Al-Qantara, núm. XXVII / 2, 2006

Por Delfina Serrano.

En su Decadencia y desaparición de los almorávides en España, Francisco Codera (Fonz, Huesca, 1836-1917) se proponía tratar del período de decadencia del poder de los almorávides en al-Andalus, perceptible ya desde principios del siglo XII y al que siguió una época de fragmentación política denominada segundas taifas, terminada a su vez con la llegada de los almohades a la península. El libro se reedita ahora dentro de la colección Historiadores, en la cual Urgoiti Editores publica obras de unos cuarenta estudiosos que desarrollaron su actividad entre mediados del siglo XIX hasta 1975 aproximadamente, y que han sido seleccionados como representativos de su área. La publicación de esta colección nace, al igual que la propia Urgoiti Editores, del deseo de impulsar el desarrollo de los estudios sobre historiografía, disciplina que consideran surgió con retraso en nuestro país y que pretenden dinamizar mediante la elaboración, acompañando a cada libro, de unos trabajos de reflexión sobre cada historiador y su época realizados por los mejores especialistas en la materia. En el caso de la historia de al-Andalus se ha contado con Mª Jesús Viguera que, como era de esperar, ha escrito un magnífico prólogo titulado “Al-Andalus prioritario. El positivismo de Francisco Codera” (pp. VII-CXXXVII). En él pasa revista a la trayectoria biográfica y académica de Francisco Codera y a las circunstancias de la aparición de la Decadencia y desaparición de los almorávides en España, a la metodología empleada en su preparación, a sus objetivos, así como al marco historiográfico en el que surgió la obra.

  Como declara el título del prólogo, el estudio de al-Andalus tuvo para Codera un papel primordial. Viguera reflexiona acerca del papel de al-Andalus en la historiografía española, trazando la evolución a la que se ha visto sujeta la visión de al-Andalus desde el siglo VIII hasta el XIX (véase capítulo II, pp. XIX-XXXVI): Desde que, a mediados del siglo XVIII, los Poderes Públicos españoles promovieron una especie de arabismo secularizado, hasta bien entrado el siglo XX, al-Andalus fue objetivo prioritario de estudio para los arabistas españoles. Su estudio ha atravesado diversos períodos: desde los presupuestos de la Ilustración, que aspiraba a una investigación científica diferenciada de la llevada a cabo por los eclesiásticos, pasando por los románticos interesados en la imagen exótica de al-Andalus, y por la recuperación de los planteamientos de la Ilustración con los liberales de mediados del siglo XIX, que llevaron el arabismo a las universidades y promovieron un modelo integrador de la nación española. Esta última será la línea seguida por Codera, al igual que había hecho Pascual de Gayangos y su grupo. El liberalismo no acaba con el tradicionalismo y su actitud hostil al reconocimiento de la existencia de elementos árabo-islámicos en la historia de España con el argumento de que dificultaban su integración en Europa e iban contra su esencia cristiana. Por otra parte, y aunque Codera compartía los criterios pedagógicos de los liberales, cuando en 1875 por Real Decreto se suprimió la libertad de cátedra, no abandonó la universidad, al contrario que otros profesores que fueron separados de sus puestos y se agruparon en la Institución libre de Enseñanza.

  Dentro de la concepción integradora de España, Codera justificó la necesidad de estudiar al-Andalus en su interés para el conocimiento de la historia y la cultura de España en todas sus manifestaciones, con alguna alusión a la presencia colonial española en el norte de África, pero sin llegar a su españolización, al contrario de lo que hicieron algunos historiadores desde el siglo XVIII, y luego nacionalistas y románticos, con el fin de contrarrestar los argumentos que rechazaban al-Andalus, y finalmente los mismos discípulos de Codera que, en su “idealismo culturalista”, presentaron al-Andalus como una sociedad típicamente occidental, cuyos rasgos árabo-islámicos habrían tenido mínima relevancia frente a los elementos hispano-godos, de marcada impronta cristiana, que habrían sobrevivido a los siglos de dominación islámica de la península y salido a flote fortalecidos con la Reconquista. Así occidentalizado y cristianizado, al-Andalus pasó a formar parte del origen y ser de España, esencialismo que se acentúa al tiempo que lo hace la conciencia de decadencia después del 1898, y que será incorporado al discurso sobre la identidad nacional española; al-Andalus se había convertido en objeto de estudio necesario en virtud de su función preservadora y transmisora de la esencia cristiana de España.

  Como cuenta Mª Jesús Viguera, la investigación sobre al-Andalus se vio respaldada por las Academias de la Historia y de la Lengua, que mediante la reunión de las fuentes textuales y materiales necesarias, gracias en gran parte a los esfuerzos realizados por el propio Codera, a la publicación de los trabajos elaborados por los arabistas y a la incorporación de éstos en sus filas, les ofrecieron un reconocimiento de su trabajo que aumentó su prestigio social e intelectual. No obstante, y sin negar que Codera consiguiera despuntar con respecto a los demás arabistas de su época, Viguera cuestiona la visión de Emilio García Gómez que sitúa en Codera los inicios de la Escuela de Arabistas Españoles, y señala que muchos de los proyectos desarrollados por Codera habían sido puestos ya en marcha por otros arabistas anteriores y contemporáneos suyos.

