Archivo Español de Arqueología, núm. 78, 2005

Por Susana González Reyero.

Dentro del sin duda creciente interés que la Historia de la Arqueología ha logrado despertar en nuestro país se enmarcan iniciativas especialmente afortunadas. Entre ellas ocupa un lugar especial la colección Historiadores, editada por Urgoiti (Pamplona) y dirigida por Ignacio Peiró Martín. La colección Historiadores intenta ofrecer instrumentos útiles para el conocimiento de la Historia de la Historiografía española contemporánea. Se trata de ediciones no facsimilares sino críticas. Para ello, cada libro ofrece, en primer lugar, un estudio preliminar realizado por un especialista, una investigación específica sobre el autor y su obra, desde su biografía crítica, a la recepción y repercusiones de su trabajo. A continuación se reedita la obra objeto de estudio, junto a una bibliografía completa del investigador y un índice onomástico y de materias.

Gracias a esta iniciativa se han publicado en los últimos años varias obras clásicas de nuestra historiografía. Recensionamos, a continuación, dos de ellas, la Etnologia de la Península Ibèrica de P. Bosch Gimpera, a cargo de Jordi Cortadella Morral y la Arqueología española de J. R. Mélida Alinari, en la edición de M. Díaz-Andreu. Ambas obras contribuyen a incorporar valiosos instrumentos de análisis, son necesarias e importantes en el panorama de una Historia de la Arqueología española en el que aún queda mucho camino por recorrer.

* * *

En una visión de los grandes arqueólogos españoles del s. XX la figura de P. Bosch Gimpera ocupa, sin duda, un lugar privilegiado. Con una trayectoria amplia, sus numerosas obras y aportaciones han merecido estudios y acercamientos múltiples, aportando también nueva documentación en los últimos años (Gracia, Fullola, Vilanova, 2002). La reedición de una de sus obras más significativas, la Etnologia de la Península Ibèrica, se ha realizado con un amplio estudio preliminar de Jordi Cortadella Morral.

Con el título «Historia de un libro que se sostenía por sí mismo: la Etnologia de la Península Ibèrica de Pere Bosch Gimpera», J. Cortadella explica haber querido «buscar pautas de orientación que nos permitan comprender mejor su obra». Para ello ordena su estudio de forma «que el orden de las ideas se anteponga al orden cronológico de los hechos» (p. X). La consecuencia es una, creemos, acertada estructuración del estudio. En este sentido, dedica el primer apartado a analizar el impacto de la obra y su repercusión en la arqueología de la época y posterior. A continuación, examina las causas lejanas del libro, el catalanismo político y el Noucentisme, un contexto que conllevaría, con el tiempo, la obra de Bosch, culminación de la arqueología catalana del primer tercio del s. XX. En tercer lugar se analiza la causa inmediata del libro: el mecenazgo de Francesc Cambó y sus relaciones con Bosch Gimpera. El cuarto capítulo, está dedicado a un análisis detallado de P. Bosch Gimpera, de su formación, de sus actuaciones como arqueólogo y político en Cataluña y en los diferentes países en que transcurrió su exilio. En el quinto capítulo se examina la obra que se prologa, cada uno de los capítulos de la Etnologia. Tras el consiguiente epílogo se abre una amplia bibliografía ordenada temáticamente (856 citas). Este apartado incluye también una serie de centros de documentación comentados por J. Cortadella que logran configurar un aparato documental de gran utilidad y que dan cuenta de la investigación profunda llevada a cabo por el autor.

