Gerión, núm. 23/2, 2005

Por Domingo Plácido.

    En su proyecto de recuperar la obra historiográfica de los maestros españoles de la época contemporánea, la editorial Urgoiti ha encargado a Antonio Duplá la edición este conjunto de artículos del profesor Santiago Montero Díaz, que ya se había editado conjuntamente en 1948 por el Instituto de Estudios Políticos, en Madrid. En la obra del autor, aspecto puesto de relieve en la Introducción del editor, se destaca el carácter universalista, la aspiración a la totalidad, tanto cronológica como temática. La carrera académica de Montero Díaz pasa por la Historia Medieval, la Paleografía, la Historia de la Filosofía. En el plano profesional, fue además de Catedrático de Universidad, miembro del cuerpo de Archiveros. Todo ello tuvo lugar antes de ser Catedrático de Historia Universal de la Edad Antigua, título que lo define seguramente más que nada por el adjetivo Universal. El resultado se manifiesta en una intensa dedicación a la Filosofía de la Historia, siempre con base analítica positivista, materializada en una gran erudición siempre integrada en el plano teórico.

    La actual reedición permite una lectura científica gracias a la contextualización histórica llevada a cabo por Duplá. Éste pone de relieve cómo su enorme influencia en los estudiantes de una época difícil para el análisis histórico se hizo posible gracias a la intensa dedicación docente en relación directa con sus planteamientos teóricos que afectaban también al campo de la docencia. La función de las clases en la labor de Montero Díaz es inseparable de la función desempeñada en las publicaciones. Tales afirmaciones son seguramente de las más acertadas de la introducción. Para Duplá, sin embargo, p. XVIII n. 22, no está clara la adscripción ideológica de Montero en un momento determinado. Ésa creo yo que es precisamente la característica principal de las relaciones de Montero con su época. En la p. XXVI Duplá trata de buscar coherencia en la aparente contradicción, pero yo creo que la coherencia está en la misma contradicción, en una época en que el esfuerzo por la comprensión de las relaciones humanas sólo podía desembocar en la asunción de las contradicciones, en la vida intelectual y en la vida personal. Ésta era la única derivación posible de una auténtica sensibilidad histórica. “Complejidad y riqueza”, son los términos que utiliza luego Duplá, lo que sin duda responde mejor a los reflejos intelectuales que la difícil realidad produjo en su espíritu.

    La preocupación de Montero por la metodología, otra de las características constantes en su labor docente, aparece siempre vinculada a la Filosofía de la Historia. Ello permite su inclusión en las corrientes de la época de entreguerras, donde predomina la tendencia a buscar el protagonismo de las personalidades y a tratar de comprender el fenómeno de los Imperialismos, siempre en relación con la universalidad como objetivo. Una característica destacada de su concepción de la Universalidad se encuentra en que incluye el Extremo Oriente. Como historiador que vive la historia, presente y pasada, no podía dejar de estar presente el estado mundial como realidad y como concepto y, en íntima vinculación con ello, el problema del poder personal. Para Duplá, la postura de Montero se entiende mejor en la tradición de entreguerras que en la época de la derrota de los estados fascistas. Ahí es donde hay que buscar muchos de los aspectos propios de la cultura española de la época.

    La contextualizacion presentada por Duplá es desde luego imprescindible para comprender en la actualidad la obra de Montero, pero también lo es su lectura en busca de sus adquisiciones permanentes, su vigencia dentro de su historicidad.

    Montero comprendió el significado trascendental del siglo VII, como han visto los autores de la reciente recuperación del arcaísmo, que él centra en el desarrollo de la conciencia étnica, tema igualmente de enorme actualidad. También atiende, sin embargo, a las transformaciones sociales y económicas relacionadas con la moneda y con la difusión de la esclavitud como sistema de explotación. Se insertan aquí las relaciones con la democracia a inicios del siglo VI, con un fuerte protagonismo del factor religioso en la unificación del mundo griego, sobre todo del Dionisismo(1) y de las corrientes que creen en la inmortalidad, pero en una relación muy estrecha con el régimen de los tiranos. La Polis aparece como el eje de los conflicto entre el individuo y la sociedad. Montero se define contra la tendencia a ver en el pasado el reflejo del presente en cuestiones como la democracia, en lo que sigue las indicaciones de Fustel de Coulanges, autor que estaba muy presente en sus concepciones sobre el desarrollo del arcaísmo.