  El interés de Codera por al-Andalus fue prácticamente exclusivo, sin concesión alguna al estudio del Magreb, que en plena expansión del fenómeno colonial, habría resultado de interés, como mínimo, político o estratégico. Esta falta de compromiso con el colonialismo diferencia al arabismo español (en el que se produjo una bifurcación entre arabismo y africanismo) del que por la misma época estaban llevando a cabo estudiosos ingleses o franceses. No obstante, como apunta Mª J. Viguera, Codera reconoció que el interés de los españoles por Marruecos acrecentó el interés por el arabismo.

  En su biografía de Francisco Codera (capítulos III-V, pp. XXXVII-CX), Mª Jesús Viguera se ha basado en los trabajos de E. Saavedra, E. Ibarra, M. Manzanares de Cirre, E. García Gómez, B. López García y M. Marín, aportando ahora el examen de la documentación inédita del archivo personal de Codera, conservado, al parecer sólo en parte, en el Legado Oliver Asín, y para cuya consulta Viguera agradece la ayuda de Dolores Oliver Pérez y de Angel San Ginés Oliver.

  La Decadencia y desaparición de los almorávides en España apareció por primera vez en 1899. Codera pretendía retomar la historia de al-Andalus donde la había dejado Dozy, cuya aportación valora muy positivamente pero cuyos límites no se priva de señalar, por “su marcada tendencia, muy común en nuestros días, a querer generalizar y deducir consecuencias con escaso número de datos” (p. 97). Pero lo que Codera quería, sobre todo, era desacreditar definitivamente la Historia de la dominación de los árabes en España en la que José Antonio Conde había incurrido en errores que para Codera no eran sólo producto de su ignorancia sino de lo que se atreve a denominar “mala fe literaria” (p. 3), algo que era grave pues Conde había sido seguido por otros historiadores no arabistas. Codera consideraba que para llevar a cabo la historia política y cultural de al-Andalus, primero había que localizar los textos relevantes, tarea que necesariamente había de ir precedida por la adquisición de manuscritos, catalogación de los que ya formaban parte de los fondos disponibles, sobre todo en las Bibliotecas de El Escorial y de la Real Academia de la Historia, y selección de los que era más urgente editar. A esta última necesidad responden los diez volúmenes de la colección Bibliotheca Arabico-Hispana, editados por él, a veces en colaboración con J. Ribera, entre 1882 y 1893. Para ello convirtió, como señala Mª Jesús Viguera, su casa en oficina tipográfica, solucionando con gran habilidad los muchos problemas tipográficos que planteaba la edición de textos árabes. Es digna de ser reseñada también su intervención para salvar de la fundición monedas árabes que iban apareciendo en excavaciones y hallazgos, de manera que, cuando no podía colocarlas en las bibliotecas españolas, procuraba que fueran adquiridas por instituciones extranjeras como el Museo Británico y el Museo Asiático de la Academia Imperial de las Ciencias en San Petersburgo. De hecho, una gran parte de la correspondencia de Codera conservada en el Legado Oliver Asín está dirigida a especialistas en numismática (véase análisis de estos materiales en pp. XCIX-CX) y es que Codera concedió gran importancia al estudio de las fuentes numismáticas y epigráficas, que utilizó con profusión en su Decadencia, permitiéndole precisar cronologías y completar e incluso corregir cadenas dinásticas. A lo largo de su vida, Codera reunió unas 50.000 fichas, que cedió a la Escuela de Estudios Árabes -hoy forman parte de Legado Oliver Asín- y en las que anotaba los datos que iba extrayendo de las fuentes. Reunió además una voluminosa biblioteca, a base de compras pero también de intercambios de sus propias obras -entre ellas las de la Bibliotheca, que lograba distribuir así de manera bastante efectiva-, y de donaciones, que al igual que sus fichas, puso pronto a disposición de colegas y discípulos.

  Como certifica Mª J. Viguera, el “riguroso positivismo” de Codera aportó una enorme cantidad de datos extraídos de las fuentes textuales, numismáticas y epigráficas árabes. Sin duda este positivismo respondió a una manera de entender la investigación, pero también a las necesidades de los tiempos y sobre todo a un aplastante sentido común que armoniza con la sencillez y claridad de su prosa. Los que le conocieron le describen como un hombre sobrio, algo taciturno, que viajó fuera de España en contadas ocasiones y no solía asistir a congresos y reuniones internacionales, todo lo cual, sin embargo, no le impidió colaborar con sus colegas españoles (entre los que abundan los medievalistas) y extranjeros, como B. Dorn, S. Lane-Poole, H. Sauvaire, J.G. Stickel, V. Tiesenhausen, A. Erman y R.P.A. Dozy, M. Jan De Goeje, H. Derenbourg y otros (pp. LXXIV-LXXV); tampoco le impidió crear escuela.

