lugar el silencio de algunas plumas españolas, el despique de otras y la ligereza con que muchos extranjeros han juzgado los asuntos de España, país tan poco conocido como mal apreciado”[20]. Este amor de Toreno por su nación y su gente se combina, a veces trabajosamente, con su rigor historiográfico, como se refleja bien en el último párrafo del libro quinto: “No disimulamos en el libro ni en el curso de nuestra narración los defectos de que dichas juntas adolecieron [el conde se refiere aquí a las juntas provinciales], las pasiones que las agitaron. Por lo mismo justo es también que ahora tributemos debidas alabanzas a su primera y grandiosa resolución, a su ardiente celo, a su incontrastable fidelidad. Al acabar su mando anublose por largo tiempo la prosperidad de la patria, mas se dio principio una nueva, singular, y porfiada lucha, en que sobre todo resplandeció la firmeza y constancia de la nación española”[21].
Sobre la manera que tenía Toreno de entender la objetividad historiográfica, es reveladora una nota del libro decimosexto que no aparecía en la edición original de 1835[22]. En esa nota, Toreno hace un cambio mínimo (de fecha) a raíz de un escrito de uno de los protagonistas de la defensa de Murviedro (la antigua Sagunto), el entonces coronel Luis María Andriani, quien no está de acuerdo con la interpretación que Toreno hace de ese episodio y que, como refutación, publicó una Memoria sobre el tema en 1838. En la nota mencionada, el conde afirma que la Memoria de Andriani no implicó más cambios en la exposición que él hace de la defensa del castillo de Sagunto porque nada de lo que ella contiene los justificaría. Toreno aprovecha la ocasión para aludir a su “acostumbrada imparcialidad”, al “amor a la verdad que nos ha guiado en el curso de toda esta Historia” y a la precedencia que debe tener siempre “la fidelidad histórica” sobre cualquier tipo de miramiento con las personas (se trate de quien se trate). Tenemos aquí reunidas esas cualidades que Toreno, el historiador, estimaba por encima de todas las demás: la obligación absoluta de imparcialidad, el “amor” a la veracidad y la capacidad (sobre todo la valentía, diría yo) de no anteponer las relaciones, los intereses y las ambiciones personales a la labor historiográfica. Para el conde, estos tres elementos representan, in nuce, el oficio de historiar.
Concluyo esta reseña de la Historia del levantamiento, guerra y revolución de España haciendo referencia al liberalismo de Toreno. No me interesa aquí la evolución de este liberalismo a lo largo del tiempo, sino un aspecto del mismo que subyace la Historia[23]. Como lo refiere Hocquellet en su “Estudio preliminar”, el liberalismo del conde no es sólo una identificación con un cierto grupo político, sino también una “filosofía de la historia” que informa la visión que él tiene de la historia moderna de España. Como ya se mencionó, en su Historia, Toreno establece un nexo muy claro entre la heroica lucha del pueblo español y la lucha por la libertad política[24]. En la idea de la historia que tiene el conde, tarde o temprano España alcanzará esa libertad. La vuelta del rey en 1814 y la Santa Alianza en 1823 habían retrasado su arribo, pero éste llegará. Es en este sentido como creo debe entenderse la última parte de la oración final de la obra (una oración que, por cierto, puede parecer no muy afortunada para terminar una empresa de la naturaleza, magnitud y entidad de la Historia). Cuando Toreno se refiere al “triunfo de la causa europea” en dicha oración, está expresando la que tal vez fue su preocupación perentoria (así como el más intenso de sus anhelos): el pueblo español pertenece a Europa. El levantamiento, guerra y revolución que tuvieron lugar en España entre 1808 y 1814 pudieron haber significado el certificado histórico de esa pertenencia. No fue así, pero no es descabellado plantear que los cientos de páginas que conforman la Historia fueron escritas, más que nada, para mostrar lo cerca que entonces estuvieron los españoles de lograr dicha “certificación” y, en todo caso, lo mucho que avanzaron en el camino hacia un destino final que para la visión histórica de Toreno era ineluctable. No obstante, como su trayectoria vital lo muestra de modo palmario, este destino resultó elusivo para el conde hasta el final de sus días.

 


[1] La dimensión fundacional del periodo 1808-1814 va, por supuesto, más allá de la modernidad mencionada. Como lo ha señalado Lluís ROURA en un sugerente artículo, esta dimensión se extiende, entre otras cosas, a la nación, a la sociedad liberal y a una nueva modalidad de guerra. «1808: ¿un momento fundacional?», en LA PARRA LÓPEZ, E. (ed.), La guerra de Napoleón en España (Reacciones, imágenes, consecuencias), Alicante, Casa de Velázquez/Universidad de Alicante, 2010, p. 68.