El estudio preliminar a esta reedición tiene como objetivo explicar las características de la obra científica de Bosch dentro del contexto de la Arqueología de la primera mitad del s. XX. La Etnologia de la Península Ibèrica (1932) es comprensible, en primer lugar, dentro de la serie de publicaciones emprendidas por el catalanismo político. La obra de Bosch subrayaba que los restos prehistóricos revelaban una España diversa cuando, precisamente en 1932, se debatía en las Cortes el proyecto de estatuto de autonomía catalán (p. XI). La obra tuvo, por tanto, una muy buena acogida en Cataluña no sólo por motivos arqueológicos sino también por su «muy útil aportación al debate político» (p. XII). Por el contrario, la casi ausencia de reseñas en el resto de España se atribuye, al menos en parte, a M. Gómez-Moreno. El «olvido», por parte de Bosch, de la labor y estudios llevados a cabo por el granadino contribuyó a deteriorar la relación entre ambos (p. XIII, XV).

Al examinar la obra de P. Bosch Gimpera resulta básica su formación en Alemania, sus sucesivas estancias como becario de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades. La aproximación de J. Cortadella permite comprender el estado de la ciencia alemana así como diferenciar quiénes fueron los investigadores alemanes de los que recibió una mayor influencia. Fueron, en gran parte, los responsables de que Bosch cambiara su inicial orientación hacia la filología por la arqueológica. Estos tres maestros fueron August Frickenhaus, Hubert Schmidt y Gustav Kossinna. En efecto, a partir de sus clases con Frickenhaus, Bosch parece comprender las posibilidades que se abren en España respecto al estudio de la Arqueología (p. XLVIII). De Schmidt aprendió, fundamentalmente, las técnicas de excavación, mientras que de Kossinna recibió sus teorías sobre la interpretación étnica de las culturas arqueológicas (p. LI). De estos maestros alemanes Bosch asimiló una metodología, pero también unos objetivos de la investigación que después iba a aplicar en Cataluña. Así, por ejemplo, la introducción de los mapas cartográficos o la interpretación étnica del los materiales arqueológicos por parte de Kossinna se basaba en la idea de Herder respecto a la indivisibilidad de los aspectos de la civilización en tanto que espíritu nacional (Volksgeist). Esta idea de la identificación de los rasgos del Volksgeist había enraizado también en el catalanismo político. Ampurias era, entonces, el mito noucentista de la Cataluña griega (p. XXXI).

En definitiva, Bosch aprendió en Alemania un bagaje teórico marcado por la escuela histórico-cultural alemana. El objetivo prioritario era rastrear el origen y difusión de las culturas antiguas a través de su cultura material. Y aprendió, también, el valor de la prehistoria para comprender y actuar políticamente sobre el presente (p. LI). A su vuelta a Barcelona se inicia una etapa definida por J. Cortadella entre los años 1915 y 1930. En realidad, la preparación de esta etapa se había iniciado antes. Después de la visita de Schmidt a Barcelona en 1912, Puig i Cadafalch le propuso a Bosch que, si volvía a Berlín, a su vuelta le encomendaría un servicio de excavaciones junto con A. Duran i Sanpere y J. Colominas. Bosch tenía entonces 22 años (p. XLI). A partir de 1915 se inicia una etapa muy intensa, marcada por el deseo de conocer la primera historia nacional catalana, proyectarla y relacionarla con el entorno para justificar el sustrato federal de la etnología peninsular (p. XLI). De esta primera etapa el autor destaca el ascenso fulminante de Bosch: Doctorado en Letras y beca en Alemania con veinte años, responsable del Servei dinvestlgacions Arqueològiques con 24 años y Catedrático a los 25.

A su vuelta a Barcelona no olvidaría lo visto y aprendido en Alemania. En el curso académico de 1917-1918, y tomando como modelo las universidades alemanas, Bosch organizó el Seminario de Prehistoria en la Universidad de Barcelona (p. LXXXVII). Así mismo, la arqueología histórico-cultural que había aprendido sería la base de sus planteamientos. En esta época comienza también la proyección y reconocimiento internacional del autor. A partir de 1922 se abre, en opinión del autor, un período fundamental en la trayectoria científica de Bosch. La dictadura de Primo de Rivera le hizo politizarse (Casassas, 1989; p. LVIII). En parte, la brillantez de su carrera científica se debió a su lúcida visión de asociar el cargo del Servei d’investigacions Arqueològiques con su cátedra en la Universidad (p. LXII). Sin embargo, esta acumulación de cargos le conllevó también enfrentamientos con otros investigadores catalanes.

