Gerión, núm. 30, 2012

Por Domingo Plácido Suárez.
    La conjunción entre el medievalismo de Barbero y el clasicismo de Vigil ha permitido que, en los inicios del último tercio del siglo XX, naciera una nueva interpretación de los procesos de transición de la Antigüedad a la Edad Media. Eran los tiempos en que el tema de las transiciones atraía la atención de los historiadores especialistas en cualquier período, cuando se veían con optimismo las posibilidades de una nueva transición en que se sustituyera el sistema capitalista.
   En el prólogo de este libro, J. Faci hace un análisis historiográfico de la obra de conjunto de Barbero y Vigil, en su ambiente histórico y en su proyección posterior. Fija su atención en la revisión del concepto de Reconquista, lo que se une al de Romanización por parte de Vigil. Ambos resultan conceptos elaborados para legitimar un proceso expansivo, del reino astur o de Roma.
   En el libro se plantean varios problemas, como el del limes, que, reducido por J. Arce –en El último siglo de la España romana: 284-409, Madrid, Alianza Editorial, 1982– a una cuestión positivista, sigue siendo clave para comprender los diferentes grados de integración de las poblaciones de la Península en el mundo romano. El concepto de Romanización ha continuado como uno de los objetos fundamentales de estudio y discusión de la Historia Antigua de Hispania y de Roma en general, tratado y discutido por muchos historiadores. El paso dado por Barbero y Vigil significa la eliminación del concepto colonial que ensalza la capacidad civilizadora romana, para abrir las puertas a un protagonismo más marcado de las poblaciones locales. Éstas se convierten en protagonistas, aunque haya matices entre las formas de concebir el grado de difusión de las expresiones culturales de los dominantes. En la nueva realidad están presentes los rasgos propios de los pueblos prerromanos, no porque ellos adquirieran la cultura dominante de modo pacífico, sino como resultado de tensiones en las que intervienen la represión, la domesticación y las tensiones internas. En definitiva, se adelantaron a las tendencias de la historiografía postcolonial acentuadas en algunas líneas del postmodernismo.
   Uno de los problemas abordados por Barbero y Vigil es el de la Romanización del norte peninsular, debatido hoy de manera a veces radical, sobre todo debido a los trabajos arqueológicos posteriores. Sin duda, la posición de los autores puede dar una impresión radical, debida sobre todo al momento preciso de su enunciado. J. Faci pone de relieve que ha habido una revisión de la idea de primitivismo que puede deducirse de las afirmaciones contenidas en la obra. Sin embargo, no han perdido valor los aspectos relacionados con la corrección de la idea tradicional de la Romanización. Más bien constituyen un punto de apoyo para una concepción más concorde con las perspectivas que se van imponiendo en la actualidad. Los pueblos prerromanos conservan en parte su personalidad, bien que en situación de explotados, con los matices necesarios para comprender la historia colectiva en una sociedad de clases. El modelo tradicional de romanización se ha agotado, como dice J. Faci, pero la obra de Barbero y Vigil no se devalúa, por ello, sino que se erige en un paso claro para que tal proceso se haya producido.
   Destaca la importancia de la aproximación antropológica que conduce al planteamiento de la sociedad gentilicia. Surgen críticas en el País Vasco, que se explican más bien en las diferentes adaptaciones a la marcha de los conocimientos. La crítica se ha referido con frecuencia a la indudable importancia de la gens o el γένος, cuando el problema se habría aclarado con las precisiones y adaptaciones necesarias, según se producía la marcha de la investigación. Por una parte, ya Faci da una explicación meridiana de la virulenta reacción de la historiografía tradicional. Por otra, hemos asistido a una revitalización del protagonismo de la sociedad gentilicia por parte de C. Wickham.
   Faci declara que, a pesar de que ciertos aspectos estén sometidos a controversia, es posible hacer un balance muy positivo de la producción en Barbero y Vigil vista desde la actualidad, 2012. Se ha erigido en punto de partida ineludible para actitudes contrapuestas. Por un lado, procedió a la necesaria revisión del nacionalismo de Albornoz, basada en una lectura crítica de los textos astures. Por otra, introduce una nueva visión de la “Reconquista” en la historiografía en general. Además, lo autores introducen una mayor profundidad cuando ven el cambio de contenido del término seruus como modo de explicar la transición. En este sentido, Faci hace un recorrido por las repercusiones de la obra y admite el carácter discutible contenido en muchas argumentaciones, pero al mismo tiempo hace constar que, desde luego, la discusión es positiva, pero la descalificación practicada por algunos sólo sirve para descalificar a quienes la practican. Los cambios producidos en las interpretaciones derivan sobre todo del conocimiento de los datos arqueológicos, pero no hay que considerarlos válidos para invalidar complejas interpretaciones de la realidad ni para erigir como alternativa una lectura más simplista. Destaca la importancia de la comunidad campesina en la formación de los estados (p. LV), como se ha hecho en la historia de otras sociedades en formación. Asimismo, pone de relieve la importancia de las situaciones sociales “en transición” (p. LVI). El problema que informa todo el proceso es el de la coexistencia de la romanización con las comunidades arcaicas.
   La obra de Barbero y Vigil presentada consiste en la recopilación de artículos conjuntos “Sobre los orígenes sociales de la Reconquista”, con la intervención de visigodos, cántabros y vascones. La intención de la nueva publicación busca la adecuación a un público más amplio por parte del editor.