[2] Dada su importancia historiográfica, una nueva edición de la Historia de Toreno era algo imperativo (cabe apuntar que los primeros dieciocho libros fueron publicados en Madrid en 1835; los seis restantes en 1837). De hecho, el que los editores españoles hayan dejado pasar más de medio siglo para animarse a hacerlo resulta difícilmente justificable (la última edición de la Historia era la de la Biblioteca de Autores Españoles, publicada en 1953, por lo que era prácticamente inasequible para el lector común). Además de la edición de Urgoiti Editores, en el año 2008 vio la luz otra edición de la Historia de Toreno: la edición digital del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, con una Presentación de J. VARELA SUANZES-CARPEGNA (http://www.cepc.es/Files/getfile.pdf). Por último, entre 2008 y 2009, Akrón Editorial también publicó la Historia (en cinco volúmenes, tal como se publicó en la versión de 1837).
[3] Imposible rozar siquiera en una reseña como ésta el tema de la bibliografía reciente sobre la guerra. Su magnitud es tal que Hocquellet hace referencia a ella como un “desbocado ritmo editorial” y sugiere, con base en el caso del bicentenario de la Revolución Francesa, que hay que esperar mucho tiempo para poder hacer una especie de balance (“Estudio preliminar”, p. CXXXV). En cierto sentido, tiene razón Hocquellet, pero también es verdad que ya es posible encontrar algunos textos breves que proporcionan no pocas pistas sobre lo que hay de realmente nuevo en la bibliografía en cuestión. Véase, por ejemplo, el artículo de G. BUTRÓN PRIDA y J. SALDAÑA FERNÁNDEZ, «La historiografía reciente de la Guerra de la Independencia (Reflexiones ante el bicentenario)», Mélanges de la Casa de Velázquez, n. 38-1, 2008 o, con un estilo muy distinto, la extensa y enjundiosa reseña de cinco libros sobre el tema que J. ÁLVAREZ JUNCO escribió para la Revista de libros (n. 145, enero 2009). Por razones evidentes, el ritmo de las “publicaciones bicentenarias” sobre la guerra de la independencia ha disminuido, pero siguen apareciendo libros al respecto, varios de ellos producto de reuniones académicas que tuvieron lugar en 2008 y alrededores. Entre ellos, destaco solamente uno, que me ha parecido bien concebido (por la claridad de sus objetivos y lo bien delimitado de los mismos, algo poco común en este tipo de publicaciones), que posee lo que podríamos denominar “variedad historiográfica”, que contiene interpretaciones sólidamente argumentadas y cuya edición me pareció de gran calidad: La guerra de Napoleón en España, op. cit. Por cierto, este libro incluye un trabajo de HOCQUELLET: «El complejo de Huérfano. Los españoles antes de la acefalía» (pp. 52-66).
[4] Para dar una idea de la “cultura”, capacidad y minuciosidad de Toreno como historiador militar, véase, a título de “muestra representativa”, la nota 356, p. 1043.
[5] El lugar que ocupa la historia militar es uno de los contrastes más importantes entre la Historia y lo que, en palabras de Hocquellet, podría considerarse “un resumen previo” de la misma (“Estudio preliminar”, p. XL): la Noticia de los principales sucesos ocurridos en el gobierno de España (desde el momento de la insurrección en 1808, hasta la disolución de las Cortes ordinarias en 1814), publicada por Toreno en París en 1820, a la vuelta del liberalismo en la Península. Se trata de un texto muy breve (menos de cincuenta páginas en una edición moderna), de carácter netamente político, en el que Toreno reivindica con vehemencia la obra revolucionaria de las Cortes. Existe una edición reciente (Pamplona, Urgoiti Editores, 2008), que cuenta con un prólogo de A. GIL NOVALES. Este prólogo, más extenso que la Noticiamisma, está lleno de erudición y de notas, pero resulta muy poco iluminador sobre la naturaleza, contexto inmediato y valor histórico de la Noticia.
[6] En cualquier caso, la incomodidad, del grado que sea, era aparentemente compartida por los otros diputados peninsulares, cuya situación, en palabras de Toreno, era “espinosísima”, pues cuando trataban los asuntos de América “caminaban siempre como por el filo de una cortante espada” (p. 864).
