Espacio, Tiempo y Forma. Historia medieval, 32, 2019

Por PAULINA LÓPEZ PITA (UNED)

 

La importancia de la reedición de esta importante y clásica obra de José María Lacarra sobre la figura del rey Alfonso el Batallador radica, de manera primordial, en el estudio preliminar que ha realizado el profesor titular de Historia Medieval de la Universidad Autónoma de Madrid, Fermín Miranda, doctor por la Universidad de Navarra, y anteriormente profesor de la Universidad Pública de Navarra y profesor-tutor de la UNED en el Centro Asociado de Tudela.

El profesor Fermín Miranda ha realizado una excelente semblanza del profesor José María Lacarra, quien en su oficio de historiador contribuyó a la renovación de la historia de Navarra y Aragón.

El nacimiento de este ilustre historiador en Estella, en el seno de una familia navarra (1907), pudo determinar, sin duda, la elección del tema primordial de sus investigaciones históricas, después de haber obtenido el Premio extraordinario de licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid.

Durante ese tiempo tuvo la suerte de entrar en contacto con los historiadores más prestigiosos del momento, como eran, entre otros, Manuel Gómez Moreno, Agustín Millares Carlo o Claudio Sánchez Albornoz, quien le dirigió la tesis doctoral, titulada Contribución al estudio de los fueros municipales navarros y de sus familias, tema que abordó con suma maestría debido a su licenciatura también en Derecho. Su importante investigación fue elogiada por Marc Bloch al darse a conocer en el Anuario de Historia del Derecho Español, poco tiempo después. Todo ello contribuyó a que Jaime Vicens Vives le reconociese como «la mayor autoridad en la materia».

José María Lacarra defendió el método científico en la investigación histórica, como bien queda reflejado en la obra que nos ocupa sobre Alfonso el Batallador. Pues para él, el historiador debe alejarse de leyendas y mitos, debiendo construir su propio «método de trabajo»; es decir, como expresa Fermín Miranda, el «oficio» de historiador exige una formación adecuada de quien lo ejerce, anticipándose a lo que años más tarde publicaría Marc Bloch con el título: Apología para la historia o el oficio de historiador.

Con este fin, creyó conveniente la creación de un Centro de Estudios Históricos de Navarra, en el que sus integrantes se formasen en un «método de trabajo» para llegar a conocer de manera objetiva la realidad histórica, lejos de mitos y leyendas en los que, a su parecer, había estado inmersa en buena medida hasta ese momento la narración de la Historia. No obstante, esta idea no fue bien vista por muchos de sus contemporáneos.

Su trabajo como funcionario en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, asignado a la sección de Órdenes Militares, le permitió ampliar sus conocimientos y su formación; además, su condición de funcionario no le impidió viajar a París para seguir ampliando sus estudios y abrir nuevos proyectos.

En 1934 se incorporó como profesor auxiliar a la Universidad de Madrid para sustituir a Claudio Sánchez Albornoz, metido de lleno en sus actividades políticas. La guerra civil le sorprendió en esta ciudad, lejos de su familia, lo que hizo compleja y difícil su situación. A esta fase de su vida dedica una atención especial Fermín Miranda en su estudio preliminar.

A partir de noviembre de 1940 encontramos a José María Lacarra vinculado a la Universidad de Zaragoza como catedrático de Historia de España (Edad Media), y en ella permaneció de forma ininterrumpida hasta su jubilación en 1977.

En los años cincuenta compaginó su labor docente como catedrático de universidad con el trabajo como archivero; a estos efectos, solicitó su reingreso en el cuerpo de Archiveros, desempeñando la dirección del Archivo Histórico Provincial de Zaragoza.

Su docencia no estuvo reñida con el desempeño de diversos cargos de gestión en la Universidad, y colaboró activamente en la implantación de nuevos planes de estudio, en los que se daba cabida a clases prácticas y a asignaturas optativas, alejándose así de las materias generalistas imperantes hasta aquellos momentos.

En los años cuarenta tuvo una participación destacada en los proyectos para dar un impulso importante a los estudios históricos en Navarra y Aragón, que se materializan en la creación en 1940 de la Institución Príncipe de Viana, de la que José María Lacarra fue su secretario, y en la puesta en marcha un año después del Centro de Estudios Medievales de Aragón, en cuyo seno nació la revista Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón (1945), publicación que se convirtió en el principal medio de difusión a través del que se dio a conocer buena parte de las investigaciones realizadas en el ámbito navarroaragonés, que conocieron un notable impulso, pues hasta entonces estos estudios habían estado relegados en beneficio de los centrados en la historia de León y Castilla.

La publicación de numerosos documentos inéditos en los sucesivos números de esta importante revista dio lugar no sólo a la elaboración de varias tesis doctorales sobre la conformación social y política de Aragón y Navarra en época medieval, dirigidas muchas de ellas por José María Lacarra, sino también a la publicación en 1971 por él mismo de un estudio biográfico sobre Alfonso el Batallador, cuya reedición, a cargo de Fermín Miranda, es objeto de esta reseña.

