Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, 70/1, 2018

 Por Leoncio López-Ocón (CSIC)

      Durante treinta y seis años, hasta que se jubiló en 1986, Luis Sánchez Granjel (1920-2014) ocupó la cátedra de Historia de la Medicina de la Universidad de Salamanca. Desde ella, la segunda que se estableció en las universidades españolas tras la obtenida por su maestro Pedro Laín Entralgo en la Universidad Central de Madrid en 1942, efectuó una encomiable y fundamental tarea para expandir el conocimiento del desenvolvimiento de los saberes médicos en diversas fases históricas de las sociedades hispanas, desde la época del Renacimiento hasta el siglo XX. Y así, nada más obtener su cátedra, fundó en 1955 un Seminario de Historia de la Medicina Española, germen del Instituto que se creó en 1969. Consolidado el seminario, Sánchez Granjel impulsó la publicación de Cuadernos de Historia de la Medicina Española, cuya existencia transcurrió entre 1962 y 1975. Entre 1978 y 1986, en la etapa final de su trayectoria académica, publicó los cinco volúmenes de su Historia general de la Medicina Española, de obligada consulta para cualquier historiador.

      Evidentemente el profesor Sánchez Granjel es bien conocido por los lectores de Asclepio, publicación complementaria de sus Cuadernos de Historia de la Medicina Española. En el repertorio bibliográfico que recoge su amplia producción intelectual, elaborado por su hijo Gerardo Sánchez-Granjel Santander y accesible en el repositorio digital de la Universidad del País Vasco, consta la fructífera colaboración de Sánchez Granjel con esta revista en la que publicó varios de sus artículos científicos como los dedicados a la legislación sanitaria española del siglo XIX, a la vida y obra del médico Juan Sorapán de Rieros (1572-1638), y a Pedro Laín Entralgo como escritor, entre otros.

      Este último trabajo revela otra pasión de Sánchez Granjel: la historia de la literatura, a la que dedicó también mucho tiempo y esfuerzos hasta el punto de que se convirtió en un destacado especialista de la generación de 1898 en general, y de Pío Baroja (1872-1956) en particular, en cuya vida debió de ver mu­chos paralelismos con la suya. Ambos eran vascos, los dos eran médicos con una atracción irresistible por la escritura, y tanto el uno como el otro sentían una gran fascinación por sumergirse en las profundidades de tiempos pretéritos y ejercer de historiadores. Así pues Sánchez Granjel dedicó a la trayectoria intelectual y producción cultural de quien es considerado uno de los grandes novelistas españoles contemporáneos diversos trabajos solventes, como su edición en 1980 de la tesis sobre el dolor que presentó un joven Baroja en 1896 para obtener su título de doctor ante un tribunal formado, entre otros, por Alejandro San Martín, Santiago Ramón y Cajal y José Gómez Ocaña, según evocara José Álvarez Sierra en las páginas de ABC el 27 de mayo de 1956.

        De la producción barojiana de Luis Sánchez Granjel los responsables de Urgoiti editores han escogido su libro El último Baroja para abrirle un sitio en su prestigiosa colección “Historiadores”. Sánchez Granjel se convierte así en el primer historiador de la medicina en ocupar ese lugar, codeándose con figuras de nuestra historiografía como Juan Pablo Forner, Fernando de Castro, Emilio Castelar, Fernando Garrido, Manuel Gómez-Moreno, Antoni Rovira Virgili, Antonio García y Bellido, Antonio Domínguez Ortiz, Abilio Barbero y Marcelo Vigil, Felipe Ruiz Martín, Francisco Tomás y Valiente y Manuel Tuñón de Lara, entre otros.

       A mi modo de ver han elegido, acertadamente, para hacerse cargo de la edición y del estudio preliminar a Francisco Fuster, uno de los jóvenes historiadores que mejor conoce la tarea de los escritores periodistas que cumplieron un relevante papel de guías culturales a lo largo de la primera mitad del siglo XX, como fue el caso de Pío Baroja. Así se vuelve a reproducir el juego de espejos. Sánchez Granjel sintió cuando era joven una fuerte atracción hacia la obra y personalidad de Baroja, como revela su cruce de cartas entre 1951 y 1954, de las que se reproducen cuatro del novelista vasco en esta cuidada edición, que se acompaña además con un utilísimo índice onomástico. Ahora es el joven Francisco Fuster, con crédito ya acumulado como historiador cultural, como revela su ensayo Baroja y España: un amor imposible (2014), quien se siente fascinado por los conocimientos barojianos de Sánchez Granjel y por haber sabido compaginar este investigador su doble vocación de historiador de la medicina y de historiador de la literatura mostrando capacidad para trascender los límites y encorseta­mientos de la “barbarie del especialismo”, según denunciase José Ortega y Gasset.