[7] Al respecto, ÁLVAREZ JUNCO escribe: “Para la historia mundial, este hecho [las independencias americanas] fue el más importante que ocurrió a lo largo del periodo. Lo fue también para la monarquía española, que a partir de la pérdida de casi todo aquel imperio pasó a ser una potencia de tercera categoría, irrelevante durante siglo y medio en el escenario europeo, pero es llamativo que las historias españolas tiendan a considerar este aspecto del proceso como relativamente marginal, como una especie de apéndice a lo verdaderamente importante (la guerranacional contra los franceses y las querellas entre absolutistas y liberales). «La guerra de la independencia y el surgimiento de España como nación», en La guerra de Napoleón en España, op. cit., pp. 431-432 (el primer subrayado es mío).
[8] La opinión negativa de Toreno sobre los diputados americanos tiene una excepción mayor, que Hocquellet señala enfáticamente: José María Lequerica, y dos excepciones menores: Florencio del Castillo y Antonio Larrazábal (que Hocquellet no tenía por qué mencionar, pero que quedan de manifiesto en la p. 662; Castillo y Larrazábal eran diputados propietarios por Guatemala). Por cierto, respecto a Mejía Lequerica, Hocquellet comente un desliz cuando afirma que era diputado suplente por la Nueva España (p. LXIV), pues lo era por la ciudad de Quito (Virreinato de Nueva Granada).
[9] En relación con la independencia de América, cabe añadir que, para el conde, “los [americanos] promovedores de las desavenencias nunca en realidad se contentaron con menos ni aspiraban a otra cosa” (p. 677). Como plantea Hocquellet persuasivamente en su introducción (pp. LXXI-LXXV), la empatía del autor hacia los actores y testigos que aparecen en la Historia es un elemento historiográfico fundamental del libro, lo que hace aún más llamativa la falta de la misma hacia los americanos.
[10] Respecto a la supuesta espontaneidad y sincronía del levantamiento, véase «Los levantamientos de 1808» de R. FRASER, en La guerra de Napoleón en España, op. cit., pp. 17-28. Fraser es el autor de uno de los libros más importantes que se han escrito durante los últimos años sobre el conflicto: La maldita guerra de España (Historia social de la guerra de la Independencia, 1808-1814), Barcelona, Crítica, 2006. Sobre las guerrillas como expresión de la lucha popular, tema al que me referiré un poco más adelante, véase otro libro muy importante: España contra Napoleón (Guerrillas, bandoleros y el mito del pueblo en armas) de Ch. ESDAILE, Barcelona, Edhasa, 2006. Esdaile, que propone una visión muy crítica sobre el tema en cuestión (y, cabe añadir, discutible en varios puntos), considera a Toreno el “gran campeón” del concepto del pueblo español en armas contra los franceses. «Los españoles ante los ejércitos franceses: un cuento de dos ciudades» en La guerra de Napoleón en España, op. cit., p. 94.
[11] La preocupación de Toreno respecto a la violencia popular es, por decir lo menos, exagerada, y, en todo caso, de una ingenuidad que casa muy mal con algunas de sus principales cualidades como historiador. En la página 132, por ejemplo, escribe: “Hubo por todas partes el mejor orden, a excepción de la ciudad de Plasencia y de la villa de los Santos, en donde se ensangrentó el alzamiento con la muerte de dos personas.” Más adelante, en la página 312, Toreno, después de referir la muerte de tres civiles a manos del pueblo, afirma: “Estas muertes con las que hemos contado y alguna otra que relataremos después, que en todo no pasaron de doce, fueron las que desdoraron este segundo periodo de nuestra historia…” Sin intentar adentrarnos en la psicología de nuestro autor, llama poderosamente la atención que Toreno, el historiador positivista que lleva la cuenta hasta de la última de las muertes de civiles por civiles, sea renuente en grado sumo a aceptar que la violencia, incluso entre connacionales, es consustancial a todo levantamiento, a toda guerra y a toda revolución.
[12] La expresión sobre la obligación de evitar que ciertos nombres sean olvidados por la historia aparece textualmente en la página 905; en ella, Toreno, consecuente con lo expresado, proporciona los hombres de cuatro vocales de la junta de Burgos que fueron arcabuceados por los franceses en marzo de 1812.
[13] P. 152. Hocquellet expresa lo mismo del siguiente modo: “Con su forma de relacionar el patriotismo, la guerra y la revolución liberal, [Toreno] hizo indisociable la lucha contra el enemigo de la lucha por la libertad política.” “Estudio preliminar”, p. CXXIII.
[14] Basten dos breves citas tomadas del libro final de la Historia para darnos una idea de lo que representó dicha vuelta para el pueblo español. En la página 1179, el conde escribe que el monarca fue recibido por los habitantes de los pueblos por los que pasaba “con regocijo extremado que rayó casi en el frenesí”. Un poco más adelante, se puede leer: “El nombre de Fernando obraba por aquel tiempo en la nación mágicamente, y al sonido suyo y a la voluntad expresa del rey hubiera cedido todo y hubiéranse abatido y humillado hasta los mayores obstáculos.” (p. 1182)
[15] El nombre que Toreno les da a lo largo del libro varía; en ocasiones son“partidas”, en otras “bandas de hombres armados” y en otras “cuerpos francos” (o, como escribe en la página 682, “cuerpos que campeaban francos en medio del enemigo”).
