ABC Cultural, 28 de abril 2007

Por Ricardo García Cárcel.

Responsabilidad del historiador

    Hace poco más de veinte años moría José Antonio Maravall. El historiador setabense había nacido en 1911. Estudió Derecho en la Universidad de Murcia concluyendo sus estudios en la Universidad Complutense. Influenciado por Ortega y García Morente, se doctoró en Derecho por la Universidad Central con la tesis Teoría del Estado en el siglo XVII (leída en 1944 y publicada inmediatamente por el Instituto de Estudios Políticos). Ganó por oposición la cátedra de Derecho Político en La Laguna en 1946. Director del Colegio de España en París (que se había inaugurado en 1935) de 1949 a 1954, fue después catedrático de Historia del Pensamiento Político en la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense de 1955 hasta su jubilación. Su obra como historiador ha sido inmensa y ha tenido enorme influencia en el desarrollo de la historiografía española, por el prestigio de sus discípulos y por su singular capacidad para proyectar su pensamiento por encima de fronteras gremiales y sectarias tan, lamentablemente, presentes en nuestro país. Uno de sus primeros libros, Teoría del saber histórico, editado en 1958, reimpreso en 1960 y reeditado con alguna adición en 1961 y 1967, tuvo notable impacto en su tiempo. Fue instrumento fundamental para la preparación de uno de los ejercicios de las viejas oposiciones universitarias del antiguo régimen, pero hoy, aparentemente, era un libro obsoleto, olvidado por los historiadores y por los editores.

    De ese olvido ha sido rescatado por la editorial Urgoiti de Pamplona que, en la colección dirigida por Ignacio Peinó (que está haciendo una buena labor de rescate del silencio de muchos clásicos de la historiografía española), ha editado ahora aquel texto con dos excelentes introducciones, una de carácter propiamente histórico de Francisco Javier Caspistegui y otra de neto perfil filosófico por parte de Ignacio Izuzquiza. El primero es profesor de Historia de la Historiografía en la Universidad de Navarra. El segundo es catedrático de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. Ambos, especialmente Izuzquiza, con una gran obra a sus espaldas. La primera cualidad a destacar de la edición del libro de Maravall es que sorprendentemente se pone en evidencia la enorme actualidad de algunas de las tesis del historiador valenciano. El hundimiento de la seguridad en la que estaba instalada la ciencia newtoniana y que constituye el contexto del que parte José Antonio Maravall en su discurso teórico, no ha sido remediado. Los principios o leyes del materialismo histórico, que llenaron la historiografía española de los años sesenta, setenta y hasta la mitad de los ochenta de presuntas certezas dogmáticas y que ahogaron la influencia de esta obra, han acabado diluyéndose en su propio fracaso. En contraste, parecen más fuertes que nunca la lógica relacional (hoy se le llama relativista, término que a Maravall no le gustaba), la apuesta por la libertad y el posibilismo, la visión de la historia como crecimiento (no como progreso unidireccional o evolución predeterminada) dinámico y abierto, la conjunción de la historia y de la vida tan reivindicados por Maravall.

   En segundo lugar, Teoría del saber histórico, leída hoy, permite demostrar la continuidad del pensamiento de Maravall, más allá de los hitos que marcaron su vida (1934 y la evolución de la República; 1939 y la conciencia de lo que era el franquismo; 1949 y su estancia en París; 1963 y su primer estudio de Historia Social sobre las Comunidades de Castilla…). El Maravall orteguiano estuvo presente en toda su obra. El historiador social no rompe nunca con el Maravall teórico. Fue un intelectual abierto, curioso, metabolizador insaciable de lecturas de toda procedencia y propicio a abrirse a las ideas que pudieran aportarle las relaciones en los diversos contextos en que vivió. La obra de Maravall es un ejercicio de mestizaje intelectual, en que adelantó ideas básicas que la historiografía española tiene hoy asumidas (la normalidad europea de España, la pluralidad cultural española con intelectuales orgánicos e inorgánicos, la importancia de las mentalidades, el valor de la literatura como fuente de historia social…).

    En un mundo como el actual en que el positivismo puro y duro parece querer retornar, sin más criterio que satisfacer curiosidades morbosas o ejercer una historia narrativa vacía de contenidos político-sociales, Teoría del saber histórico constituye un recordatorio de las exigencias de conciencia profesional y moral a que obliga el oficio historiador, el sentido de responsabilidad que ejerció, como pocos en el siglo XX, José Antonio Maravall.

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