  Entre sus discípulos, a los que se dio el nombre de “Banu Codera”, destacaron Julián Ribera, Miguel Asín Palacios y Emilio García Gómez. Éstos, dejando de lado la historia política, se ocuparon de la historia cultural, literaria y lingüística de al-Andalus, y pasaron del positivismo y del arabismo historiador del maestro -Mª Jesús Viguera considera que Codera fue “el arabista historiador por excelencia”- al esencialismo y al arabismo polígrafo. Luego, los discípulos de estos últimos, como Jacinto Bosch Vilá y Ambrosio Huici Miranda recuperaron el arabismo historiador, continuando con la labor de Codera, el primero completando la parte anterior a la Decadencia con su Los almorávides, y el segundo la parte posterior con su Historia política del imperio almohade.

  Desde 1899, año en que se publicó la Decadencia por primera vez, hasta hoy, el arabismo español ha cambiado en muchos aspectos. Al-Andalus sigue siendo un tema de investigación muy importante, prioritario al menos desde un punto de vista cuantitativo, pero son cada vez más los arabistas interesados en el Magreb, medieval y contemporáneo, y en el mundo islámico en general. A partir de la segunda mitad del XX, la investigación sobre al-Andalus estableció el carácter árabo-islámico de la sociedad andalusí y el origen oriental de sus estructuras. Gracias a los esfuerzos de investigadores como Codera, es posible hoy trascender la historia política y ocuparse de lo que él llamó “historia interna”; es decir de sociedad, instituciones, economía, religiosidad, cultura y territorio. Por otra parte, la investigación sobre al-Andalus ya no sólo se entiende en el marco de la historia de España sino como un modelo de sociedad árabo-islámica pre-moderna, cuyo estudio puede ser aplicado al de otros ámbitos geográficos y cronológicos de la historia del mundo islámico.

  En cualquier caso, para algunos lectores interesados en la historia del período almorávide que nos habíamos olvidado un tanto de la existencia de Codera, sus presupuestos metodológicos siguen pareciendo válidos, con su abandono del criterio de autoridad “no pretendiendo que se nos crea por nuestra palabra” sino mostrando al lector “las razones que nos habían guiado en nuestra investigación” (p. 6), reconociendo no saber algo cuando no lo sabía y no queriendo sintetizar antes de conocer todos los detalles. En su obra hay grandes aciertos, casi visionarios teniendo en cuenta las fuentes de las que disponía, y así, por ejemplo, supo ver que “se han formulado juicios muy categóricos y poco favorables respecto al gobierno de los almorávides, y como no los creemos justificados, a pesar de la gran autoridad de Dozy…” Y anticipa lo que luego vino a confirmar D. Urvoy: “La vida de los musulmanes españoles siguió siendo la misma que había sido hasta entonces; podría retarse a cualquiera a que estudiando las biografías de los personajes que figuran en los Diccionarios biográficos, marcase diferencias en el modo de ser de los … hombres de letras hasta el tiempo de los reyes de Taifas y los posteriores estudiaban lo que querían, y con los maestros de su elección… Nada por tanto justifica el aserto de que ‘con la venida de los almorávides se operó en este país una brusca y funesta revolución. La civilización cedió el puesto a la barbarie; la inteligencia a la superstición y la tolerancia al fanatismo, como asegura Dozy’. Esto es muy bonito y de grande efecto, sobre todo cuando a continuación se ponen frases tan gráficas, si fuesen verdaderas, como éstas: ‘El país gemía bajo el régimen abrumador del clero y de la soldadesca, en lugar de las eruditas e ingeniosas discusiones en las Academias… no se oía más que la voz monótona de los sacerdotes y el ruido de los sables arrastrados por el suelo’, pero necesita pruebas que no pueden tacharse de hechos aislados” (p. 101). Otro ejemplo de la clarividencia de Codera en su muy matizada opinión acerca del problema de la quema de los libros de al-Gazali (pp. 107-108), que encaja mal con una caracterización de la posición almorávide al modo “su [viz. la de los almorávides] anquilosada doctrina malikí, rígida en sus concepciones y en su aplicación prepotente…” (p. CXII) y que sólo cabría explicar como testimonio de la profunda huella que el dramatismo de la prosa de Dozy ha dejado en el imaginario arabista contemporáneo.

  Además de escribir el excelente prólogo que precede a esta nueva edición de la Decadencia, Mª Jesús Viguera ha elaborado una completa lista de las publicaciones de Codera, ordenada por orden cronológico, que desvela algunas actividades aparentemente poco relacionadas con el arabismo como su interés por la agricultura (pp. CXIX-CXXXVII). Viguera ha actualizado también la ortografía y la puntuación del original de 1899, ha situado en notas a pie de página las llamadas a las “ilustraciones” o notas aclaratorias que aparecen al final del libro (ahora en pp. 111-185), y con las que Codera ampliaba algunos temas importantes de su libro, como el de las monedas almorávides (véase ilustración nº 52, pp. 168-185) y que por su extensión, excedían el formato de una nota a pie de página. Se han subsanado también algunas contradicciones entre el índice general y la distribución del texto y se han incluido los índices onomástico y toponímico.

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