[16] P. 775. Esta “conclusión” no le impide a Toreno referir que, en ocasiones, las guerrillas dejaban en paz a los franceses para oprimir a los pueblos (p. 607) o que, en otras, ciertas poblaciones temían la entrada de las guerrillas una vez que los franceses las habían evacuado (es el caso de Córdoba, referido por el conde en la página 953).
[17] En el libro octavo, concretamente en las páginas 380-381, Toreno cree necesario hacer una pausa y proceder a una serie de reflexiones para tratar de explicar los múltiples descalabros que había sufrido el ejército español desde el inicio de la guerra hasta la primavera de 1809. A lo largo del libro, el conde señala que, pese a la improvisación e impericia de la tropa española, dichos descalabros se explican, sobre todo, por la falta de líderes militares competentes (véanse, p. ej., pp. 310, 603 y 1046). En relación con este tema, me parece que de todos los militares de alta graduación que desfilan por las páginas de la Historia, sólo Pablo Morillo, Pedro Agustín Girón y Luis Lacy salen bien librados. Sobre el desprestigio de los militares españoles, antes y durante la guerra, véase la nota 67 de la introducción (p. LVII).
[18] El epígrafe original está en latín (recurro a la misma traducción de la que echa mano Hocquellet en su “Estudio preliminar”, p. LXXIX). Toreno, dicho sea de paso, no solamente ha leído a los clásicos, sino que lo ha hecho en sus lenguas originales y así los cita en varias ocasiones a lo largo de la Historia. Además de los autores clásicos y para no salirnos del ámbito de la historia política o del pensamiento político, el conde había leído y conocía bien (o relativamente bien) a no pocos autores, como se pone de manifiesto, por ejemplo, en su discusión sobre la importancia de la existencia de dos cámaras (p. 868; ahí, además de a recurrir a Cicerón y a Polibio para apoyar sus argumentos, Toreno hace referencia a los escritos de Maquiavelo, Montesquieu, Mirabeau y Adams con el mismo fin).
[19] Es este conocimiento de la historia española, aunado al celo historiográfico de Toreno, el que explica esas digresiones históricas que hace en ocasiones, con el fin de que cierta problemática coetánea sea comprendida en todas sus dimensiones por el lector. Un buen ejemplo a este respecto son las páginas dedicadas a las instituciones feudales con el objetivo de que se entiendan la naturaleza e implicaciones de la abolición de los señoríos jurisdiccionales (pp. 788-795).
[20]P. 152; sobre la parcialidad de los escritores extranjeros, véanse además las páginas 323 y 332.
[21] P. 265 (la pura cantidad de adjetivos usados por el conde en esta cita debiera ponernos “en guardia”).
[22] Se trata de la nota 253 (p. 803), que remite a la página 1292 del apéndice documental (el cual, dicho sea de paso y ya que estamos hablando de Toreno como historiador, comprende más de 120 páginas en letra pequeña y a renglón seguido en la edición que nos ocupa: para ser exactos, pp. 1189-1312).
[23] Los lectores interesados en dicha evolución, deben acudir a la biografía política escrita por J. VARELA SUANZES, El conde de Toreno (Biografía de un liberal, 1786-1843), Madrid, Marcial Pons, 2005. En su “Estudio preliminar”, Hocquellet califica este trabajo biográfico de “excelente” (nota 2, p. XVII).
[24] Desde que escribiera la Noticia de los principales sucesos… en 1820 (ver nota 5), Toreno tenía muy claro este nexo o, por lo menos, tenía muy clara la importancia de presentarlo como un rasgo definitorio de lo sucedido en España entre 1808 y 1814. En la primera página de dicho escrito se puede leer: “No fue ignorancia, no fue la superstición lo que resistió a Bonaparte, sino un sentimiento de independencia, un sentimiento de pundonor, acompañados de un sentimiento de libertad; ¿ni cómo podía faltar éste en donde estaban aquéllos, mayormente en una nación que para regenerarse no fue a buscar a otra parte ni hombres, ni auxilios extranjeros?” Op. cit., p. 5. Véase también lo que dice Toreno sobre el “espíritu de libertad” al final de la página 6, en donde se encontrará el planteamiento explícito de la pertenencia del pueblo español a Europa que hacemos enseguida dentro del texto.

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