Anales Galdosianos, núm. 40-41, 2006

Por Elisa Martín-Valdepeñas Yagüe.

   El centenario del fallecimiento de Juan Valera ha estimulado un interés renovado por su figura. Una serie de libros han recuperado los aspectos menos conocidos de su vida y su obra, eclipsados ante la importancia de su producción novelística. Estas aportaciones han puesto a disposición tanto de los estudiosos como del público en general un caudal de materiales sugestivos que revalorizan al autor como un perspicaz e inteligente testigo de la España de su tiempo. Fruto de esta atención en rescatar las dimensiones más olvidadas del novelista cordobés, ha aparecido este volumen que agrupa, bajo el título de Obra histórica, una recopilación de sus escritos históricos acompañados de un oportuno estudio preliminar de Leonardo Romero Tobar, el máximo especialista en Juan Valera y actualmente dedicado a la tarea de la publicación de su extensa obra epistolar. La edición agrupa, por un lado, la parte de la continuación de la Historia General de España de Modesto Lafuente que puede atribuirse al egabrense con mayor fiabilidad y, por otro, una selección de veintiún trabajos de contenido histórico, entre los que se incluyen varias reseñas.

   Leonardo Romero Tobar traza en su interesante estudio la faceta histórica de Valera. El proceso histórico consistía para el escritor en «el despliegue diacrónico de un haz de energías individuales y colectivas de muy diversa naturaleza cuya relación interna explicaría las leyes del acontecer histórico». En varias ocasiones expuso este concepto integrador e interrelacionado y desarrolló varios proyectos en este sentido que no llegaron materializarse. La continuación de la Historia general de España de Modesto Lafuente se prestaba a poner en práctica ese historicismo positivista con el que se identificaba: «contar las cosas exactamente tal cual sucedieron en la realidad». Este enfoque exigía una narración imparcial de los acontecimientos que, como nos recuerda el editor, no era incompatible con la incorporación de reflexiones personales que dan sentido a la verdad histórica, a la vez que agilizan el relato. Porque la concepción de la historia de Varela no se limitaba a un encadenamiento de sucesos políticos y militares sino que debía atender también a los fenómenos culturales y sociales como componentes esenciales de la civilización.

   La continuación de la Historia general de España apareció en un tomo en 1882 y en ella colaboraron, junto a Juan Valera, el periodista y político Andrés Borrego y el historiador Antonio Pirala. Leonardo Romero Tobar ha logrado identificar la parte que redactó el novelista incluida en el presente volumen. En concreto, la Introducción y los libros XIII al XVII de los veintidós que componen dicho tomo y que abarcan los años comprendidos entre 1843 y 1860, es decir, desde el final de la regencia del general Espartero hasta la mitad del “gobierno largo” del general O’Donnell (1858-1863): el análisis pormenorizado de los años centrales del reinado de Isabel II (La Década Moderada, el Bienio Progresista y los primeros años de la Unión Liberal) que coincidieron con parte de la trayectoria pública del escritor cordobés. En 1848 había comenzado su dilatada carrera diplomática que discurrió por diferentes países europeos y americanos. Entre 1858 y 1863 estuvo metido de lleno en la actividad política como diputado en las Cortes, a la vez que colaboraba en la prensa.

   Esta continuación debía discurrir por los presupuestos marcados por Modesto Lafuente en los que predominaba un discurso liberal con un fuerte componente nacionalista que encajaba perfectamente con las corrientes europeas de la época. La aportación de Valera radicó fundamentalmente en una síntesis bien trabada que interrelacionaba los acontecimientos políticos, culturales y sociales, superando algunas deficiencias sobre todo de tipo metodológico que había observado en los tomos anteriores, pero sin desviarse del objetivo marcado. Para documentarse utilizó memorias, prensa y obras contemporáneas. En este sentido, hay que subrayar el esfuerzo realizado por Romero Tobar para localizar las fuentes de las que se sirvió Valera para componer su obra, supliendo esta falta de información de la que, en cierto modo, se resentía.

   Su participación supone una valiosa contribución a la historiografía isabelina, no solo por la importancia de la obra en sí misma sino por su valor como fuente histórica, relatada por un agudo observador de la realidad política. Juan Valera repasa los principales sucesos, muchos de los cuales pudo vivir directamente y otros de los que él pudo tener noticias de primera mano, de ahí que la garantía testimonial sea también una cualidad destacada. Además, su relación con muchos políticos e intelectuales de la época le proporcionó material suficiente para intercalar en la obra una atrayente galería de retratos de personajes de la sociedad española del momento, descritos con agudeza y captados psicológicamente, que sobresalen al añadir una dimensión humana al relato de los hechos políticos.

   Así mismo, como subraya Leonardo Romero Tobar, la obra ofrece un interés adicional al puramente histórico, al dar una visión acertada del panorama cultural y social de la España isabelina. En esta parte Valera adopta el papel de crítico literario, campo en el que ya se había adentrado anteriormente y se sentía especialmente a gusto, como hombre de gran curiosidad intelectual y amplia erudición. En el libro XIII propone un completo balance del Romanticismo español encuadrado en una época de grandes transformaciones. Los cauces de introducción de la nueva corriente cultural, la apreciación de la literatura clásica española en Europa, el valor de los focos intelectuales de Madrid y otras ciudades y el papel difusor de la prensa se analizan extensamente, junto a los autores y las obras más características del segundo tercio del siglo XIX español.

   La recopilación de escritos de temática histórica que constituyen la segunda parte del volumen está compuesta de diversas colaboraciones sueltas que aparecieron en la prensa entre 1859 y 1900 y de algún escrito no publicado. Varios de estos artículos consisten en reseñas de libros de contenido histórico. Entre ellos, puede destacarse el comentario de la Historia de los heteredoxos españoles de Menéndez Pelayo en el que, a pesar de la amistad que le unía al cántabro, se desmarca totalmente de él. Su posición ideológica basada en un sólido liberalismo contrario a toda intolerancia religiosa no podía ser menos que antagónica a la del polígrafo. Con una crítica independiente y sincera, no exenta de cierta ironía, pero siempre respetuosa, desmonta los argumentos que sirven de eje central al libro. Por otro lado, se incluyen algunos trabajos en los que aborda cuestiones metodológicas profundizando en el concepto de “filosofía de la historia”, al que hemos aludido antes.

   La obra se cierra con un índice onomástico y de títulos, en una cuidada edición realizada por Urgoiti para su colección «Historiadores». El editor con su aportación crítica ha conseguido un volumen que satisface las exigencias de los especialistas y de los lectores interesados.

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