A lo largo de las páginas Cortadella va dibujando la figura humana de Bosch, un propósito que concreta en el apartado «La persona (imagen y recuerdo)», que recoge importantes testimonios de la época que hablan de su gran vitalidad física: Era «corpulento y de estatura mediana, amante del buen comer» (p. LXXVII). Era un «hombre decidido, con tal empuje que parecía capaz de comerse el mundo» (p. LXI).

Cortadella le define como deseoso de «popularidad, alboroto y, también, algo de vanidad» (p. LIX). Un hombre que, según testimonios, «desde la adolescencia, daba la impresión de saber donde iba». En su trato «se le describe como un hombre pragmático e íntegro, buen conversador y de una extraordinaria curiosidad. Gran políglota, aunque despreocupado por las cuestiones gramaticales». En cuanto a su obra científica detalla cómo, «más que a la recogida paciente de datos, Bosch se consideraba un hombre inclinado a esquematizar, a trazar grandes cuadros, abrir caminos y sentar bases» (p. LXXVIII). Cortadella le describe como un «inigualable arqueólogo de gabinete gracias a su perfecto dominio de la bibliografía internacional» (p. CXXVI). En cuanto a sus creencias religiosas y políticas «se definía a sí mismo como cristiano ecuménico más que como católico y políticamente, como liberal, republicano y federalista pero no separatista» (p. LXXIX).

Entre 1931 y 1939 se sitúa la etapa en que encontramos al político. En efecto, y aunque antes no había destacado por su activismo político (p. LXIII), a partir de 1931 esto cambió. Con su cargo de Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Barcelona a partir de 1931, Bosch abría una nueva etapa que le llevó a sumir importantes responsabilidades más allá de la esfera arqueológica. Así, llegaría a ser Rector de la Universidad de Barcelona entre finales de 1933 y 1939. En 1935 se incorporó a la Acció Catalana Republicana y, como miembro del partido, fue nombrado en 1937 Conceller de Justicia (p. LXIV).

Conocidos ya varios aspectos del exilio del investigador (1939-1974) Cortadella realiza un valioso análisis de su papel dentro de la ciencia mejicana. Examina la arqueología y antropología de este país a la llegada de Bosch y por qué motivos éste no se adecuaba a su objetivos y prioridades. Así, “la gran paradoja de Bosch consiste en que llegó a México acompañado de una gran aureola fruto de su prestigio académico e internacional (…), lo que le permitió incorporarse a la elite de la antropología mexicana la cual, y ahí recae el problema, se sentía completamente extraña o muy poco receptiva al estudio de las problemáticas del Viejo Mundo” (p. LXXIII).

La herencia intelectual de Bosch es, también, objeto de análisis. El investigador catalán y sus discípulos «lograron consolidar los estudios de Prehistoria y Protohistoria en Cataluña, además de conectarlos con los del resto de Europa» (p. LXXXV). Se formó, así, la «Escuela Arqueológica de Barcelona, con un modelo conceptual y unos objetivos, cuya consagración llegaría con el IV Congreso Internacional de Arqueología (Barcelona, 1929) y la publicación de la Etnologia (1932)» (p. LXXXVIII). Aunque el autor advierte que no existía una doctrina uniforme para todos ellos, Cortadella enumera algunas de las características de esta escuela, como el intento de relacionar culturas prehistóricas y pueblos históricos dentro de una visión histórica amplia, la preferencia de la difusión como explicación del cambio cultural y la valoración de las raíces prehistóricas hispánicas. Todo ello unido al esfuerzo por establecer contacto con escuelas científicas de otros países (p. XC). Definido así este grupo, sería interesante abordar, en el futuro, un estudio comparativo entre los objetivos y metodología de esta escuela y la arqueología de otras partes de España, como la realizada en Madrid por M. Gómez-Moreno o H. Obermaier.

