Hispania, núm. 225, 2007

Por José Ramón Urquijo Goitia.

  Hace unos años la editorial Urgoiti, con el asesoramiento del profesor Ignacio Peiró, puso en pie una magnífica empresa: una colección de clásicos de la historiografía denominada «Historiadores». El proyecto supuso la selección de cuarenta historiadores, cuya producción tuvo lugar entre mediados del siglo XIX (momento en que nació la historia como ciencia) y 1975, a fin de editar una de sus obras con un amplio estudio introductorio.

    Sin duda alguna la que vamos a comentar es una de las más logradas por el excelente análisis de la biografía y la obra de Pirala que le precede. Pedro Rújula es un reconocido especialista de la Primera Guerra Carlista, cuya tesis doctoral versó sobre dicho periodo en el marco geográfico de Aragón. A pesar de que el encargo resultaba especialmente difícil, porque Antonio Pirala había sido recientemente objeto de varias publicaciones, el autor lo ha resuelto con gran brillantez, pues no se ha limitado a repetir trabajos anteriores sino que ha apuntalado de forma exhaustiva cuestiones como la autoría, su carrera profesional, etc.

    La Vindicación está organizada en dos partes: una primera compuesta de siete capítulos y la segunda de casi igual extensión conteniendo cincuenta documentos. Aparecida inicialmente como anónima, desde hace muchos años se identificó al autor; pero en este trabajo se analiza detalladamente el texto y el contexto a través de numerosas citas, en muchos casos crípticas, de obras posteriores, que asientan de forma definitiva su autoría.

    La estructura de la primera parte es un discurso «in crescendo», articulado en gran medida a través de la biografía del general Maroto, ya que desde la introducción se plantea el nudo de la acción: el convenio de Vergara es un hecho fundamental que salvó el Trono sin dañar la dignidad nacional. Para ello no duda en exagerar algunos acontecimientos presentando al trono de Isabel II como asediado por el carlismo, especialmente el aragonés, en los meses anteriores a dicha negociación. En el primer capítulo sienta las bases de la credibilidad del personaje. Maroto es un hombre con una amplia trayectoria respaldada por los hechos (elogios incluso de sus adversarios en América), y cuya decisión de apoyar en los primeros momentos al Pretendiente obedeció «a la conveniencia pública y parecióme sería más oportuno el reinado de don Carlos que no el de una niña de seis años» (p. 17).

La obra tiene un hilo conductor en torno a una serie de ejes:

  • a) honorabilidad de Maroto
  • b) escaso carácter de don Carlos
  • c) ambición y deslealtad de su círculo cercano («Interesadas y mezquinas miras, desmedida ambición, y escasez de españolismo»; p. 22) («siempre guiado por sus fatales consejeros y por su indiscreto proceder»; p. 141)
  • d) y en consecuencia «Los hombres que, como el que suscribe, habían emprendido la defensa de don Carlos con la profunda convicción de sus corazones, y que sin alentarles el menor deseo de ganancia se exponían a perder fácilmente hasta la vida, ni aún la pureza de su fe política podían oponer a aquellos que por llevar su preponderancia hasta lo sumo, contrariaban sus consejos y disposiciones bajo el pretexto de desconfianza en su procedencia»; p. 22).

    Una de las forma de leer la obra de Pirala es desde el fin al principio. Maroto ordena el fusilamiento de una serie de personas en Estella (febrero de 1839) y desde el inicio va configurando su línea de deslealtad e ineptitud, casi obscena, y la tipología de quienes rodeando al Pretendiente fueron la causa fundamental de su hundimiento; y justifica su alejamiento de don Carlos, quien con su actitud «se iba poco a poco enajenando los corazones de aquellas personas que más había de necesitar cuando se viera desengañado» (p. 38). La obra es fundamental para conocer todo el mundo de las intrigas que se desarrollaron en el campo carlista, pero se mueve siempre en el entorno de los militares y de la camarilla, sin ampliar el círculo de agentes a las Diputaciones, que jugaron un papel fundamental en el asentamiento del carlismo en territorio vasco.

    La principal aportación de la edición actual es la larga introducción en la que Pedro Rújula, a lo largo de más de cien páginas, nos acerca a la biografía del personaje, su obra y su forma de hacer historia. En el primer párrafo se plantea la hipótesis fundamental de la introducción: «Hacia mediados del siglo XIX, el territorio de la historia de España era una encrucijada intelectual por la que transitaban gentes de la más diversa procedencia» (p. XI).