La divulgación de sus conocimientos no la ciñó el profesor Lacarra únicamente a su docencia universitaria, sino que la desarrolló también ampliamente a través de cursos universitarios de verano, como las muy reconocidas y prestigiosas Semanas de Estudios Medievales organizadas anualmente, desde 1963, en Estella, su ciudad natal, o mediante su intervención en numerosos congresos y reuniones científicas locales. Pero, además, José María Lacarra puso todo su empeño, y no escatimó ningún esfuerzo, en participar en coloquios y seminarios organizados en el extranjero, principalmente en Francia e Italia, junto a los más destacados medievalistas del momento.

Fermín Miranda se detiene en hacer una breve pero muy clarificadora y significativa mención a la amplia producción bibliográfica de José María Lacarra durante los veinticinco años que denomina de «madurez», y de la que forma parte una abundante edición de fuentes históricas. Asimismo recuerda a muchos de los medievalistas que desde Antonio Ubieto Arteta, su primer alumno de doctorado que leyó su tesis en Madrid, hasta los que todavía hoy desempeñan la docencia, se formaron bajo la dirección del profesor Lacarra; muchos de ellos han dejado recuerdos, semblanzas y estudios sobre su Maestro, que Fermín Miranda recoge en numerosas notas a pie de página en este estudio.

Sus grandes méritos y la relevancia de su producción científica le hicieron merecedor de su ingreso en 1970 en la Real Academia de la Historia, como miembro de número, cubriendo uno de los sillones destinados a los historiadores de la Corona de Aragón, por fallecimiento de Ramón d’Abadal i Vinyals. Su deseo de aunar en sus investigaciones los espacios geográficos de Navarra y Aragón quedó reflejado en su discurso de ingreso en la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis (Zaragoza), titulado La expedición de Carlomagno a Zaragoza y su derrota en Roncesvalles.

La calidad e importancia de su trabajo como historiador fue reconocida y valorada por diversas universidades españolas, como la Facultad de Derecho de la Universidad del País Vasco y las Facultades de Filosofía y Letras de las universidades de Zaragoza (1985) y de Navarra (1989); también recibió reconocimiento y distinciones fuera de nuestras fronteras, de lo que es una buena prueba su nombramiento como Doctor «Honoris Causa» por la Universidad de Toulouse en 1969, a propuesta del medievalista Philippe Wolff.

Una vez recordada la trayectoria personal y académica de José María Lacarra, el profesor Fermín Miranda dedica unas páginas a analizar el trabajo de investigación sobre la figura de Alfonso I el Batallador (1073-1134) que da nombre al libro, tomando como referencia la publicación que en el año 1978 llevó a cabo la editorial Guara (Zaragoza).

El interés por el estudio de este monarca navarro-aragonés , como ya hemos mencionado, se puso de manifiesto desde el mismo momento en que José María Lacarra finalizó su licenciatura; y sobre él versó la lección inaugural del solemne acto de apertura del curso académico 1948 en la Universidad de Zaragoza.

La figura de Alfonso I ofrecía un atractivo especial ya desde sus primeros años de vida, por cuanto, al no ser el hijo primogénito, fue educado en diferentes cenobios, pues no se preveía su llegada al trono, que correspondía a su hermanastro Pedro; también resultaba atractivo el estudio de su reinado por el éxito de sus empresas militares, especialmente frente a los musulmanes, que le permitieron ampliar considerablemente sus dominios, de manera especial después de la toma de Zaragoza, por lo que pasó a la historia con el sobrenombre de «el Batallador»; asimismo era de gran interés el estudio de su matrimonio con Urraca I de León, que le permitió gobernar sobre León, Castilla y Toledo; y más aún, si cabe, todo lo relativo a los problemas suscitados a su muerte (1134) por su controvertido testamento, al dejar su reino en herencia a las Órdenes Militares, al no tener descendencia con su esposa Urraca I, matrimonio que, además, fue anulado por el parentesco entre ambos cónyuges.

Pese a que la edición de este libro se sustenta en la hecha por José María Lacarra en la Editorial Guara de Zaragoza (1978), se han incluido algunas notas aclaratorias del editor, alguna glosa sobre fuentes utilizadas por el autor, y una relación de siglas y abreviaturas. Asimismo se han incorporado una bibliografía actualizada y un índice onomástico, del que carecía la edición original, y que resulta muy útil para el investigador.

Por todo ello esta publicación, cuando se cumplen 48 años desde que fue editada por primera vez por la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y La Rioja (1971), reviste un enorme interés y es de gran valor para todos cuantos deseen leer por vez primera o releer la biografía del rey Alfonso I el Batallador. Y de manera especial por la magnífica síntesis que Fermín Miranda-García realiza sobre el proceso de formación y la trayectoria profesional de su autor, «Maestro de historiadores» en palabras de Ángel Martín Duque, el insigne medievalista José María Lacarra.

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