A continuación, Cortadella expone su amplio y valioso estudio de la obra reeditada, la Etnologia de la Península Ibèrica. Su intención es lograr que el lector «pueda ir al libro no sólo sabiendo lo que va a leer sino también estimulado hacia su lectura» (p. CI). Aparecida en un momento oportuno, política y culturalmente, la Etnologia de la Península Ibèrica presentaba la Prehistoria peninsular en términos de culturas arqueológicas, no de épocas (p. CI). Las síntesis de Bosch eran «construcciones acumulativas que seguían el principio neopositivista de la yuxtaposición de datos verificados documentalmente. Había en él una obsesión por la descripción frente a la interpretación. El objetivo era elaborar secuencias de monografías progresivamente más amplias, basadas las unas sobre las otras, hasta alcanzar la gran síntesis general» (p. CII, nota al pie 321). Bosch concebía la continuidad de la cultura material como continuidad étnica (p. CIX). Creía en los principios difusionistas como forma de cambio cultural pero «desde el Neolítico a la Edad del Hierro sus planteamientos pueden ser considerados autoctonistas» (p. CX). Metodológicamente resulta fundamental el criterio tipológico de cara a definir las diferentes culturas y la adopción del «método prusiano», consistente en llevar un diario de excavaciones con un inventario riguroso, junto con un fichero gráfico (p. CXXI-CXXVI).

Las conclusiones de la Etnologia le llevaron a realizar una larga enumeración de pueblos que sitúa y explica en la Prehistoria. Localizó cada grupo, estudió su cultura arqueológica e intentó adscribir cada uno a cuatro grandes grupos étnicos. Para Bosch, los pueblo peninsulares permanecieron multiformes y ricos en matices incluso cuando se infiltró en ellos un elemento de unidad que los organizó (p. CXXIX). Esta interpretación despertó un gran interés político en un momento en que las Cortes discutían el estatuto de autonomía catalán. Bosch ya había expresado posturas parecidas en 1922, momento de su discurso de entrada a la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. El investigador catalán imaginó la formación de la cultura ibérica a partir de la sedimentación de las culturas prehistóricas, transformadas por las influencias fenicio-cartaginesas y griegas, con un aluvión céltico (p. CXXVIII). El estudio de la Prehistoria le llevó a elaborar su teoría sobre la dialéctica entre la España indígena y la superestructura (romanos, visigodos, árabes, austrias y borbones) (p. CXXXI).

La Historia de la Arqueología nos permite comprender, también en este caso, la importancia que nuestra ciencia ha tenido y tiene dentro de la historia de las naciones y en los orígenes de las comunidades humanas y sus sucesivas reformulaciones (Murray, 2002, 238). En opinión de Cortadella, la concepción de Bosch acerca del proceso histórico y del peso que tiene en él la composición étnica primitiva, aspectos claros en la Etnologia, era, por un lado, resultado directo de la escuela histórico-arqueológica en que se había formado y, por otro, el reflejo de la cultura historiográfica catalana. En conjunto, el estudio de esta fundamental figura que fue P. Bosch Gimpera permite acercarnos a comprender cómo se formó el edificio de la Arqueología moderna en la Península ibérica.

Bibliografía

Casassas, J., 1989: Intel·lectuals, professionals i polítics a la Catalunya contemporània (1850-1920). Estudi sobre les bases culturals i estratègiques del catalanisme, Barcelona.

Gracia, F. Fullola, J.M. y Vilanova, F., 2002: 58 anys i 7 dias. Correspondència de Pere Bosch Gimpera a Lluís Pericot (1919-1974), Barcelona.

Murray, T., 2002: “Epilogue: why the history of archaeology matters”, enAntiquity 76, Special Section, Ancestral archives: explorations in the History of Archaeology, pp. 234-238.

Obras relacionadas