    La crisis de la polis fue el escenario de la actuación de los nuevos políticos, los que mucho más tarde serían el objeto de la obra de Connor, sobre todo de Alcibíades y Lisandro. Montero percibe aquí formas de divinización previas a la promovida por Alejandro, que aparece así como producto de un proceso histórico de profunda raigambre en la sociedad griega, por muy “grande” que fuera. El individualismo está presente también en la obra de Tucídides y en el arte de la época. Torelli ha estudiado más tarde las vinculaciones con el desarrollo del género del retrato. La organización del saber individual en la sofística y en el socratismo muestra que se trata de fenómenos sociales coincidentes, aunque antagónicos. Las escuelas filosóficas posteriores reflejan la estructura del estado helenístico en un esfuerzo por coordinar la historia política y la historia intelectual. Caliclés, el protagonista de uno de los artículos, se define como un fenómeno paralelo al de Alejandro y al de Anaxarco, defensor de la teoría de que el rey está por encima de la ley, de tanta trascendencia en los debates del Imperio romano, por lo que aparecerá citado por Arriano. Está clara la contraposición con el modelo estoico de la realeza (p. 22). Junto a ello, también se desarrolla, de modo paralelo aunque también contradictorio, individualismo revolucionario, representado por figuras como la de Aristónico. El individualismo abstencionismo de Carnéades completa el panorama de la época, entendida en su totalidad a través de los individuos y de la explicación histórica de su existencia. Por ello, el resultado que hoy se puede leer es una interesante síntesis de historia total, al margen de la valoración del individualismo y la proyección presentista.

     Filipo V se constituye en un ejemplo de las aspiraciones al imperio universal, coincidente con las aspiraciones de Aníbal y con el afán hegemónico de Roma. Montero sin embargo hace constar la división de opiniones en Roma ante la guerra, reflejo de una penetración más allá de la entidades estatales (p. 39). La libertad griega cae ante Roma y por ello la exaltación prorromana de Polibio debe ser matizada con los episodios de Numancia, Corinto, etc. (p. 54).

    El estoicismo es también un efecto del universalismo de Alejandro, que corre paralelo con el desarrollo de la koiné y de las teorías sobre la unidad del género humano. Un ejemplo de los intentos del autor por conjugar en una explicación los diferentes aspectos de la realidad. Aquí se insertan también los movimientos revolucionarios como los de Agis y Cleómenes. El desarrollo de la historiografía helenística se explica como un resultado de los estudios que explican simultáneamente al historiador y su época. La Necesidad aparece como causa (p. 72), dadas las condiciones reales de la libertad en ese período. Concluye con una aproximación al desarrollo de la historiografía grecorromana, enmarcada siempre en el ambiente cultural. El ciclo se cierre con Arriano que vuelve de nuevo a Alejandro, para desembocar en un nuevo Universalismo, esta vez de inspiración cristiana, en la obra de Agustín.

    El estudio de la Octavia como obra senequista constituye un ejemplo de la conjunción entre Historia y tragedia. Su interés se centra en que manifiesta el enfrentamiento de diferentes concepciones del estado (p. 93). En la visión de la Historia contenida aquí está presente la concepción cíclica de Séneca.

    Moderato es el representante de una época de crisis, que se manifiesta en las tendencias a la aproximación entre religión y filosofía. Una de sus manifestaciones es el Neopitagorismo, encuadrado en el Neoplatonismo. Montero lo define como un pensamiento transicional hacia la Edad Media.

    Trajano se define como héroe, pero no épico ni trágico, sino histórico. Se presenta como ejemplo del llamado senequismo español. Como heredero de la tradición romana en sus mismas renovaciones, se justifica la gran fama de Trajano, que fue así punto culminante del cesarismo.

    El libro aquí presentado tiene la virtud de dar a conocer en los momentos actuales las condiciones de historiografía de otra época, reciente y lejana al mismo tiempo, dramática por muchos conceptos, en la que la labor docente e investigadora de Montero Díaz desempeñó un papel insólito, sobre todo por su capacidad para estimular los espíritus juveniles hacia un visión de la Historia, muy inserta en su época sin duda, pero con una gran potencialidad para derivar hacia una profundización siempre marcada por la confluencia de erudición y teoría. La introducción de Duplá permite a muchos lectores, alejados en el tiempo, una comprensión más certera de los significados de su personalidad académica.

(1) Duplá, tal vez por las características de la obra que se reedita, no atiende mucho a la faceta de Montero Díaz como promotor de los estudios de Historia de las Religiones.

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