Desperta ferro. Arqueología e Historia, núm. 18

La historia se construye no solo mediante los actos de aquellos que la vivieron. También su desarrollo viene condicionado  por todo lo que interpretamos sobre ella. En dicho sentido, la historiografía es una disciplina no solo necesaria sino imprescindible  par poder comprender cómo las ideas van enraizando en nuestra mente. La investigación de pioneros como Lluís Pericot (1899-1978) ofrece una perfecta muestra de la forma en la que las hipótesis históricas se adaptan a las circunstancias en las que viven los propios historiadores. Desde luego, nadie mejor que el profesor Gracia, metódico y disciplinado como pocos, para acometer un trabajo de esta índole y descubrirnos con todo detalle los entresijos de este «prehistoriador entre dos épocas». El propio subtítulo de la obra al que acabamos de aludir nos cuenta ya de antemano cuál es el factor clave de la ida del gerundense. Como de costumbre, todo cambia con la guerra civil, en este caso a partir del exilio de su maestro y amigo Pere Bosch Gimpera y de su propia permanencia en la Universidad de Barcelona.

Las líneas de esta obra dibujan un personaje honesto, alejado en la medida de lo posible de las vanidades habituales en los investigadores y académicos aunque inevitablemente metido de lleno en las luchas intestinas frecuentes en la comunidad científica, ya fueran estas incentivadas por razones personales o políticas. Pericot no podrá rehuir las ideas del nacionalismo español propias del régimen, e incluso llegará a remontar la génesis de los españoles a la prehistoria y a negar la colonización fenicia (léase semítica) de la Península. Pese a ello, se mire por donde se mire, llegó a demostrar sobradamente su valía como prehistoriador no sólo en España sino en toda Europa e incluso más allá, y al mismo tiempo contribuyó con fuerza a romper el aislacionismo científico español gracias precisamente a ese reconocimiento internacional. Un logro de lo más destacable para tratarse de un investigador formado en una época en la que algunos de sus profesores eran todavía creacionistas… Es cierto que los libros de historiografía no son obras de entretenimiento, pero si están escritos con maestría, como es el caso, consiguen que el lector se sumerja de lleno en la historia. En esas historia de los historiadores y en la propia historia, tal como estos la pensaron.

 

GUSTAVO GARCÍA JIMÉNEZ

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