Clarín. Revista de nueva literatura, núm. 131, 2017

El huésped incómodo

Por: Manuel Alberca

Es posible que Pío Baroja (como tantos españoles) tuviese, ya antes de 1936, oscuros presentimientos de lo que se avecinaba, pero tal vez no imaginase el giro que iba a cambiar su destino personal. En la noche del 19 de julio de aquel año, con 64 de edad, corrió peligro cierto de ser fusilado en Navarra por los requetés. Con aquel incidente cualquier previsión de disfrutar una vejez tranquila y rutinaria libre de preocupaciones, se fue al traste. Los que serían los últimos años de su vida estuvieron marcados por este suceso, que le infundió un lógico y comprensible pánico. Todo junto, el incidente, la guerra y su desenlace le obligó a tener que publicar a destajo para sortear la miseria económica de él y su familia, y a mostrar adhesión política a una causa que no era exactamente la suya. Hoy todo esto es conocido, pero Luis S. Granjel fue el primero en poner de relieve este período de la vida del escritor en El último Baroja, la obra que ahora se reedita. El responsable de esta oportuna y justificada reedición es Francisco Fuster, especialista en la vida de Baroja, que prosigue aquí su meritoria labor de historiar los recovecos de la Edad de Plata, y de paso homenajea la figura de Granjel, que fuera historiador de la medicina y de la literatura española, con algunas otras notables biografías sobre escritores como la que dedicó a Ramón.

Aunque en los últimos 25 años ha sido muy abundante la bibliografía y documentación que se ha publicado sobre Baroja, hay que reconocer que la biografía de Granjel ha resistido bien el paso del tiempo. Siguen siendo valiosas y tienen vigencia las aportaciones al conocimiento del papel político jugado por Baroja en la guerra civil y en la posguerra, así como la relación de las últimas obras con este contexto. De estas, concluye Granjel, que su valor literario es mucho menor que el documental y biográfico, porque permiten conocer las alternativas vitales del autor, que se esconde tras las transparentes y sucesivas máscaras de ficción con las que el autor se introduce en sus relatos. Pero sin duda, lo mejor de El último Baroja es el análisis de sus posiciones políticas en la guerra y después, así como la relación con el Baroja de los años que preceden al conflicto.

Granjel, cuya pasión por el escritor donostiarra es incuestionable, no deja de señalar las concesiones que el anciano escritor tuvo que hacer al régimen de Franco para salvaguardar su existencia y la de los suyos. Don Pío, a quien podríamos definir en el terreno político, con algún riesgo de simplificar, como escéptico, independiente y aristocrático (en el sentido platónico), tuvo que claudicar y consentir con los sublevados. Explicó su opción con meridiana claridad: «La República ha demostrado lo que muchos hemos creído: que el parlamentarismo no es fecundo (…) A su lado la Dictadura puede ser una salvación. Con un tirano quizá se puede vivir y discernir; con cien mil, imposible» (Ayer y hoy). Por esta razón, dice Granjel, en aquella situación bélica eligió a los que le proporcionaban seguridad. Sin embargo, los sublevados le seguirían viendo como un irreductible liberal y anticlerical; incluso le considerarían un izquierdista, erróneamente por supuesto.

Baroja supo mantener en los años de posguerra un difícil equilibrio. No se casó con ningún bando. De una parte sufrió la censura y el vacío institucional a su obra sin perder la dignidad., Pero no legitimó tampoco los totalitarismos de izquierda. Como le definiera su sobrino Julio Caro, Baroja fue «un huésped incómodo y tolerado del Régimen». En la época oscura de la posguerra fue un símbolo y una referencia para los que no tenían nada que esperar de aquel Régimen ni de ningún otro.

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