   El resultado es la historia de los pueblos que habitaban los lugares en que se origina la Reconquista. No sólo incluye la crisis de la dominación romana y visigoda. Está representado también el problema del limes: que hubiera presencia romana tendente a la estabilidad no impide notar que existieran conflictos relacionados con su presencia entre las poblaciones prerromanas. El poder se ejerce por medio de una combinación entre represión e integración. Las fuentes permiten hacerse una idea del grado de diferenciación cultural dentro de territorio imperial, cuestión de la que era consciente el mismo Augusto al diferenciar los tipos de provincias dentro del sistema, senatoriales e imperiales. Estrabón, en la conclusión de su obra, XVII 3, 25, al referirse a la división de las provincias en senatoriales e imperiales por parte de Augusto, define éstas de un modo similar al de las tierras del noroeste, a partir de la generalidad de que se trata del territorio de las poblaciones marginales: «Ésta es la (tierra) bárbara y la cercana a los pueblos todavía no sometidos o dura y difícil de cultivar, de modo que por su carencia de lo demás y por la abundancia de las escarpaduras resisten y no obedecen».
   Son las provincias non pacatae, como la Hispania Citerior en que están incluidos los territorios del noroeste, las que se hallan en los límites, en los πείρατα, las regiones que lindan con lo desconocido. Uno de los problemas debatidos es el del grado de conservación o transformación de las estructuras prerromanas y, sobre todos, el de qué profundidad han tenido los evidentes cambios producidos, a qué aspectos de la sociedad han afectado y cuáles pueden considerarse herencia prerromana. La obra de Barbero y Vigil parece inclinarse a aceptar un fuerte grado de primitivismo, pero sus contradictores tienden en muchos casos a admitir un grado de romanización improbable, sobre bases muy débiles. La situación de los cántabros sigue mostrando rasgos específicos en época visigoda. Las campañas contra los vascones eran todavía necesarias en época de Recaredo. Y así continúan hasta principios del siglo VIII, e incluso hasta época musulmana. Que existiera o no una línea institucionalizada como limes en el frente, a pesar del protagonismo que le atribuyen los autores, no altera en definitiva el fondo de sus interpretaciones sobre las circunstancias históricas de los pueblos del norte en épocas romana y visigoda. La obra ofrece una nueva visión entonces indudablemente revolucionaria y, sobre ella, es posible y necesario proceder a nuevas investigaciones, pero no regresar a los planteamientos previos. Está muy claro que admiten que las sociedades han evolucionado bajo el dominio romano (p. 23) y no han permanecido intactas ante la intervención imperialista. Los hechos referidos al norte peninsular aparecen contextualizados en la crisis del Imperio, en sus aspectos económicos y culturales, en las transformaciones del sistema de explotación y en los modos de asentamiento del poder eclesiástico. Los autores tratan por este camino de comprender dentro de un proceso histórico unitario los enfrentamientos de los pueblos del norte con romanos, visigodos y árabes.
   Tales son igualmente los presupuestos que sustentan los restantes trabajos, como el referido a la feudalización del reino visigodo, entre la herencia romana y la propia de los visigodos, en la relación dinámica entre ambas entidades a lo largo de los siglos. Resulta especialmente digna de destacar la herencia de los problemas del Imperio romano en su período final, por lo que el estudio puede servir de paradigma para el de la transición entre el mundo antiguo y el medieval. La interpretación se basa en el análisis de los datos militares y fiscales, principalmente. La relación entre ambos factores se hace evidente en el estudio concreto de la situación de las cecas y las dependencias militares.
   El capítulo sobre las transformaciones sociales de los cántabros presenta como objetivo la explicación del nacimiento del reino astur y de los orígenes de la Reconquista. Aunque parezca paradójico, el reino astur se forma en el territorio de los cántabros, pero es que las denominaciones se alteran con frecuencia. El punto de partida de la argumentación se halla en la específica organización de unos pueblos situados entre el primitivismo y la romanización. Fundamental es el estudio e interpretación de las inscripciones vadinienses, testimonios de una situación peculiar en el proceso de romanización. La comunidad fue agrupada por los romanos como ciuitas, proceso que se ha revelado muy productivo en los estudios recientes sobre dicho fenómeno histórico. Estaban oficialmente integrados. Ahora bien, de los aspectos que en cierto modo han quedado obsoletos en el estudio puede destacarse el uso de cierta terminología, como el del término “tribu” para referirse a determinadas entidades étnicas, como la de los mismos vadinienses. Algunos datos concretos también han sido rectificados por la crítica, como la datación de la inscripción de Pico Dobra, de Ongayo, pero no afecta al fondo de las argumentaciones más que muy marginalmente. Al margen de algunos detalles, por tanto, destaca la coherencia con que se explican los orígenes del reino astur, con la inclusión de la especificidad del proceso de cristianización, entre la romanización y los cultos prerromanos.
   La sucesión al trono visigodo se inserta dentro de la evolución general social de reino, en un proceso paralelo al de la integración de las aristocracias. El sistema se identifica con la composición de las clases dominantes, laica y eclesiástica, y se va adecuando a las condiciones históricas.
   Como la mayoría de las realizadas hasta ahora por esta editorial, la publicación de la obra de Barbero y Vigil significa la posibilidad de revisar y contemplar con mirada actualizada una obra que en su momento significó un avance notable en el conocimiento tanto como en el enfoque de los problemas historiográficos tratados.

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