      La obra de Sánchez Granjel, que significó un punto de inflexión en el campo disciplinar que cultivó, plantea las tensiones e interacciones existentes entre historia, literatura y medicina. Estas relaciones y conexiones son abordadas desde una triple perspectiva por Francisco Fuster en el inteligente estudio preliminar con el que enriquece la edición de El último Baroja. En primer lugar establece Fuster una genealogía de las preocupaciones intelectuales de Sánchez Granjel, ubicándolas en la estela creada por Gregorio Marañón y Pedro Laín Entralgo, médicos historiadores e impulsores del cultivo de las “humanidades médicas” en el medio académico español. De Marañón valorará su técnica de la psicobiografía y su defensa de la colaboración entre diversas disciplinas, según explicase en su Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo en un denso texto oportunamente rescatado por Francisco Fuster (p. XVIII). Respecto a Laín Entralgo admirará su voluntad de estilo y su defensa de la biografía como objeto de estudio de singular importancia para los historiadores, pues según palabras del director de la tesis de Granjel “del mismo modo que la célula es la unidad elemental del ser viviente, la biografía es, en un plano ontológicamente superior, la unidad elemental de la Historia”.

       Analiza luego las circunstancias que favorecieron el deslizamiento de la historia de la medicina hacia la historia de la literatura por parte de Sánchez Granjel, explicadas por este mismo autor en testimonios autobiográficos, como en su libro de 1998 Una vida de historiador. Y muestra Fuster cómo el autor que nos presenta logró unir sus diferentes intereses intelectuales al plantear y demostrar la importancia que tenían las fuentes literarias para el conocimiento del ejercicio de la medicina a lo largo de su historia, introduciendo una perspectiva novedosa en la práctica de la historia de la medicina.

      Y finalmente ofrece una lectura contextualizada de El último Baroja, obra que Sánchez Granjel publicó en 1992, y donde reconstruye la peripecia vital de Baroja entre 1936 y 1940 y las difíciles relaciones con los dos bandos que se enfrentaron de manera cainita en la guerra de España de una persona desfondada que intentó preservar su neutralidad, imposible de sostener a la larga. Fuster contradice algunas consideraciones de Sánchez Granjel, como cuando este sostiene que la obra Ayer y hoy, publicada por Baroja en Chile en 1939, era una especie de continuación de Comunistas, judíos y demás ralea, una antología de sus comentarios antisemitas manipulada por la propaganda del bando franquista. Más bien Fuster sostiene que no existe ninguna relación entre las dos obras, mostrando el libro publicado en Santiago de Chile unas reflexiones sobre la guerra que en la España de Franco hubieran sido impublicables.

        Ese afán legítimo del crítico por poner los puntos sobre las íes a su autor hace posible que también quepa matizar alguna constatación de Fuster, como cuando al aludir al momento en el que Laín Entralgo obtuvo su cátedra en 1942 afirma que en España se carecía de tradición histórico-médica (p. XIX). Significa esta aseveración no tomar en consideración una sucesión de esfuerzos precedentes para sostener tal tradición, entre los que ocupa un lugar relevante la Historia de la medicina española de Antonio Hernández Morejón (1773-1836) y de Anastasio Chinchilla (1801-1867), elaborada en las décadas centrales del siglo XIX, o las contribuciones de Eduardo García del Real (1870-1947) en los años 1920 y durante la Segunda República. Y también convendría incluir en la amplia relación de médicos humanistas e historiadores de la medicina que se mencionan en la p. X a exiliados republicanos que realizaron contribuciones sustantivas fuera del medio académico español, pero influyentes en él, a la historia de la medicina española, como fue el caso de Germán Somolinos d’Ardois (1911-1973), responsable de una monumental edición de las obras completas de Francisco Hernández iniciada en 1960 por la Universidad Nacional Autónoma de México.

          Esta edición de El último Baroja muestra pues la pertinencia de la alianza entre literatura y medicina, avizorada y practicada por Sánchez Granjel, mucho antes de que Georges Rousseau en las páginas de la revista Isis en 1981 llamase la atención acerca de la potencialidad de la interacción de esas dos disciplinas para el campo científico de la historia de la medicina.

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