Heraldo de Aragón, enero 2004

Por Agustín Sánchez Vidal.

   En 1915 la revista zaragozana Paraninfo publicaba un artículo titulado “Tipos de Aragón. El pregonero”. Su autor, Guillermo de Torre, sólo contaba quince años, pues había nacido con el siglo. Era la primera vez que alguien le editaba algo. No sería la última. La propia Paraninfo volvería a la carga con otras tres entregas, en buena medida gracias al papel impulsor que desempeñaba en la revista el pintor uruguayo Rafael Barradas. Y muy pronto su firma sería habitual en el panorama literario español. Hasta que en 1925 se descolgó con un libro titulado Literaturas europeas de vanguardia.

   Durante mucho tiempo esta obra mítica ha resultado inencontrable. Peor aún, había sido suplantada y sepultada por otra posterior del mismo autor, Historia de las literaturas de vanguardia que, editada en 1968, añadía a la anterior nómina las neovanguardias de los años cincuenta y sesenta (neorrealismo, existencialismo, beat generation, nouveau roman, situacionalismo,…). Ahora, aquella versión original nos ha sido restituida por Urgoiti Editores.

   No fue pequeña la hazaña de este «Menéndez Pelayo de la vanguardia», como le llamó Ernesto Giménez Caballero, al cartografiar con solo veinticinco años aquel convulso panorama, casi como un corresponsal de guerra desde las alambradas. Y el olvido que sobre él se ha ido cerniendo no se debe sólo al descuido, sino al aciago destino de todos los Bautistas. Primero estuvieron los encontronazos con caudillos rivales como Rafael Cansinos Assens, Ramón Gómez de la Serna, Vicente Huidobro, Pablo Neruda o su cuñado Jorge Luis Borges (cuya hermana, la pintora Norah Borges, se casó con Guillermo de Torre). Luego vino el ninguneo de José Ortega y Gasset, que en el mismo año que él publicaba sus Literaturas europeas de vanguardia dio a luz la difusa Deshumanización del arte, y no estaba muy dispuesto a reconocerle los débitos de la información de primera mano que Torre le había proporcionado en las tertulias de la Revista de Occidente. Pero la zapa sistemática la llevó a cabo -como no- la socorrida «Generación del 27», que no se andaba con chiquitas a la hora de borrar del mapa cualquier vestigio que no se atuviera a su bien trazado plan promocional. Primero fue Gerardo Diego y su infausta antología (aunque tampoco Federico de Onís, Domenchina y Souvirón estuvieron mucho más obsequiosos). Y, luego, la necesidad de negar todo impulso innovador que no procediera de la famosa pandilla gongorina, instalada como un quiste en los manuales de literatura española, hasta impedir cualquier panorama creíble de nuestro proceso vanguardista hecho desde sus supuestos. Este es el valor inestimable de Literaturas europeas de vanguardia: el de la restitución de aquellos ismos, istmos y seísmos. Tal cual. En el fragor de la batalla. Sin mangoneos. Un joven de veinticinco años inventariando los otros veinticinco del siglo XX. Con los cráteres aún en erupción o, como mínimo, aún humeantes.

   Su recuperación se la debemos a José Luis Calvo Carilla, profesor de la Universidad de Zaragoza. Si su prólogo -que ocupa cerca de un centenar de páginas- resulta tan impagable como bien escrito, sus notas no lo son menos. Extremadamente laboriosas y concienzudas, corrigiendo aquí, matizando allá, nos devuelven una pieza imprescindible para entender la génesis de nuestra modernidad estética.

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