    Rújula señala que Pirala «no fue un historiador académico a la mode, porque era ajeno a la clase social en la que se forjó el modelo, y porque necesitaba demasiado obtener el favor del público en cada una de las empresas como para arriesgarse adoptando posturas intelectuales » (p. XII). Ello motiva una escasa evolución en sus planteamientos historiográficos a lo largo de su biografía. Si bien la posición económica de su familia no le permitió pasar por la Universidad, frecuentó círculos culturales en los que despertó y cultivó su afición por la literatura. Es en este campo en el que se inserta su primer libro, la novela histórica Celinda, de la que pasará a distintas colaboraciones en publicaciones periódicas como el Museo de las Familias o el Semanario Pintoresco Español. A lo largo de su vida en diversas ocasiones retornó a la producción de obras no históricas, especialmente de contenido didáctico como el Fleuri, El libro de oro de las niñas o El Profesorado.

    Su primer libro histórico, una biografía de Rafael de Riego, lo realiza junto a Francisco Nard y poco después recibe el encargo de Maroto con el que inicia su especialización en la historia del carlismo. Tras un arduo trabajo de análisis de las diferentes obras, Rújula se centra en el estudio del método utilizado por Pirala. Como rasgo distintivo respecto a la publicística del momento señala la «erudición escrupulosa y exhaustiva, y de una sobresaliente capacidad para la búsqueda, clasificación y aplicación de todo ello al relato histórico» (p. LXXXIX).

    Pirala más que un especialista en historia contemporánea, se nos muestra como un experto en historia del tiempo presente, pues sus publicaciones se realizan cuando apenas han transcurrido una veintena de años y casi todos los actores se encuentran vivos, actores a los cuales en muchos casos conoció personalmente y entrevistó para lograr información (p. XII). Para describir su quehacer establece una comparación con la fotografía, al señalar que «no cabe más que la reproducción exacta fotográfica, porque viven los que han de ser retratados o los que los han conocido» (p. XCI). Y al objeto de no caer en la parcialidad considera imprescindible «tomar distancia respecto a los hechos» (p. C) a fin de conseguir la necesaria perspectiva. Pirala acierta plenamente al defender esta actitud porque la distancia temporal no es siempre una garantía de imparcialidad.

    Su trabajo lo concibe como un ejercicio ciudadano, en cuanto que no quiere dejar para una generación posterior el conocimiento adecuado de los hechos, que suelen tener una fuerte incidencia sobre el presente. Tales acontecimientos estaban en la base de la elaboración de una historia patria, que al mismo tiempo debería ser escuela de patriotismo. Pirala considera inadecuada la metodología del padre Mariana y se siente más cercano a Cesare Cantú, a Modesto Lafuente y a Adolphe Thiers, a quien le une la proximidad de los acontecimientos historiados. Sobre estos influjos Pirala construye su propio modelo que está basado en tres ejes fundamentales: «la defensa de una racionalidad de inspiración ilustrada, el desarrollo de un método para la historia contemporánea y el patriotismo liberal del historiador» (p. XCVII).

    Su persecución de la racionalidad le lleva a la búsqueda de las causas, alejado de los compromisos políticos y apoyándose en las pruebas documentales. Junto a ello encontramos una concepción del progreso más laica que la de Lafuente y en estrecha unión con la voluntad de los hombres. El progreso es un avance realizado por los hombres y en ese camino la historia ayuda a no incurrir en los errores cometidos hasta ese momento. Su obra está marcada por un fuerte positivismo basado en el peso del documento, y en la que no tiene un papel importante la teorización de la profesión, ya que como señala el autor «el historiador se convertía en un narrador verídico» (p. XCIX).

    Pero frente al uso abusivo, realizado por algunos autores contemporáneos, de los documentos, Pirala los utiliza en el texto y los incorpora a sus excelentes apéndices, a fin de ofrecer un relato más dinámico. Junto a una importante recopilación documental utiliza de forma profusa la visita de los lugares y la entrevista con los agentes fundamentales de los hechos, la historia oral. Es necesario resaltar como elementos notables de esta publicación la cuidada investigación realizada para darnos a conocer la biografía de Pirala y las atinadas observaciones sobre su obra y sobre su forma de trabajar. Y todo ello se realiza mediante un adecuado enmarque en la época.

    Estamos, pues, ante una aportación que será difícil de superar, y que contribuye con una notable información sobre el quehacer del historiador español del siglo XIX.

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